Revistas culturales y barbarie
Fogoneadas por las revoluciones sociales y estéticas de Occidente, la proliferación de imprentas, periódicos, movimientos sociales, universidades y sindicatos, las revistas culturales jugaron en el siglo pasado papel fundamental en el modo de interpretar y percibir las distintas realidades de América Latina (1920-80).
Aún se huele a tinta y papel. Sin embargo, las publicaciones ya no surgen de las tertulias de café, peñas literarias y debates académicos. El silencioso y libérrimo espacio de los blogs y “sitios web” callaron para siempre aquel bullicio de editores, periodistas, artistas, escritores, tipógrafos y libreros que se aglutinaban para difundir sus ideales políticos, ideológicos y culturales. Revisemos algunos momentos señeros de la “era revisteril” latinoamericana.
En México es obligado mencionar las tres épocas de Regeneración, de los hermanos Flores Magón (1901/1904-06 y 1910-18), como así también la Revista Moderna y Nosotros que, en medio de la Revolución, desplegaron nuevos horizontes filosóficos y el conocimiento de la cultura mexicana.
En Argentina, las míticas Martín Fierro (1904 y 1919) y Los Pensadores (1922-26) precedieron el gran impacto de Claridad (1927-41, Antonio Zamora). En Perú, con escasos recursos, José Carlos Mariátegui consiguió que Amauta (1926-30) circulase por el continente. Al año siguiente, Victoria Ocampo invirtió parte de su fortuna en la creación de una revista trascendental: Sur (1931-67). Y al empezar la Segunda Guerra Mundial, dos grandes publicaciones brotaron de la tenaz voluntad de sus directores: en Uruguay, el ensayista Carlos Quijano se puso al frente de Marcha (1939-74) y en México, el cardenista Jesús Silva Herzog encabezó la primera época de Cuadernos Americanos (1942-67). Letras del Ecuador (1945-54, dirigida por Benjamín Carrión) y Revista de Guatemala (1945-48/1951-53, Luis Cardoza y Aragón) respondieron a las urgencias culturales de ambos países, y la revolución cubana llevó a la creación de Casa de las Américas (1960).
Los investigadores Héctor Lafleur y Sergio Provenzano se preguntaron a fines de los años sesenta: ¿cómo y por qué nacen las revistas culturales? ¿Son un mero pretexto de autopromoción o en cambio responden a una línea conceptual, doctrinaria e ideológica que trasciende los individualismos y los hedonismos? ¿Son simples expresiones facciosas, voceros de capillas y grupos o, acaso, la viva expresión de una revolución en el arte, el vehículo militante de una transformación en la sensibilidad de una época?
“Las revistas culturales –concluyen– pueden ser todo eso a la vez, o cada una de esas instancias.” Pero lo cierto, añaden, es que “… revelan o anuncian un cambio cultural en el estilo de los grupos sociales, incidiendo sobre una nueva acomodación de la inteligencia frente al vivir del hombre en su medio”.
En un estudio dedicado al tema, la experta argentina Fernanda Beigel subraya el aporte pionero de Arturo Andrés Roig en señalar la importancia de las revistas culturales como “documentos de época” (Utopía y Praxis Latinoamericana, Buenos Aires, enero 2003).
Recordando a Walter Benjamín en Para una crítica de la violencia (Premia Editora, México, 1982, obra que en alguna ocasión citó el subcomandante Marcos), Beigel subraya que “no hay documento de cultura que no sea, a la vez, documento de barbarie”. Es decir, que al revivir una época y observar el patrimonio como producto cultural de sucesivas victorias de unas clases sobre otras, aparecen con claridad las formas de dominación que oscurecen la presencia del conflicto de clase y la opresión.
Con mayor o menor énfasis, casi todas las revistas culturales de América Latina han dado cauce a denuncias y análisis directos de la injusticia social, la defensa de los desposeídos y la crítica de las oligarquías de turno. De aquí la necesidad de establecer, como recomienda Raymond Williams, un par de cuestiones a la hora de analizar una publicación cultural.
En primer lugar, la organización interna del grupo particular y, luego, sus relaciones (proyectadas o reales) con otros grupos en la misma esfera cultural y con la sociedad en general, atendiendo los acontecimientos históricos que forjaron su curso.
En ese sentido, considero de urgencia que intelectuales calificados y honestos se den a la tarea de analizar (en público, en voz alta, y “sin estridencia”), el papel que viene cumpliendo la revista Nexos en la cultura mexicana. Y es que dicha publicación ya no puede catalogarse exclusivamente como revista literaria o cultural, pues viene precipitándose en terrenos más amplios y conflictivos. Me refiero, claro, a su línea editorial, y no a la heterogeneidad de sus colaboradores.
Como eje temático del encuentro, propongo lo siguiente: “¿Maquillar una masacre de indígenas es asunto de opinión?” Para mayores informes, dirigirse a: [email protected]