Usted está aquí: martes 6 de noviembre de 2007 Espectáculos A Acapulco o al purgatorio, decían los marinos antes de empezar el viaje en La Nao de China

Continúan en el puerto las actividades del festival dedicado a esa antigua ruta

A Acapulco o al purgatorio, decían los marinos antes de empezar el viaje en La Nao de China

Tania Molina Ramírez (Enviada)

Ampliar la imagen Museo Histórico de Acapulco, ubicado en el Fuerte de San Diego Museo Histórico de Acapulco, ubicado en el Fuerte de San Diego Foto: Mauricio Marat

Acapulco, Gro., 5 de noviembre. Cuando los marineros zarpaban desde Filipinas con rumbo a tierras de Nueva España, se encomendaban a Nuestra Señora de la Paz y Buen Viaje. Y, al final de las oraciones, decían “a Acapulco o al purgatorio”. Así de peligroso era el viaje que tenían por delante. Esto lo contó en entrevista con La Jornada Marcelo Adano, director del Museo Histórico Naval de Acapulco, AC (www.museonavalaca.org), y estudioso de La Nao de China, como se le conoce a la ruta marítima entre Filipinas y el puerto guerrerense, usada por la corona española durante cerca de 250 años.

Ahora, La Nao de Acapulco es el nombre del festival internacional cultural, que del 3 al 17 de noviembre lleva a cabo su primera edición (www.acapulco.gob.mx/sedesol/nao/index.htm).

La historia de aquel intenso intercambio comercial y cultural es desconocida inclusive por muchos habitantes locales.

Tras superar el escorbuto, las tormentas y quizá algún ataque de piratas o corsarios, los más fuertes y afortunados hombres de mar llegaban a Acapulco entre diciembre y enero.

Un pequeño pueblo despertó

Y el pequeño pueblo pesquero despertaba. De los alrededores, y hasta de Michoacán, llegaban hombres en busca de trabajo como cargadores. Arribaban comerciantes. Llegaban los funcionarios del fuerte de San Diego. La población se quintuplicaba y se armaba una feria, con todo y peleas de gallos.

La gran mayoría de las mercancías seguía su viaje a la ciudad de México, al Parián, en el Zócalo. Luego, explicó Adano, una parte “iba a Veracruz y de ahí a Sevilla, a Cádiz y al resto de Europa”.

Gracias a aquellos viajes, la Nueva España pudo disfrutar de mangos, sedas, especias, tapetes, piedras preciosas, por mencionar sólo algunas de las mercancías que llegaban de varias partes de Asia, aunque dominaban las de origen chino (como ahora). Las mercancías se concentraban en Manila y desde ahí se embarcaban.

A su vez, Filipinas se enriqueció con el chile, el aguacate, el tabaco, el papel, la tinta y la cochinilla de grana, entre muchos otros productos.

Hubo, también, otro tipo de viajeros: frailes, presos y esclavos (hombres y mujeres). Y, en Acapulco, hubo una colonia de asiáticos.

A partir de 1565, cuando se realizó el primer viaje, el peligro mayor que enfrentaban aquellos valientes hombres de mar era el escorbuto y la falta de agua. Las frutas les duraban sólo unos dos meses. Luego, comenzaba la caída de dientes, síntoma de la falta de vitamina C, hasta llegar a la muerte. “En el siglo XVIII, el capitán Cook descubrió que la cebolla cruda daba vitamina C”, siguió Adano.

Los barcos también debían enfrentar el contrabando, tanto al salir de Manila como al llegar al continente americano.

Rara vez se tenían que defender de los corsarios. Marcelo Adano señaló que hay pocos casos documentados, entre ellos uno en 1584, del galés Thomas Cavendish, que asaltó a Nuestra Señora Santa Ana, cerca del cabo San Lucas.

Por cierto, recordó Adano, la esmeralda que la Reina Isabel se pone cada primero de enero fue obtenida por sir Francis Drake.

Drake anduvo por las costas del Pacífico. Era un corsario al que le gustaba la buena vida, dijo Adano. “Viajaba con una orquesta”. En una ocasión, invitó a cenar a las autoridades de Huatulco (hasta 1570 fue el puerto más importante de Nueva España), la orquesta de cámara tocó y, durante la cena, entre finos acordes, les contó que si no cooperaban dándole lo que él quería, tendría que ser a la mala.

Muchísimo más frecuentes que los corsarios eran las tormentas que enfrentaban en la ruta de regreso de Filipinas. Aunque también resultaban ser una bendición, porque los abastecía de agua fresca. Con todo, “eran muchos los viajes exitosos”.

El regreso, por ahí del mes de marzo, era peor que la ida: Acapulco y Manila están casi a la misma latitud, por tanto, uno puede navegar a Filipinas en unos tres a cuatro meses, con una escala en el archipiélago de las Marianas. Pero, de vuelta, las corrientes impiden tomar el mismo camino. Los barcos tenían que subir al norte y luego bajar. El viaje, de cerca de 8 mil millas marinas (unos 15 mil kilómetros), llegaba a durar de cinco a seis meses.

De un barco con unas 300 personas, podía ser que hasta 70 perdieran la vida en el trayecto (siglo XVII).

Para algunos, sin embargo, valía la pena el peligro: con unos tres de aquellos viajes, “un comerciante hacía una fortuna”. Los novohispanos usaban prestanombres, porque sólo los filipinos podían traer mercancía. Todo tenía que ser por medio de la corona española, que prohibía el comercio intercolonial.

La tajada de león se la llevaban los de la ciudad de México

Pero, “la tajada de león se la llevaban los comerciantes de la ciudad de México”, explicó Adano.

“Para el puerto representó muy poco. No dejó de ser un pueblo de pescadores. Era un lugar de paso. Ni siquiera se desarrolló una infraestructura portuaria.”

Cada año, los viajes siguieron con “sorprendente regularidad”, hasta 1815, cuando la Independencia los frenó. Luego, en 1817 y 1821 navegaron algunos barcos privados, “pero fue como el epitafio de esos periplos”, siguió Adano.

A partir de 1821 se ha estudiado poco el tema, asegura el director del museo naval. Por tanto, actualmente se está haciendo.

A lo largo de estos siglos, los barcos evolucionaron poco: en el siglo XVI, las naos y las carabelas, de unos 20 metros de largo, con cupo para cuando mucho 100 personas, viajaban a cuatro o cinco nudos (9 o 10 kilómetros por hora), hasta llegar a los navíos y fragatas del siglo XVIII, que iban como a 8 o 9 nudos (menos de 15 kilómetros por hora) y cargaban a unas 300 personas.

Como se verá, la tecnología habrá cambiado, pero los modos, poco. Durante la entrevista, Adano fue mencionando algunas de las costumbres que continúan: el contrabando, los prestanombres, siguen quedándose con la mayor ganancia los intermediarios, la evasión fiscal, la corrupción, el centro continúa beneficiándose en mayor medida, las potencias siguen imponiendo las reglas del comercio internacional y hasta la población de Acapulco sigue fluctuando según la época.

 
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