Usted está aquí: jueves 25 de octubre de 2007 Opinión Andanzas

Andanzas

Colombia Moya

Danzvaria

Las presentaciones de la compañía Emio Greco/ PC, realizadas en el contexto del Festival Internacional Cervantino, el martes 23 y el miércoles 24 de octubre en el Palacio de Bellas Artes, mostraron con Conjunto di Nero, del coreógrafo italiano y el director teatral Pieter C. Scholten, la verdadera vanguardia, el más audaz espectáculo que en mucho tiempo presenciaban los amantes de las nuevas propuestas, del rompimiento con formas gastadas. La verdadera originalidad en la fusión de técnicas, tecnología y conceptos, se hizo presente, revelando la importancia de ver en el país lo más avanzado y novedoso en cuanto a danza se refiere.

Seis bailarines estrellas, fogueados en las mejores escuelas y compañías del mundo, olvidaron todo movimiento aprendido y establecido por una estética formal de la danza y el ballet para visceralmente seguir la compulsión física de resortes corporales, casi animales.

Cierto descontrol había entre el escaso público reunido en Bellas Artes, pues las puertas no se abrieron como de costumbre, sino únicamente las entradas laterales. Una figura femenina, con zapatillas de punta, en un lugar fijo, braceó durante 15 minutos en semioscuridad, para de vez en cuando, en pas de bourré sobre la media punta, trasladarse lateralmente de un lado al otro. Cuando poco a poco fueron saliendo los demás bailarines, todos vestían igual: un sencillo vestido de mujer.

No había sexo ni personajes, historia o anécdota, bajo inclementes y poderosísimos reflectores de luz blanca, creando volúmenes y superficies planas como muros de humo. El contraste de luz y sombras sugirió un ambiente dark, impreciso, en constante suspenso, atemorizante y agresivo bajo el efecto de sonidos exasperantes, repetidos e indefinidos que promovían extraños movimientos, a veces inconexos y destartalados.

El tema inicial pareció ser el aleteo de la muerte de un cisne, el pas de bourré y el brazo sobre la cabeza, con el torso inclinado, para posteriormente convertirse en latigazos de violencia extrema, pies tupidos para una o dos veces en toda la obra, tocarse apenas la mano o el brazo en algo parecido a una caricia, para provocar un derrumbe.

Evidentemente sólo personas profundamente conocedoras y sensibles al movimiento de la danza, pudieron aprovechar tal energía portentosa, una especie de emoción desesperada, angustiosa y enormemente virtuosa. Otra forma de bailar –si es que así puede llamarse aquello–, para decir en ese novedoso lenguaje todo lo que el cuerpo puede sentir y expresar. En cuanto a las compañías de diferentes estilos que envío China, país invitado del XXV Festival Internacional Cervantino, vimos claramente el dominio corporal de jóvenes y hermosos bailarines y bailarinas de alta estatura; de anécdota los chinos chaparritos, ahora son grandes y hermosos. El esplendor de Oriente, retacado de brillos y colores, impactó al público que aplaudió arrebatado; aunque era demasiado, claramente se sintieron pinceladas al estilo de Hollywood o Las Vegas en un afán por conquistar el gusto de Occidente, lo cual no es necesario, pues son maravillosos en sí mismos, como lo demostraron los brazos, en precisión absoluta, de más de una docena de bellísimas chicas como las mil manos de Buda. Asimismo, el Ballet Nacional de China, con la obra La linterna roja, del repertorio tradicional, mostró su gran calidad y perfección en todos los aspectos del montaje, inclusive en disciplina, cuando se fue la luz y nadie se movió de su lugar.

Hay que mencionar el Otelo de los lituanos, que bajo la dirección de Eimuntas Nekrosius, con tres horas de duración y un público expectante y emocionado, logró exponer el verdadero sentido del teatro, desnudando más allá del texto shakespereano, la tortuosidad de las pasiones humanas, en extraordinarios monólogos internos, expresando corporalmente los resortes más íntimos de la fragilidad humana.

Terminemos comentando Espartaco del Ballet Siberiano, también de tres horas de duración y escenificado el pasado 19 en el Auditorio Nacional, donde los rusos, con la música bellísima de Aram Kachaturian –espléndidamente interpretada por la Sinfónica de Aguas Calientes–, nos dieron una muestra de oficio, profesionalismo y talento, con la experiencia acumulada a pesar de guerras y conflictos extremos vividos en su historia, pero siempre, de alguna manera, abrigando el tesoro cultural de su pueblo.

 
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