Dos sombras
La palabra sombra no es lo único que tienen en común Lucía Joyce y Patricia Highsmith pero es algo. ¿La palabra, o el síndrome? De superficial a profundo. Un juego: la clave está en la eme, que sombra tiene, pero que le falta a sobra, por más que ambas biografiadas a quien le sobraran fuera a la que en los dos casos o caos sintió que cada una le hacía sombra, un personaje designado con dos emes en el nombre en español y hasta tres en el italiano, mamma, mamá.
Andrew Wilson tituló su biografía de Patricia Highsmith Sombra bella, y para Carol Loeb Shloss la sombra que eclipsó, oscureció y dominó a su biografiada Lucía fue gigante.
Patricia llegó a ser nominada al Premio Nobel de Literatura en 1991; Lucía estuvo a punto de ser primerísima bailarina; a punto de ser ilustradora de libros; a punto de ser escritora. Fue, incuestionable, íntegramente, la materia prima de Finnegans Wake, experimento de libro que Highsmith consideró desafortunado por críptico en exceso.
Patricia Highsmith se enteró de que además de hija única fue no deseada, en una ocasión en que, de niña, espontáneamente le dijo a su mamá que le gustaba el olor a aguarrás. “Me consta”, le comentó su mamá; “es lo que tomé para procurar abortarte”. Patricia no sólo nació, sino que se creó tan buen rincón en el universo que su mamá se lo trató de usurpar. En una rueda de prensa programada para la novelista ya famosa, la aviesa mamá se hizo pasar por su hija y enfrentó a los medios hasta ser descubierta.
El papá de Lucía tuvo que pedir a una de sus hermanas que se hiciera cargo de su hija prácticamente recién nacida, pues la mamá de Lucía se declaró incompetente incluso para amamantarla. Expresaba sin reflexión su decidida preferencia por su primogénito, el varón. La mamá de Lucía murió sin haber vuelto a visitar una sola vez, en por lo menos los últimos diez años de su propia vida, a su hija en el siquiátrico en el que estaba internada.
Las dos, Lucía y Patricia, tenían talento para el dibujo. Y la causa que orilló a ambas a expresar violencia fue la misma. Lucía, dotada en el arte histriónico, actuó su odio y su furia. En una ocasión arrojó una silla contra su mamá; en varias, se agredió a sí misma. Por su parte, Patricia transformó su odio y su furia en arte narrativo. Lucía se abandonó a la locura; Patricia se detuvo varias veces ante su frontera, pero temió abandonársele toda su vida.
Ninguna se casó; ninguna tuvo hijos. A las dos las atormentó el amor. Las dos se relacionaron con parejas que intentaron dominarlas y que luego las abandonaron.
Todos los que dieron al biógrafo algún testimonio sobre Patricia se refirieron al mechón negro tras el que ella se escondía. Su pelo le hacía sombra. A Lucía todo le hizo sombra. Todas las circunstancias se tomaron de la mano para hacer cuerpo contra su cuerpo de bailarina hasta paralizarla. Hay dudas entre si la gota pudo haber sido perder en un concurso de danza, o sufrir un aborto, o padecer la fama del papá; pero no hay duda del efecto que tuvo contra ella la desaprobación de su mamá.
Presencia de líos en las herencias y en la ilegitimidad. En un renglón, Patricia nombró heredero hasta al último de sus sobrinos con tal de hacer resaltar que no nombraba a su mamá. Su mamá le había negado su parte de herencia de su abuela, cuando había sido a su abuela a quien esta mamá encargó a Patricia en el periodo entre la infancia y la adolescencia en la que la abandonó.
Las mamás de Patricia y de Lucía desaprobaron a sus hijas de forma abierta y absoluta. A Patricia, la suya no le comunicó ni quién era su papá biológico ni cuál su verdadero apellido hasta que ella consideró oportuno comunicárselo. Lucía nació y creció como hija ilegítima, pues sus padres no se casaron hasta que los hijos eran adultos. Lucía murió legítimamente hija de Joyce, pero no fue enterrada con sus padres y hermano en el cementerio Flutern, en los alrededores de Zurich, sino sola, en Northampton, Inglaterra. Sombras en la identidad de las dos mujeres, Patricia Plangman, en realidad; y Lucía sólo tardíamente Joyce.
Patricia se desdobló a través del lenguaje. Se recreó en personajes con un concepto tan personal de integridad que, para los demás, resultan carentes de moral. Lucía también se desdobló a través del lenguaje. Creó un idioma tan personal que, al convertirse en la materia prima del libro último de su papá, resulta desafortunado por críptico en exceso.