Los de Abajo
Vivir 60 años en un refugio
Fátima tiene 85 años y 59 de vivir en Dheishei, uno de tantos campos de refugiados palestinos. Fátima quiere regresar a Deir Aban, su pueblo. No ha perdido la esperanza, aunque no hay ninguna señal que la alimente. Su pueblo fue desalojado y destruido en 1948 para edificar encima de él un Estado, el de Israel. La Nakba (la pesadilla) que los obligó a huir de sus territorios, pronto cumplirá 60 años y Fátima exige el retorno.
Naji es hijo de Fátima. Tiene 45 años y 10 de ellos los ha pasado en la cárcel. Naji nació, como tantas centenas de miles de hombres y mujeres, dentro de un campo de refugiados. Este hombre, que inexplicablemente nunca pierde la sonrisa, muestra el campamento de un kilómetro cuadrado en el que viven 12 mil personas provenientes de 46 pueblos del distrito de Jerusalén. Los campamentos fueron planeados para unos cuantos meses y llevan ya 60 años.
Naji aborda un taxi en Dheishei que recorre una distancia de 10 kilómetros hasta llegar a Belén. El taxista también ha pisado la cárcel y tiene un hijo preso al que no ve desde hace cinco años. Prácticamente a todos lo que saluda en el trayecto tienen un hermano, un padre, un hijo, un sobrino o un amigo asesinado, desaparecido o en prisión. Por razones de “seguridad” el ejército de ocupación infringe cualquier ley. Dispara y detiene. Para los israelíes cualquier palestino es terrorista, o por lo menos sospechoso.
Naji comenzó a luchar por una Palestina libre a principios de los años 80, en las filas del Frente Popular de Liberación de Palestina. Participó en la primera Intifada, en la resistencia histórica que ofreció el campo de Dheishei. Y, por supuesto, estuvo siempre contra los Acuerdos de Oslo de 1991, que reconocían el principio de un Estado palestino sobre una parte del territorio en Gaza y Cisjordania, con lo que se dejaba sin derecho al retorno de todos los refugiados.
Desde la década de los noventa, Naji se dedica de tiempo completo a la organización de la vida en el campo a través del Comité Popular. Las incursiones cotidianas del ejército destruyen viviendas de por sí austeras. Volver a levantar las piedras, construir sobre las ruinas, es el desafío, “significa no rendirse y seguir de pie”.
Naji ahora coordina el Centro Al Feneiq (Fénix). Un espacio de cultura y esparcimiento para la gente del campamento. Talleres de mujeres, salón de fiestas, un área verde, tratamiento sicológico para los niños, gimnasio, biblioteca… 49 proyectos diferentes para una vida diferente.
Suhair es la esposa de Naji. Acaba de pasar tres días de “encuentro” entre 50 mujeres palestinas y 50 mujeres israelíes. Se trataba de encontrar puntos en común. Todo infructuoso, sin arreglos. Las israelíes propusieron un pronunciamiento conjunto contra el terrorismo. Las palestinas respondieron que sus esposos no son terroristas y sus hijos tampoco. ¿Por qué no mejor hacer un pronunciamiento conjunto contra la ocupación?
“En mi tierra no habrá conformismo hasta que podamos volver”, dice Naji y sonríe con ese espeso bigote que, afirma, se parece al de Zapata.