Beck y otras cosas
Glenn Beck no necesita de mayores presentaciones. Este cristiano renacido se manifiesta a favor de la tortura moderada, cree necesario incrementar el número de tropas de su país en Irak, considera que el calentamiento global es un embuste digno de Goebbels y piensa que la Casa Blanca es blandengue en la persecución de mexicanos indocumentados.
Beck es un típico producto del dolor y el resentimiento: hijo y hermano de suicidas (su madre se quitó la vida cuando él tenía 13 años), con un pasado rebosante de alcohol y drogas, y padre de una adolescente con severas discapacidades, se entiende que haya terminado refugiándose, como el propio George W., en un patrioterismo racista y de gatillo fácil y en un integrismo cristiano que le otorga un servicio de banda ancha para comunicarse con el Señor. Lo más alarmante no es que existan mentalidades como la de Glenn, sino que su programa radial sea transmitido por 267 estaciones y ocupe el tercer sitio en las preferencias de la audiencia, y que al locutor se le defina con el eufemismo de “neoconservador”. La ultraderecha republicana ha causado estragos en la conciencia estadunidense.
De los asuntos situados al sur del río Bravo: Beck suele decir al aire que la canción Tequila (The Champs, 1958) es el verdadero himno nacional de México, se regocija con chistes sobre una refinería que produce “mexanol”, un combustible fabricado con cuerpos de trabajadores migrantes, y se toma el trabajo de explicarle a Felipe Calderón, mapa en mano, que Estados Unidos y México son dos países distintos y que el panista no tiene, en consecuencia, ningún derecho para reclamarle nada a la nación vecina por los maltratos que sufren los extranjeros ilegales en territorio estadunidense. De esto último no hay por qué escandalizarse: es sólo un canalla mediático que se insolenta ante un gobernante impuesto y débil que de cuando en cuando, y para cubrir algunas apariencias, emite reclamos carentes de credibilidad y de autoridad moral a sus socios estadunidenses, quienes, por lo demás, no lo toman muy en serio que digamos.
En un artículo reciente, publicado por la revista Sinpermiso, George Lakoff y Sam Ferguson proponen abordar el flujo migratorio de México hacia Estados Unidos como un asunto salarial, como un problema de derechos civiles y como una crisis humanitaria. “Los inmigrantes indocumentados permiten a los empleadores pagar bajos salarios, lo que a su vez permite la oferta de bienes de consumo baratos que encontramos en Wal-Mart y McDonalds; son parte del movimiento hacia el estilo de vida barato, donde los empleadores y consumidores pueden ahorrarse dólares fácilmente, a pesar del costo humano.” Adicionalmente, “los millones de personas que viven aquí y que han entrado ilegalmente son estadunidenses a todos los efectos; trabajan aquí; pagan impuestos aquí; sus hijos van aquí a la escuela; la mayoría de ellos está asimilada dentro del sistema estadunidense, pero son forzados a vivir en las sombras y en la clandestinidad por su estatus legal. Se les niegan derechos civiles básicos”. Y lo más esclarecedor: “Tal vez el problema puede ser mejor entendido como una crisis humanitaria. ¿Pueden las migraciones y desplazamientos masivos de personas desde sus hogares, a una tasa de 800 mil personas al año, ser considerados otra cosa? Una cantidad desconocida de personas han muerto atravesando las condiciones extremas del desierto de Arizona y Nuevo México; los pueblos han sido despoblados y se han perdido formas de vida tradicionales en las zonas rurales de México; muchos padres se sienten forzados a dejar a sus familias en su intento por mantener a sus hijos. Como una crisis humanitaria, la solución debe incluir a la ONU o la OEA”.
Para terminar: hace ya una década, don Fernando Lázaro Carreter tronó, y con razón, contra el desafortunado oxímoron crisis o catástrofe “humanitaria”, que se puso de moda con la desastrosa situación que imperaba por esos años en Ruanda, y acusó a los “atropellados comunicadores mal avenidos con el idioma español” de “ignorar cuadrupedalmente que lo humanitario es lo que ‘mira o se refiere al bien del género humano’, y más esencialmente, lo que se siente o se hace por humanidad”. El extinto académico dijo entonces que lo que tenía lugar en el país africano era “una catástrofe humana. Pero la tentación de alargar los vocablos, distorsionando su significado, atrae a los malhablados como a las moscas un flan”.