El desastre de la debilidad social
A 25 años de políticas neoliberales, a 11 de “transición pactada”, a siete de la alternancia, la gran derrotada ha sido la sociedad mexicana, el tejido social y la destrucción de las formas de organización comunitaria y sectorial. La izquierda se confundió: creyó que defender y recrear las viejas estructuras clientelares y corporativas del viejo régimen era organizar a la sociedad.
Si el sismo de 1985 generó la organización de la sociedad e influyó en toda la estructura política, los partidos y las decisiones gubernamentales, los actuales desastres naturales han reflejado la catástrofe de la desorganización social, así como la incapacidad de la nuevas formas privadas y gubernamentales para resolver estructuralmente las consecuencias, pues en el fondo lo que se esconde es toda una visión contrainsurgente y previsora ante la posibilidad de que la sociedad tome bajo su control la emergencia y que, como en 1985, rebase y desplace las formas verticales y antidemocráticas.
Todas las instituciones privadas y públicas mueven grandes aparatos, como hacen ahora por lo de Tabasco, pero siempre preocupadas por la posibilidad de que la sociedad civil se organice y pueda cuestionar todo el modelo de prevención, de atención y de origen de los desastres.
Para los grandes consorcios privados, el gran objetivo de la “ayuda” es la deducibilidad de impuestos. Su solidaridad tiene como fundamento deducir sus pagos al fisco, y en estos últimos meses, antes de que entren en vigor las nuevas disposiciones fiscales, la tragedia ha sido un regalo para evadir el pago de impuestos de 2007, como habían venido haciendo tradicionalmente con el “redondeo”, los “teletones” y toda la estructura privada de fundaciones para la filantropía con la cual han pretendido sustituir las políticas públicas y la organización comunitaria y gremial.
En este afán de deducir impuestos, los grandes consorcios privados del comercio, la banca, los medios electrónicos, se publicitan como vanguardia de la organización social, promoviendo cuentas bancarias para la ayuda, debilitando más al erario, el mismo que luego carga con la responsabilidad de la falta de atención y solución ante las pérdidas sociales.
La pérdida y el desastre de origen “natural” se han ido perfilando como un buen negocio, cuyo logo de la protección civil debería ser un buitre en espera de víctimas para alimentarse. Esto crea un círculo vicioso que se desarrolla bajo la premisa de mantener una sociedad civil laboral, gremial y comunitaria en altos grados de debilidad y dependencia, sin capacidad de autorganización ni de generar estructuras desde abajo. Todo el concepto de protección civil está marcado por los criterios contrainsurgentes de impedir el fortalecimiento del tejido social y formas autónomas e independientes de gestión social. Así, bajo el concepto de “ayuda”, albergues, comedores, centros de distribución de ayuda y salvamento, etcétera –dirigidos por organizaciones oficiosas y los grandes intereses privados, preocupados sobre todo por el negocio–, fortalece una filosofía de control social.
Si en 1985 fluyó la solidaridad de pueblo a pueblo a través de sindicatos, organizaciones inquilinarias, de barrio, grupos estudiantiles, de la cultura, intelectuales, campesinas, de mujeres, hoy la solidaridad se expresa por conducto de los bancos, las televisoras, los grandes centros comerciales y trasnacionales, que es más lo que se publicitan que lo que ayudan. Todo esto va aunado a la exigencia de que el Estado debe responder económicamente a la reposición de las pérdidas en viviendas, empleos, crédito e infraestructura pública, una vez retirados los reflectores. El robo y saqueo de la población desesperada son rápidamente criminalizados y sirven para hacer todo tipo de declaraciones moralistas, mientras el saqueo fiscal y el gran negocio de la ayuda no es motivo de cuestionamiento, sino expresión de la debilidad social.
En el caso de Tabasco, como en muchas otras partes del país y del mundo, la respuesta a las tragedias hace revelaciones sobre el grado de justicia o injusticia en la sociedad. En Nueva Orleáns se observó claramente. En nuestro caso, la paralización política en general, el discurso estridente y demagógico en la política, la inexistencia de una actitud verdaderamente opositora y eficiente, constructora de propuestas, han dejado una sociedad polarizada y conflictiva que ante la emergencia y las catástrofes se ve impedida de hacer del desastre un ejercicio de organización y democracia. La búsqueda grosera de ganar políticamente en el desastre y formar bases clientelares en torno a las necesidades descalifica a las fuerzas políticas y únicamente deja en el ejército y en los grandes consorcios privados el control de la infraestructura para la ayuda.
Desastres como el de Tabasco reflejan las dimensiones y consecuencias de la debilidad social y lo que ha sido la obra del conflicto por el poder político y la hegemonía de intereses económicos.