Jazz
Ximena Sariñana
Ximena tiene un imán escondido por algún lado. Me parece que es en el centro del ser, aunque igual lo puede traer atrás de la voz o en la bolsa del pantalón. No sé. El caso es que le funciona a la perfección. Durante hora y media nadie se movió de una atestada Plaza de las Artes, a pesar de que el sol caía a plomo y empezaba a derretir los cerebros de cientos de asistentes al primer concierto del Ciclo de Jazz del Cenart.
El llegar temprano no sólo nos colocó en excelentes lugares de tercera fila, también nos dio oportunidad de escuchar una prueba de sonido donde pequeños fragmentos de Night in Tunisia, The way you look tonight y Nature boy se iban hilvanando en una brillante cadena de standars. Nos fuimos al programa de mano para ver qué más había en el repertorio de esa tarde, pero resultó que ningún tema del check-sound estaba apuntado en esas páginas.
Cuando pensamos que nos íbamos a quedar con las ganas de oír bien a Gillespie a través de los filtros de Ximena, la pequeña enorme cantante inició precisamente con Night in Tunisia. La voz empieza a deslizarse ágilmente, con suavidad (aunque no termina de vencer el nerviosismo ante la multitud). No hace pirueta alguna al cantar, no lo necesita; ella sabe que posee suficiente rango y profundidad y manejo del color como para tener que imprimir gimnasias de aparador; sabe que puede dejar que las líneas y las frases fluyan con naturalidad entre la voz y el alma y el sudor de mediodía. Sabe cantar.
El público todo se deja seducir desde el primer instante, queda cautivado, cautivo, atraído sin remedio por una pequeña de movimientos frágiles y voz portentosa. No importa el evidente nerviosismo en su hablar y su andar, no importa que al presentar Gracias a la vida haya hecho conmovidos apuntes sobre los argentinos exiliados en México durante la dictadura militar, sin mencionar el origen chileno de la canción; no importa que el baterista esté duro y cuadrado; no importa que haya hecho a un lado (casi) todo el programa de mano para cantar otros temas.
Lo realmente importante es que Ximena Sariñana, cantante y compositora de apenas 21 años, que ha navegado ya por los terrenos de la fama con rolas pop de buena factura (en películas como Amarte duele y Niñas mal), ha decidido ya no acercarse, sino entrar de lleno a los terrenos del jazz, reciclando piezas clásicas en compañía de Ilán Bar Lavi, un guitarrista todavía más joven que ella, pero de técnica impecable y con una inusitada madurez artística para su edad.
Bar Lavi hace suyo cada uno de los temas, y sin despegarse un solo instante de sus respectivas líneas melódicas, los reinventa en pequeñas y delgadas dosis de diez o quince segundos, bajando de la nada una inagotable paleta de claroscuros. El contrabajo israelí de Haggai Cohen Milo raya también en la excelencia, mientras que el piano se siente demasiado discreto y la batería de plano nunca termina de aterrizar.
Después de pasar la lupa aparece un solo pero, y es que Ximena debe tomar en cuenta que gran parte de sus seguidores (digamos que la mayoría) son adolescentes no muy avezados en esto de la síncopa, y que junto con ella han ido descubriendo poco a poco muchas de sus aristas. Luego, entonces, el programa de sus conciertos debería mantener una dinámica un poco más activa, menos reposada... un poco más de adrenalina para las nuevas huestes del jazz, pues. Aunque para mí, cincuentón emocionado, la tarde fue redonda, perfecta.
Por supuesto que tuvo que cantar Las huellas, su mega éxito, y aunque dijo que ese día no quería cantar nada de ella, su público se lo exigió. Pero su público también le aplaudió a rabiar temas tan antiguos como My funny Valentine, But not for me o What a wonderful world, el encore que en automático trajo hasta mí la imagen de Raúl Malacara Soto, cuando se deleitaba en su reposet escuchando esta canción en la voz de Louis Armstrong, sin imaginar que muchos años después una chavalilla, que bien podría ser su bisnieta, retomaría la pieza para filtrarla por las venas del porvenir.
El concierto de hoy sábado 27 de octubre, a la una y media de la tarde es doble: primero aparece el clasisismo académico de Edison Quintana y después será el turno del sonido vanguardista de Alberto Zuckermann. La cita es en la Plaza de las Artes del Centro Nacional de las Artes (Calzada de Tlalpan y Río Churubusco) La entrada a todos los conciertos es libre.