Israel-Palestina: ¿última llamada para una solución?
Ampliar la imagen Palestinos cargan en la ciudad de Gaza un cartel con la figura de Yasser Arafat, ayer durante una marcha por el tercer aniversario de la muerte del presidente de la ANP Foto: Reuters
El punto de vista mundial prevaleciente en cuanto a cómo resolver políticamente el conflicto de dos nacionalismos en Israel-Palestina es la llamada solución con ambos estados, es decir, la creación de dos estados, Israel y Palestina, dentro de las fronteras de lo que alguna vez fuera el Mandato Británico de Palestina. En realidad, esta posición no es nada nueva. Uno podría argüir que ésta fue la posición mundial que prevaleció durante el siglo 20.
La Declaración de Balfour, emitida por el gobierno británico en 1917, llamaba al establecimiento de un “hogar nacional judío” dentro de Palestina, lo que implicaba la idea de dos estados. Cuando Naciones Unidas pasó su resolución en 1947 hizo un llamado explícito al establecimiento de dos estados (con un estatus especial para Jerusalén). La partición fue apoyada en aquel entonces por Estados Unidos y la Unión Soviética, así como por aquellos movimientos sociales de cualquier parte que siguieran la línea de alguna de estas dos naciones. Los Acuerdos de Oslo, en 1993, llamaban a la formación de dos estados. Y hoy Condoleeza Rice insiste que el acuerdo final acerca de los dos estados es un asunto urgente que espera ver instrumentado en una conferencia que será convocada en Annapolis, Maryland (en fecha todavía indefinida, tal vez en noviembre de este año).
¿Cuál fue la reacción histórica del movimiento sionista (y del Estado de Israel), por un lado, y de los sucesivos representantes de los árabe-palestinos por el otro acerca de la idea de una partición permanente, es decir dos estados? En la práctica, nunca le ha gustado la idea a ningún lado. Entre los sionistas/israelíes hubo originalmente tres diferentes posiciones, ninguna de ellas favorable a la partición. Estaban los llamados revisionistas (y los grupos que los sucedieron, como el Likkud de hoy), que llamaban directamente a un Estado exclusivamente judío (que originalmente incluía, de hecho, a Jordania). Para muchos de sus simpatizantes, esto incluía la necesidad de expulsar de la tierra a los no judíos.
Al otro extremo del espectro había un pequeño grupo de intelectuales (como Judah Magnes y Martin Buber) que llamaban al establecimiento de un Estado unitario binacional árabe-judío, una posición que murió en 1948 después de la creación del Estado de Israel. Y luego está la corriente principal de los sionistas que se tornaron los líderes políticos principales en Israel. Ellos aceptaron la idea de una partición como realidad necesaria, mientras buscaban alimentar una lenta y cautelosa expansión de las fronteras del Estado judío, esperando que algún día éste ocupara la mayor parte del país. Ésta era esencialmente la posición de figuras importantes como David Ben-Gurión y después Ariel Sharon.
Los únicos grupos sionista-israelíes que siempre llamaron a la formación de dos estados como solución permanente y definitiva fueron movimientos como Peace Now, que emergió después de 1967, el cual proponía intercambiar “tierra por paz”. Estos grupos nunca fueron capaces de obtener una clara mayoría en las elecciones israelíes, y hoy, más que nunca, su posición es una minoritaria.
En el lado árabe/palestino, siempre ha sido grande la resistencia a la idea de los dos estados. Al principio no había ningún simpatizante de dicha idea. Es por esto que cuando Naciones Unidas decidió la partición de 1947, no hubo quien aceptara del lado árabe/palestino. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue creada en 1964 como específicamente opuesta a la idea. Lentamente, la OLP cambió su posición en los años 80 y, como parte de los Acuerdos de Oslo de 1993, formalmente aceptó la idea de los dos estados. Muchos israelíes, sin embargo, piensan que este cambio de postura era algo meramente táctico y no algo genuino, una suerte de imagen en espejo de la aceptación pragmática de la partición como realismo del presente, cual la veían Ben Gurión-Sharon, mientras confiaban en moverse de ahí a una solución de un solo Estado más adelante.
