Usted está aquí: lunes 29 de octubre de 2007 Cultura La música cambia vidas; yo soy un ejemplo: Gustavo Dudamel

Un milagro cultural

Me gusta ser una celebridad porque mi imagen ayuda a los jóvenes a superarse, señala

La música cambia vidas; yo soy un ejemplo: Gustavo Dudamel

En entrevista con La Jornada el joven estrella de la dirección asegura que el proyecto venezolano de crear orquestas apartó de las drogas a miles de jóvenes y les dio una nueva vida

Pablo Espinosa (Enviado)

Ampliar la imagen Gustavo Dudamel mantiene la sencillez a pesar de estar en el Olimpo de los directores de orquesta Gustavo Dudamel mantiene la sencillez a pesar de estar en el Olimpo de los directores de orquesta Foto: Pablo Espinosa

Ampliar la imagen "Mi familia me dio todo, me dio unos valores importantísimos que, complementados con mi formación musical y elemental, hicieron de mí una persona firme", señala el director “Mi familia me dio todo, me dio unos valores importantísimos que, complementados con mi formación musical y elemental, hicieron de mí una persona firme”, señala el director Foto: Pablo Espinosa

Monterrey, 28 de octubre. El maestro Gustavo Dudamel en exclusiva para La Jornada: “yo he visto cómo la música ha salvado vidas: en cuanto un joven ingresa a una orquesta sinfónica entra a una familia y se convierte en una mejor persona. Yo soy producto de ese cambio. Ahora que he cumplido mi sueño de dirigir a las orquestas más grandes del mundo ciertamente mi vida cotidiana ha cambiado, pero te juro que sigo siendo el mismo. Si me tratan diferente es porque uno se convierte en una imagen. Y si esa imagen sirve para inspirar a los jóvenes a superarse, si me ven y dicen: ‘yo también quiero ser como él’, si soy un referente y un ejemplo, entonces sí me gusta ser una celebridad, porque soy útil a la sociedad”.

A sus 26 años de edad, Gustavo Dudamel es una de las máximas figuras de la dirección orquestal en el planeta. Su nombre figura junto a los de Claudio Abbado, Simon Rattle, Daniel Barenboim y Essa-Pekka Salonen, con quienes comparte la batuta de las filarmónicas de Berlín, Viena, Los Ángeles, Nueva York, entre otras orquestas-topes, porque no hay mejores en el orbe.

Cuando niño, Gustavo Dudamel dirigía discos en su casa, como lo hacen muchos niños. Como no hay casualidades, esos discos de acetato fueron grabados por Claudio Abbado y Daniel Barenboim y precisamente con Abbado preparó Dudamel la grabación de la Quinta Sinfonía de Mahler, que recientemente terminó por consagrarlo en el Olimpo de los grandes directores de orquesta, en el segundo de sus discos grabados en Alemania. A Daniel Barenboim lo acaba de dirigir (¡!) Dudamel al frente de la Filarmónica de Viena en el dificilísimo Primer Concierto para piano de Bartok: Daniel como solista, Gustavo a la batuta. Con Rattle, quien es el director de la mejor orquesta del mundo, la Filarmónica de Berlín, Dudamel compartirá la batuta de la Orquesta Simón Bolívar en breve, cuando culminen la gira que actualmente los tiene en Monterrey. En tanto, Essa-Pekka Salonen, quien cuando asumió la titularidad de la Filarmónica de Los Ángeles era el director de orquesta más joven en el mundo con tanto talento, pasará la estafeta en breve al nuevo rey de esa categoría, Gustavo Dudamel, en los mismísimos cuernos de la Luna.

Dudamel es producto y parte de un milagro cultural: el sistema de orquestas infantiles y juveniles que inició hace 33 años el maestro José Antonio Abreu en Venezuela, país que ha sembrado este moderno Quijote de orquestas sinfónicas, un sueño al que nadie, salvo Abreu y los niños y los jóvenes y sus padres, daba el mínimo tiempo de vida.

El milagro ha durado 33 años y Abreu sigue bregando. Una de las flores de ese inmenso jardín ha recibido un rayo de iluminación divina: Gustavo Dudamel, tocado por la gracia, pero como el joven Gustavo hay decenas, cientos, miles de niñas, niños, jovencitas y jóvenes que aman la música y han encontrado en ella el arte supremo de vivir.

Ese milagro cultural se ha intentado trasplantar a México, sin éxito. País de corrupción: no hace falta decir más. Pero el ejemplo ahí está: un joven latinoamericano, Gustavo Dudamel, ha ingresado al Olimpo de los directores de orquesta que se pueden contar con los dedos de una mano en el mundo, gracias a un sistema de educación musical en un país parecido al nuestro. El legado del maestro Eduardo Mata (1942-1995) también está presente en este ejemplo, pues creyó en esa bendita locura de José Antonio Abreu, participó de ella, grabó discos históricos con esta orquesta y parece repetirse, mejor dicho continuarse, en la persona de Dudamel, un muchacho sencillo que es una eminencia, pero sigue siendo una buena persona, al igual que lo fue el maestro Mata.

Este fin de semana hizo su debut en nuestro país con su titular, el ya legendario Gustavo Dudamel, en uno de los puntos más intensos y luminosos del Forum de Monterrey.

Conseguir una entrevista con Gustavo Dudamel ya no resulta sencillo a pesar de la sencillez de este muchacho genial. Es una celebridad mundial, como lo es Simon Rattle, y eso es absolutamente lógico y comprensible. Gracias a los organizadores del Forum de Monterrey y en especial a la productora Elisa Wagner, quien puso a disposición de Gustavo Dudamel una reseña que publicó La Jornada de los dos discos que ha grabado este muchacho al frente de su orquesta de muchachos bajo el sello Deutsche Grammophon, fue que se produjo el milagro y he aquí una primicia mundial: el maestro Gustavo Dudamel, en entrevista:

–¿Qué diferencia encuentra entre dirigir una semana a los niños venezolanos, a la siguiente a los jóvenes maestros de la Orquesta Simón Bolívar y dos días después dirigir a los experimentados maestros de la Filarmónica de Berlín?

–Mira, mi manera de trabajar siempre es la misma, porque cuando hay un trato enfocado en la excelencia tienes que sentirte un artista para poder lograr el fin, que es hacer buena música. Evidentemente Berlín Philarmoniker es una institución y es una orquesta inmensa, tanto técnicamente como interpretativamente, de ensueño, pero mi forma de trabajar es siempre la misma. Hacer música me pide el mismo nivel trabajando con niños, con jóvenes o con maestros consumados. Por supuesto que ya a la Filarmónica de Berlín no le tienes que decir muchas cosas, porque ya ellos lo interpretan.

–Pero no suena sola.

–Exacto, pero no suena sola. Siempre la pasión y el amor por hacer la música es la misma, que es lo más importante.

Cambios personales

–¿Cómo ha cambiado su vida cotidiana al ingresar al Olimpo de los grandes directores del planeta entero?

–Cierto, hay un cambio en mi vida, hay más responsabilidades porque el hecho de dirigir más y dirigir importantes orquestas te hace comprometerte mucho más y estudiar cada vez más, pero en la naturaleza de Gustavo Dudamel yo sigo siendo el mismo, te lo juro que me sigo sintiendo el mismo muchacho, inclusive cuando viajo con la orquesta tú me ves metido con los muchachos bromeando, me gusta estar cercano porque mientras más cercano estés más mágico va a ser el momento de hacer música. En estos días fui a mi ciudad natal, a Barquisimeto, donde tenía tiempo sin ir y la gente me recibió con una alegría muy grande y eso para mí fue un gran regalo, un regalo de vida. Mi compromiso es más grande, porque tú te conviertes en una imagen, pero esa imagen tiene que estar bien conducida, bien guiada, mientras sea para el bien, para dar a esos muchachos una esperanza, a esos jóvenes músicos que en uno miran un punto de referencia: yo quiero ser y eso es muy importante, y mientras yo sea imagen en este punto, con ese fin siempre lo quiero ser. Si sirvo como un referente de superación para ellos, como un ejemplo, me gusta, lo asumo como mi misión, me siento útil.

–Ésta no es una pregunta técnica sino personal, a mansalva: ¿qué es la música, maestro Dudamel?

–La música es mi vida. Mira, cuando la gente me pregunta, ¿qué tú sientes y qué ves cuando estás dirigiendo?, hay veces que no recuerdo qué sentí, qué vi mientras hacía música. Porque la música es energía. La música tú no la ves. Tú ves a los ejecutantes y ves al director brincando y moviendo las manos, a los violinistas pasando el arco, ejecutando un trémolo rápidamente con un vibrato en la mano izquierda y ves a los trombonistas soplando aire, pero la música tú no la estás viendo, simplemente la estás sintiendo. Es una vibración y es una energía y eso es lo mágico de la música a diferencia de las otras artes. Una pintura la tienes ahí puesta y no la puedes cambiar, ya está así. En cambio la Quinta de Beethoven, cuántas veces la puedes cambiar. Un mismo director y una misma orquesta cuántas veces la pueden cambiar. Infinito. La música es un arte infinito, sensitivo, energético, el cual inspira. Y yo creo que la música realmente rescata lo social, porque inculca sensibilidad, el respeto al otro. Transformas al público, pero te transformas tú mismo al unísono y cuando compartes son tantas cosas, una enseñanza de comunidad. La música es un sinfín, podemos estar aquí hablando horas y horas y podemos ir deduciendo millones de conceptos a partir de la música. Estoy de acuerdo contigo: la música es una forma de conocimiento. La música cura. Absolutamente.

