Joaquín García Monge (1881-1958)
Cuando los expertos en “historia de la moral civilizadora” revisen arqueológica y síquicamente sus escombros (cosa para la que no falta mucho), irrumpirá con fuerza el ejemplo de Joaquín García Monge, intelectual costarricense que, solito y durante 40 años, movilizó la conciencia y el espíritu crítico del continente haciendo a pulso una revista cultural: Repertorio Americano.
Contadas son las plumas de América Latina que con un artículo al menos, no colaboraron en las páginas de Repertorio (1919-58). Si las mencionásemos, agotaríamos el espacio disponible. En 1946, la publicación alcanzó la edición número mil y, hace poco, el investigador costarricense Evelio Echeverría elaboró 20 mil 500 fichas tomadas de 50 tomos de la revista.
Con tenacidad y lucha contra la adversidad (“… este polo de indiferencia en que aquí se vive”, decía), la obra de García Monge guarda similitud con la del argentino Gregorio Selser, a quien en más de una ocasión académicos poco informados confundían con un “colectivo” que producía libros y artículos periodísticos.
Nada de eso. Repertorio brotaba en la casa donde su fundador y único redactor nació y murió, situada en la localidad que lleva el emblemático nombre de Desamparados. Sin secretarios de redacción, sin mecanógrafos, sin ayudantes que fuesen al correo a despachar mes a mes los cientos de envíos al exterior (¡ay!, internautas…), García Monge costeaba las ediciones con suscripciones y sus magros ingresos de profesor.
¿Qué energías, qué fuerzas, qué convicciones animaron a esta suerte de Kant centroamericano que al decir de otro gran tico, Vicente Sáenz, andaba con “dos trajes y el fantasma latente del recibo de imprenta, tan puntual y azañoso de cubrir como el de la luz”? Pensamos en Kant, pues tal sigue siendo el paradigma de muchos intelectuales latinoamericanos para situar “heidegeraniamente” (uf) su “ser y estar en el mundo”. Y porque en efecto, García Monge tuvo, a decir de Kant, “el valor de servirse de su propio entendimiento” y de “… la importancia del deber, que es donde reside la virtud de toda acción”.
Convencido de que América Latina sólo podía emanciparse y unirse a través de la cultura, García Monge decía que sólo tenía “… el cielo estrellado sobre mí, y la ley moral dentro de mí”. Pero Costa Rica no era Prusia, sino un enclave semicolonial de la United Fruit, y don Joaquín carecía de una universidad como la de Koenigsberg porque la oligarquía feudal de su país la había cerrado en 1885, y recién pudo refundarse en 1940.
Galardonado en 1944 con el Premio Moors Cabot por la Universidad de Columbia, el director de Repertorio jamás se adhirió a ningún “Congreso por la Libertad de la Cultura”, aquel engendro de la CIA que los Vargas Llosa recuerdan con nostalgia, y que el no marxista Arthur Koestler llamó “circuito internacional de putas por teléfono”.
Defensor de la gran cultura estadunidense, García Monge habló de “las Américas” en el sentido dado por José Martí y Manuel Ugarte: como “nuestra” y “Patria Grande”. Y así, mientras salía a comprar azúcar y café en la tienda del barrio, las páginas de su revista preguntaban a los latinoamericanos qué habían sido de los Hidalgo y Bolívar, de los Hostos y Morelos, de los Artigas y los Juárez.
El 15 de septiembre de 1921, al ser develado el monumento nacional que rendía homenaje a Juan Rafael Mora, “presidente despierto” que en 1856 derrotó al ejército esclavista del filibustero yanqui William Walker, García Monge alzó la voz contra la oligarquía cafetalera que en 1860 fusiló al héroe, y profetizó: “… si importa saber cómo fuimos libres, importa más saber cómo conservarnos libres, cómo mantener en asta firme la enseña de los libertadores: el problema que ellos resolvieron en el 56, sigue siendo nuestro problema”.
García Monge saludó la aparición de la revista Amauta (Lima, 1926) y en 1929 escribió a José Carlos Mariátegui: “… porque usted alecciona en el Perú y también en América. En todas estas patrias tiene usted lectores devotísimos”. Y a inicios del mismo año, desde su cuartel de El Chipotón, Nicaragua, el general de hombres libres Augusto César Sandino le acusa recibo y agradece el monto de dinero recogido para su causa entre los lectores de Repertorio.
En homenaje tributado en 1953 en México por la revista Cuadernos Americanos, Jesús Silva Herzog reunió a una constelación de firmas insignes que rindieron su admiración “al hombre bueno, al hombre grande de la pequeña Costa Rica”: Francisco Romero, Baldomero Sanín Cano, Germán Arciniegas, Benjamín Carrión, León Felipe, José Gaos, Max Aub, Luis Cardoza y Aragón, Alfonso Reyes, Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, León Pacheco, Luis Alberto Sánchez, Alberto Zum Felde, y muchos más.
Hace medio siglo, a seis días de su muerte (31 de octubre de 1958), el Parlamento (Asamblea Nacional) de Costa Rica reconoció como “benemérito de la patria” a quien en días pasados, con motivo del gran debate acerca de la virtual anexión del país al imperio por vía de un tratado de libre comercio supo movilizar, premonitoria y masivamente a las mayorías del pueblo centroamericano, en pos de su dignidad nacional.