Sin embargo, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, propone hoy fuerte y claramente una solución con dos estados. Y es claro que los países árabes, encabezados por Arabia Saudita, están listos para respaldar esta postura. Por otro lado, el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, parece hoy cuando mucho un muy tibio proponente de crear realmente un Estado palestino.
Entonces, ¿cuáles son las perspectivas de arribar a un acuerdo? No son muy buenas, como se reconoce en la declaración de ocho figuras estadunidenses de peso completo que acaban de publicar en The New York Review of Books, lo que podría calificarse de último llamado en favor de una solución con dos estados. Titulan su declaración de modo un tanto ominoso: “Fracasar implica el riesgo de consecuencias devastadoras”. ¿Quiénes firman este manifiesto? El primer nombre es Zbigniew Brzezinski, quien fuera el asesor de seguridad nacional de Jimmy Carter y es asesor clave de Barack Obama. Hay otros tres demócratas notables: Lee Hamilton, quien codirigía el Grupo de Estudio sobre Irak; Thomas Pickering, subsecretario de Estado de Bill Clinton, y Theodore Sorenson, consejero especial de John F. Kennedy. El lado republicano firmante es igualmente eminente: Brent Scowcroft, asesor de seguridad nacional para Gerald Ford y George H. W. Bush. (quien con frecuencia es considerado la voz no oficial del primer presidente Bush); Carla Hills, representante estadunidense de Comercio para George H.W Bush, la ex senadora Nancy Kassenbaum-Baker, y Paul Volcker, ex presidente de la Junta de Gobernadores del Sistema de Reserva Federal.
Éste muy distinguido grupo comparte un rasgo en común: no tienen nada que ver con el actual gobierno de George W. Bush. Ofrecen una propuesta detallada, la que todo el mundo sabe que es la única solución con dos estados, plausible: dos estados basados en las fronteras de 1967, dos capitales en Jerusalén con arreglos especiales para los sitios sagrados, y “una solución para el problema de los refugiados que sea consistente con la solución de dos estados, responda a la profunda sensación de injusticia que tienen los refugiados palestinos, y que además les proporcione compensación económica significativa y asistencia para su reinstalación”. Llaman también a incluir a Siria y a Hamas en las negociaciones finales, y un congelamiento inmediato de los asentamientos israelíes. Fue ésta la propuesta que casi se adoptó en las reuniones de Taba, en diciembre de 2000, en los últimos días del gobierno de Bill Clinton. Pero un casi no es suficiente. Esta propuesta es una que sin duda será aceptable para Abbas, y aun es bastante posible que también para Hamas. Pero es una propuesta publicitada durante mucho tiempo y fuertemente excluida por el gobierno de Olmert.
¿Por qué el tono de desesperación? Porque los autores saben que es poco probable que la propuesta sea aceptada por el gobierno israelí o por el presidente George W. Bush. Ha sido claro que el Knesset (Poder Legislativo) israelí ha estado arrastrando los pies en relación a cualquier acuerdo, y no hay señales de que esté listo para virar su posición. Tampoco hay signo alguno de que el gobierno de Bush esté listo para pensar en torcerles el brazo para que lo hagan. Muy por el contrario.
¿Por qué entonces los ocho signatarios se molestan en hacer este último llamado? Porque el consenso internacional del siglo 20 al respecto de la solución con dos estados, se va desvaneciendo. La simpatía por Israel, que alguna vez fuera muy fuerte, declina aun en los enclaves donde alguna vez fuera muy fuerte el respaldo a la posición israelí, y con esto hay más y más llamados en pos de un Estado unitario. Dadas las actuales condiciones de antagonismo y temor mutuo, los israelíes nunca aceptarán lo que resulte de un solo Estado. Sin duda continuarán con el ciclo de violencia sin fin. La advertencia implícita de Brzezinski y los otros siete es que si los israelíes (y el gobierno estadunidense) no aceptan ahora mismo la propuesta, esto tendrá la devastadora consecuencia de una guerra civil de mucho mayor escala que podría continuar por otros 30 años con un incierto resultado para la misma supervivencia del Estado de Israel. Es un panorama lúgubre para uno y para todos.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein