Giuliani en México
Como parte de una política urbana general, Estados Unidos ha lanzado una ofensiva para sacar a los pobres de las áreas centrales de las ciudades estadunidenses. La recuperación de centros históricos es la queja y base de la lucha inquilinaria de afroestadunidenses, latinos, asiáticos, que con sus actividades económicas informales ocupan esos espacios que hoy son el objetivo a rehabilitar para poner en oferta esas áreas a otros costos y usos, pero no están incluidos los pobres que tradicionalmente las ocuparon y que por naturaleza son refugio de inmigrantes legales e ilegales en el país vecino. Esta política se extiende también a ciudades europeas de alta incidencia migratoria, como Barcelona, Madrid y París.
Esta ofensiva surgió en Nueva York entre 1994 y 2002, cuando el alcalde Rudolph Giuliani la puso en práctica como política municipal, la denominada Compstat o Cero tolerancia, copiada y aplicada luego en muchas otras ciudades del mundo. Llamado America major por su papel protagónico durante el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, Giuliani se convirtió en el símbolo de los valores y el patriotismo alentado por la política de George W. Bush “contra el terrorismo”.
Hoy, Giuliani, abogado millonario, propietario de la compañía de seguridad Giuliani Partners LLC, la cual diseñó la nueva policía de la ocupación en Bagdad, da asesoría a gobiernos. Su combate a los pobres, homeless y pandillas de Nueva York le dio los méritos para convertirlo en precandidato republicano a la presidencia de Estados Unidos y hoy es el gran representante de las políticas más conservadoras contra la inmigración, pues la semana pasada declaró que su programa Cero tolerancia dejará el territorio estadunidense sin inmigrantes ilegales en tres meses, como hizo en Manhattan durante su ejercicio como alcalde de Nueva York.
Giuliani aún es en la Gran Manzana símbolo de las políticas más derechistas. La aplicación de su política Cero tolerancia, que ha prometido para todo el país contra los inmigrantes, los dejará con cero derechos para atenderse médica, educativa y socialmente, abarcando también el aspecto laboral.
Lo paradójico es que Giuliani fue asesor en políticas de seguridad durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Se le contrató y se le pagó por diseñar y ajustar el programa Cero tolerancia a la ciudad de México. De ahí vino el cuestionado bando de Cultura Cívica en la legislatura pasada de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que prohibía o criminalizaba a los franeleros, la mendicidad y el ambulantaje.
La lucha por el Centro Histórico estaba declarada, pero Marcelo Ebrard se había reservado esta batalla para él, lo cual le ha dado los mismos resultados políticos que a Rudolph Giuliani al desaparecer a miles de vendedores ambulantes de las calles, relegando su destino y la manera de ganarse un ingreso a un asunto secundario o de respuesta simple: “eran flojos”, “no necesitaban el trabajo”, “era un pretexto de la delincuencia”.
Hoy sentimos por el Centro Histórico la misma fascinación que experimentaron los neoyorquinos por Manhattan, una vez que fue limpiada de pobres y miserables: calles vacías, regreso del resplandor arquitectónico. Recuperación inmediata sin respuestas prolongadas ni conflictivas ha hecho aceptar que los ambulantes no eran sino un “mito genial” de sociólogos y economistas, que el problema del desempleo no es tal y que su desaparición es el mejor regalo navideño para una ciudadanía ávida de políticas conservadoras, como implantar el “no fumar” en todas partes.
La identificación entre las políticas de Giuliani y del PRD al frente del gobierno de la ciudad se consolida, pues los miles que hubiesen tenido en la izquierda un respaldo para presionar por un orden nuevo es la misma que los desaloja y los deja en el peor de los mundos: la inexistencia.
La estética de nuestro Centro Histórico es maravillosa sin duda, pero debería darnos miedo, pues en el fondo es uno de los atajos que nos gusta tomar cuando no hacemos los cambios estructurales o incluyentes necesarios para acompañar esta decisión con acciones que lo sustenten desde el ámbito también de la transformación económica y social.
¿Recuerdan ustedes que al inicio de toda esta pesadilla había canciones y espots gubernamentales que sugerían: “empléate a ti mismo”? Eran los años de las políticas de austeridad dictadas por el Fondo Monetario Internacional, que el gobierno mexicano seguía al pie de la letra despidiendo a miles de trabajadores al servicio del Estado, y empezaba la desindustrialización. Fue el inicio de la gran época de Tepito para llevar la globalización a los despedidos y quitarles la conciencia laboral y los hábitos proletarios para convertirlos en “empresarios” de un puesto en la vía pública vendiendo fayuca.
Hoy, ningún economista ha levantado la voz para hacer un balance del costo social que tendrá la aplicación del Cero tolerancia y las políticas de Giuliani en la ciudad de México. Todos gozamos, pero es muy posible que estemos fascinados bailando encima de un barril de pólvora.