Ana Clavel, autora de Las Violetas son flores del deseo
Disecciona una escritora la sublimación incestuosa varonil
Mediante la sublimación del deseo incestuoso masculino, la escritora Ana Clavel propone –en su más reciente novela, Las Violetas son flores del deseo– explorar y confrontar esas primeras reacciones hormonales e instintivas que se desatan y subyugan a una persona al mirar un cuerpo hermoso. En este caso el de la hija del protagonista.
En su texto, Julián Mercader es un personaje que reconoce, se adentra y es avasallado por ese deseo. Buscando sublimar esa obsesión y así evitar la culpa que conllevaría transgredir el tabú, crea una serie de muñecas púberes sexuadas: las Violetas, las cuales empiezan a encarnar las fantasías de numerosos clientes que las encargan sobre pedido y con características que muchos llamarían, por decir lo menos, extravagantes.
La idea, explicó la autora, fue explorar “el fetichismo erótico masculino, pero sobre todo la manera de mirar de los hombres. La raíz del deseo, la pulsión de lo que te lleva a salir de ti y tratar de casi devorarte al otro”.
Por cuestiones culturales y de tabú, el deseo lo vamos limitando o restringiendo, comentó Clavel, quien se enfrentó al reto de escribir con una voz literaria masculina.
En su novela se conjuga la impresión de la autora por el relato Las Hortensias, de Felisberto Hernández, “secreto escritor uruguayo, admirado por Italo Calvino y por Julio Cortázar”, así como la impresión que le dejó apreciar la obra artística de Hans Bellmer.
Las Violeta son flores del deseo es una narración que “tiene como fundamento el deseo y el cómo darle una salida de tal modo que no lastimes a los otros”.
Si uno mira la portada del libro, de entrada es una fotografía hermosa, señaló Clavel. “¿Cómo te conectas con esa imagen?, eso dependerá de cada quien como espectador”.
Para la también autora de Cuerpo náufrago, “esta sociedad tan automatizada y metalizada, muchas veces nos impide encontrar maneras individuales para ritualizar el deseo. Parecería que la idea es que nos volvamos lo menos humanos posible. Se nos llena de deseos superfluos, para no explorarnos y no ver esas otras partes que son densas y oscuras, pero que ahí están.
“Al no haber cierta confrontación, autenticidad en la mirada propia y encontrarle cauce a esos deseos que se desatan, es cuando nos vamos fragmentando o enloqueciendo, y cada vez como sociedad nos convertimos en un ente enfermo.
“Me parece muy peligroso –destacó Clavel–, que como sociedad nos coarten el placer, tiranizando los deseos. Que estigmaticen todo lo que no tiene que ver con lo sano, lo bello o lo más bueno, y entonces se reprima todo lo que se mueve por debajo. La pederastia, por supuesto, no es justificable; empero, por ejemplo, ignoro si Balthus hubiera podido pintar –en la actualidad– a sus niñas adolescentes, porque de entrada hay una especie de estigmatización, de condena, independientemente de cómo se formule el deseo.”