El domingo, José Tomás
Entre volutas de humo y espirales retorcidas se terminó la temporada de novilladas en la placita de la familia Arroyo, acompañada de chicharrones, barbacoa, carnitas y chiles de diversos sabores y picores. Se terminó con los triunfadores del serial; Montosita y Coronado, que no consiguieron emocionar a los cabales como en otras tardes. Los novillos de Garfias resultaron de corto recorrido y un “no sé qué” indescifrable para los noveles que a pesar de ello si no se descarrilan pueden caminar en la lidia profesional de reses bravas.
Sólo dos novilleros después de 17 novilladas, y ambos con necesidad de torear y aprender el oficio y la técnica. Sobre todo Coronado, que sale de cada festejo con palizas impresionantes. A los lados de las carreteras y en las toreadas de los pueblos se quedaron miles de maletillas toreando cabras y toros de media casta en los pedregales y los magueyales. Sueños guajiros sugestionados de grandiosidad y frustración en su ingenuidad. Novilleros que se inician en el drama de la fiesta torera al nunca llegar a las plazas de primera categoría y sólo vivir de fantasías al reflejo de las luces y el volar de capotillos que electrizarían a públicos imaginarios.
Maletillas tratando de emular e identificarse con José Tomás quien, el domingo próximo, reaparecerá en la Plaza México en el inicio de la temporada formal de corridas de toros, ya consagrado como “la figura” de la fiesta actual, gracias a salirse de ese toreo mecanizado, uniforme, soporífero, deprimente que fue ahuyentando a los públicos de los cosos. El torero madrileño llena las plazas por su sello personal, quietud y un duende no andaluz, sino castellano, quijotesco, que es a lo demoniaco lo que la pena a la angustia. La chispa de lo inesperado que enciende el fuego y la pena negra, la indescifrable, la inasible, la oscura, pero que requiere del toro con casta, enrazado, representación de las fuerzas incontrolables de la naturaleza. ¿Aparecerá este toro el próximo?