Usted disculpe... dos siglos después
En la Cámara de Diputados se crean, con frecuencia, comisiones inútiles y absurdas. La conformada para solicitar que la Iglesia católica levanté la pena de excomunión al padre Miguel Hidalgo y Costilla es una. Además, tal vez sin proponérselo, la solicitud se presta para lavar la cara a la institución que echó mano de todos sus poderes para declarar hereje a quien inicio el movimiento de Independencia en México.
Con rapidez el sacerdote metido a político –¿será al revés?–, Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, dio instrucciones para que se forjara una comisión histórica de la arquidiócesis de México para revisar los expedientes excomulgatorios que pesaron contra los sacerdotes Miguel Hidalgo, José María Morelos y Pavón, entre otros que se enrolaron en la lucha independentista.
El pasado 18 de octubre, con inusitada rapidez, la tal comisión presentó sus conclusiones. Gustavo Watson (responsable de los archivos históricos de la Basílica de Guadalupe y de la arquidiócesis) sentenció: “No se conocía muy bien el dictamen del caso, o no hubo difusión muy grande, pero ahora es tiempo de sacar todas estas cosas que ya han sido publicadas. Que Hidalgo sí fue excomulgado, pero se le levantó esa excomunión en el momento mismo que se confesó y se arrepintió, y eso lo podemos afirmar porque nosotros tenemos el dictamen”.
Lo anterior oscila entre el humor involuntario, la tergiversación histórica, cinismo y ganas de verles rostro de estúpido a los demás. Miguel Hidalgo padeció tanto un proceso militar como uno inquisitorial. Fue acusado de enemigo del régimen político y estigmatizado como hereje por la Iglesia católica romana. A los malabares interpretativos de Watson –elemental, mi querido, diría Sherlock Holmes– sólo hay que ponerle enfrente la abundante documentación que demuestra la persecución que desató la jerarquía católica de la época contra el insurrecto mayor, Miguel Hidalgo y Costilla. El conglomerado político/religioso de la Nueva España desató toda su maquinaria para dar una condena ejemplar al cura que en la madrugada del 16 de septiembre de 1810 convocó al levantamiento del pueblo.
Pocas semanas después del llamado popular hecho por Hidalgo, la Inquisición cita al rebelde para que comparezca ante ella. En un edicto, que fue mandado fijar en las iglesias, se le considera depravado, desviado doctrinalmente, fornicario, soberbio, libertino, infiel, hipócrita, inicuo, enemigo de Dios, monstruo, apóstata, padrote (“hicisteis pacto con vuestra manceba de que os buscase mujeres para fornicar, y que para lo mismo le buscaríais a ella hombres”) y, ¡horror!, luterano: “Adoptáis la doctrina de Lutero en orden a la divina Eucaristía, y confesión auricular, negando la autenticidad de la Epístola de San Pablo a los de Corinto, y asegurando que la doctrina del Evangelio de este Sacramento, está mal entendida, en cuanto a que creemos la existencia de Jesucristo en él”. Es decir, según sus juzgadores, Hidalgo no creía en la transubstanciación, no compartía que en la comunión estuviese realmente la sangre y el cuerpo de Cristo.
Hidalgo compareció ante la Inquisición después de que fue apresado (21 de marzo de 1811). A varios de sus compañeros civiles de insurrección los fusilaron antes que a él.
La condición sacerdotal de Miguel Hidalgo y Costilla hizo necesario, para poder enviarlo al paredón, que primero se le retiraran los hábitos clericales. Esto lo hizo con mucho gusto la Inquisición, que lo excomulgó y puso en manos de la justicia civil, justicia que a su vez estaba supeditada a las autoridades eclesiásticas. Previa excomunión Hidalgo fue enviado a las mazmorras, de las que era sacado nada más para hacerlo comparecer ante sus jueces eclesiásticos, los que le sometieron a jornadas infamantes.
Antes de su fusilamiento (a las siete de la mañana del 30 de julio de 1811), a Hidalgo le fue leída la pena de excomunión, algunas fuentes dicen que fue emitida por el propio papa Pío VII, y uno de cuyos fragmentos dice: “Lo excomulgamos, lo anatematizamos y lo secuestramos de los umbrales de la iglesia del Dios omnipotente para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos, juntamente con Datán y Avirán… Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga, y que el cielo con todos los poderes que hay en él se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen. ¡Así sea! Amén”.
Después de la ejecución su cuerpo fue exhibido en la plaza pública, por la tarde cercenaron la cabeza del cuerpo, la pusieron en una caja con sal y la enviaron para que fuera colgada, junto con las de Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez en la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.
Sus inquisidores obligaron al padre Hidalgo a estampar su firma en una retractación de sus errores. Ésa es la base que hoy usa Watson para asegurar que el reo murió reconciliado con la Iglesia. La abjuración le fue arrancada mediante torturas y anatemas.
Finalmente, fuentes bien informadas me aseguran que antes de que se cumpla el bicentenario del inicio de la Independencia mexicana, la comisión histórica del arzobispado de México revelará, por boca del cardenal Rivera Carera, que Miguel Hidalgo nunca fue fusilado, que su cuerpo inerte jamás fue decapitado y que, por lo tanto, la cabeza colgante en la Alhóndiga de Granaditas no era la de él. Que todo fue urdido por pérfidos luteranos para desacreditar a la inmaculada Iglesia de Roma.
Mis informantes agregaron que la Comisión de Diputados que solicitó la reivindicación de Hidalgo celebrará el éxito de sus gestiones asistiendo a una misa que, todo apunta a ello, celebrará Norberto Rivera.