Salsipuedes, comunidad tabasqueña abandonada por los gobiernos federal y local
“No nos acostumbramos al sufrimiento”
Todos los años este poblado ubicado en la orilla del Usumacinta pasa inundado 3 meses
“¿Ustedes pueden hacer algo para que vengan los helicópteros?”, señalan a La Jornada
Ampliar la imagen Familias de la colonia Municipal, de Villahermosa, comenzaron a sacar a la calle sus muebles inservibles Foto: Alfredo Domínguez
Ribera Alta-Salsipuedes, Tab. 9 de noviembre. Dicen que los ancianos bautizaron así al pueblo como presagio de su destino, como premonición de las inundaciones perpetuas de esta comunidad, porque salir de aquí siempre ha sido tarea difícil.
Quizá por eso ninguna autoridad los voltea a ver cuando cada año se van al agua durante tres meses. En otras regiones estos hechos son motivo de emergencia, pero para los moradores de este ejido sólo es un recordatorio de que están sólos y parece que así seguirán.
Tanto tiempo en el agua y nadie los auxilia: ni al alcalde de Centla, Nicolás Bellizio, ni al gobernador Andrés Granier parecen interesados en lo que suceda en esta comunidad de 60 viviendas, a pesar la proliferación de enfermedades, de la suspensión de clases por semanas enteras en la escuela Emiliano Zapata y de la interrupción de consultas por el cierre del dispensario médico.
–¿Pensarán que ya están acostumbrados a convivir con el agua?
–Al sufrimiento no nos podemos acostumbrar –dice el pescador Pablo García.
Manuel Magaña, delegado del PRI en la comunidad –cuyo partido gobierna el municipio–, reniega de las condiciones en que los tienen las autoridades. No importa cuál, porque ninguna se acerca: “anteayer llegó un barco con despensas a Frontera y ¿cree que nos dejaron algo? ¡Nada! Otra vez estamos solos, siempre estamos solos. Nosotros no nos inundamos por casualidad, como en Villahermosa, pero es la misma tragedia”.
Tanta agua no oculta la pobreza. Se diría que la hace más profunda. Esta comunidad de pescadores lleva semanas con escasas ventas, abatidas todavía más por la creciente de los ríos que azotaron Villahermosa. No hay cómo sacar la mercancía, no hay quién la compre, menos ahora que no es recomendable consumir pescado por la contigencia.
El canal Salsipuedes no deja espacio entre su cauce y las casas. No hay diques y el agua entra con toda su fuerza a las casas. Entre tablas humedecidas y el hedor insoportable, Blanca, de cuatro años, juguetea con sus cuatro hermanos en los cinco metros cuadrados que conforman su vivienda, que es a la vez una diminuta tienda de esta comunidad.
Extraña condición de este espacio donde viven ocho personas: unas tablas elevadas constituyen el único suelo firme, mientras el agua moja los costados de las “camas”; la estufa nada en el arroyo y el baño sólo recicla insalubridad.
Se diría que es el prototipo de lo que el discurso oficial llama “situación de emergencia que requiere toda clase de suministros”: alimentos, agua, vacunas… Pero nada de eso llega a este poblado sumergido, que se alimenta del poco pescado que pueden capturar.
Dos meses más de inundaciones
Esta región no sólo ha resentido el crecimiento del canal, también las numerosas comunidades aledañas enfrentan la creciente del río Usumacinta. La carreretera para llegar tiene numerosos vados y la escuela –que funge de albergue en el poblado de Ribera Alta– no es gran consuelo porque gran parte está inundada.
Salsipuedes es un pueblo olvidado y su belleza no consuela a quienes padecen la inundación. Manuel Magaña dice con certeza que aquí el agua bajará hasta enero. Dos meses más tratando de sobrevivir.
Tan solos están sus habitantes que se sabe casi enseguida si algún extraño ha llegado al pueblo. Los lugareños están desesperados; exigen que alguien los escuche y convenza a las autoridades federales y estatales de que también son daminificados, pues el hecho de que todos los años se sumerjan en el agua no les quita su condición de afectados.
Casi una veintena de hombres comienzan a hablar sin parar. Parece un mitin. Ofrecen la versión de su dramática realidad y recriminan cada año a quien se dice gobernante que nada hace por ellos. Salsipuedes: más que nombre de pueblo parece una maldición.
Entre el coro de voces destaca la de un hombre cuya vehemencia no deja lugar a dudas de la irritación que causa esta situación extrema. Es el pastor evangélico del pueblo, Josué Magaña, quien no se detiene para condenar la falta de ayuda. Le indigna que el alcalde y el gobernador no se hayan parado aquí a pesar de las semanas que llevan bajo el agua. Luego sugiere que pueda venir ayuda del cielo.
–¿Ustedes no podrán hacer nada para que vengan los helicópteros? –inquiere a estos reporteros.
Apenas ayer llegó una aeronave con ayuda a una comunidad cercana, Chalchihuites, cuyas condiciones son tan críticas como en Salsipuedes. Es insuficiente, añade, pero algo les dejaron. “¿Y los demás?” Son muchas las comunidades olvidadas en la orilla del Usumacinta.
Juan Lenin Magaña, comisario municipal de Salsipuedes, va y viene a la alcaldía, pero siempre llega con malas noticias y la misma respuesta: no hay ayuda para el pueblo.
–¿Será que puedan venir los helicópteros? –insiste el pastor.