–¿Cómo ha salvado vidas la música en su país?

–Yo he visto jóvenes al borde de la muerte y no por una enfermedad, sino por el mayor padecimiento que es el ocio, flagelo de nuestros tiempos porque el joven está expuesto a las drogas, a la delincuencia, a la mala vida y qué pasa con la música: cuando el joven ingresa a la orquesta entra a una familia y forma parte de su familia genética, una familia con sensibilidad, se puede decir culta, porque al hacer música estás haciendo cultura. Se convierten en otras personas. Yo me siento parte de un cambio, porque yo vengo de una familia de medianos recursos, baja, no de medianos recursos alta y vivíamos en una zona donde había mucha gente pobre y donde muchos jóvenes y muchos amigos terminaron en las drogas, muchos terminaron muertos. Yo descubrí nuevos caminos con la música. Y no es una historia del niño pobre, no, es una realidad. Mi familia me dio todo, me dio unos valores importantísimos que complementados con mi formación musical y elemental hicieron de mí una persona firme. Hubo una convicción, yo tenía un sueño: yo quiero dirigir orquestas. Quiero llegar a dirigir las orquestas más grandes del mundo, hacer música siempre al más alto nivel, tener una orquesta para poder desarrollarme y mira: todo fue viniendo así. Trabajando mucho. Yo soy un ejemplo de un cambio. No soy un muchacho que viene con una historia del niño pobre, no, yo no vengo con ninguna historia.

–No es Hollywood, no es la historia ilusoria y mendaz del sueño americano.

–Exacto, yo vengo con una realidad palpable, la de nuestra sociedad. Y yo me siento muy orgulloso de mi familia que me dio todo. Mi abuelo fue el que levantó la familia, mis papás estaban muy jóvenes, trabajaban, pero mi abuelo trabajó muy duro para poder darme a mí una vocación firme y a mis tíos y eso es algo que no tiene precio.

–El programa del que es usted fruto y parte se ha intentado en México y no ha prendido; ¿qué se necesita para que este milagro cultural ocurra?

–Mira, primero que todo necesitas creer, eso es lo importante. Evidentemente José Antonio Abreu ha sido la pieza fundamental de todo esto. Sin él no hubiese sucedido nada en Venezuela, todo hubiese sido comenzar y terminar, comenzar y terminar, como la mayoría de los proyectos que se intentan. El maestro Abreu fue tildado de loco y no lo apoyaban. Nadie creía, ¡cómo!, ¿rescatar a los muchachos venezolanos a través de la música? Es una locura, eso no puede ser. Pero él estuvo convencido de su locura, de que eso era posible, y luchó y luchó y luchó hasta que ahora, 33 años después, sigue luchando, no deja de trabajar ni una hora por lograr que esto crezca, o sea que es muy importante esa pieza fundamental para el proyecto y de ahí todo viene solo, porque el amor de los jóvenes hacia la música ahí está. México es un país de referencia musical y cultural, solamente tú necesitas luchar por lo que tú crees y el apoyo, porque se necesita apoyo.

–Ahora, maestro Dudamel, su familia ha crecido más, ¿se le añaden los apellidos Rattle, Barenboim, Pekka-Salonen, Abbado?

–Son parte de mi familia. Todos ellos son como unos padres porque lo que más he aprendido de ellos no ha sido tanto lo musical, sino la humildad ante la partitura. Siempre hay un respeto trascendental cuando ellos se enfrentan a la partitura y siempre hay una visión distinta y una búsqueda distinta. Eso para mí ha sido un tesoro que lo guardaré por siempre, pero no para mí, sino para las nuevas generaciones.

–Eduardo Mata, quien falleció cuando usted era un niño todavía, fue pieza muy importante en la Orquesta Simón Bolívar y en el milagro musical del cual usted es fruto y parte. Quiero preguntarle: ¿quién es para usted Eduardo Mata?

–Es una imagen. Un referente. Un ejemplo. Alguien que uno puede voltear y decir: yo quiero ser como él. Para mí Mata es el hombre que le dio a la música latinoamericana su lugar en el mundo. Él reivindicó todas nuestras artes con todas las grandes orquestas del mundo y fue respetado y fue amado por todas las grandes orquestas y eso es algo que nosotros, y que yo –a pesar de que no lo conocí, porque estaba muy muchachito y no viví en Caracas y él siempre dirigió en Caracas–, apreciamos y valoramos como un tesoro. La fuerza interpretativa de Mata, su trabajo minucioso. Eduardo Mata es un gran maestro y un gran humanista. Un visionario.

 
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