¿Hacia un plan Sonora-Cochabamba?
En memoria de Andrés Aubry (1927-2007)
Como nunca antes, los pueblos indígenas de
América se están hablando, y al fin le han puesto un mismo
nombre a su enemigo común: capitalismo. De Alaska y el helado norte
de Canadá a Patagonia y Tierra del Fuego, los pueblos originarios
la plantan la cara a los poderosos. En un par de casos, líderes
legítimos suyos han llegado al poder nacional (Ecuador hace unos
años, Bolivia hoy), y han cambiado, al menos parcialmente, el salvaje
rumbo neoliberal y burgués que tenían esos, al igual que
el resto de países (excepción hecha de Cuba y Venezuela,
mas no los fiascos "socialistas" de Brasil, Argentina, Uruguay, Nicaragua
y Chile).
En este panorama, donde por lo demás dominan los gobiernos de ultraderecha en América del Norte y la mayor parte del Centro y el Sur, la flamante Declaración Universal de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas fue recibida de maneras diversas en los territorios americanos. Rechazada por los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, y ninguneada por el de México, la ansiada y veinte años pospuesta Declaración no crea ninguna obligación a dichos Estados nacionales, que ven a la onu con la misma indolencia que dedican a, por decir, Greenpeace o Amnistía Internacional. Para ellos lo único vinculante y atendible son sus tratados de "libre" comercio, receta que ya se generaliza en el hemisferio.
Para países como Bolivia y Ecuador, en cambio, la Declaración representa un instrumento de potencial cambio. Sus gobiernos se encuentran en condiciones de convertir los buenos propósito de la onu en leyes nacionales. Eso explica que allá se festeje con entusiasmo el documento. Desde Guatemala, Perú, Chile o México, ya no digamos las potencias anglosajonas, los pueblos indios la reciben con escepticismo.
Este 12 de octubre, en dos distantes puntos del continente (Vícam en México, Chimoré en Bolivia) se celebraron sendos encuentros internacionales de singular importancia. El de Bolivia, respaldado por el gobierno de Evo Morales; el de México, a contracorriente del hostigamiento militar y policiaco, el cerco informativo y la manipulación gubernamental. Lo notable es que ambos arribaron a las mismas conclusiones, casi con las mismas palabras.
En el Encuentro de Pueblos Indígenas de América, convocado por el Congreso Nacional Indígena, el EZLN y la autoridad tradicional yaqui (que como quiera son parte del CNI), estuvieron representados los pueblos mayores: los diné, la tribu más populosa y cohesionada de Estados Unidos; los mohawk de dicho país y Canadá; los nahuas, zapotecos, mixtecos, tzeltales y tzotziles, los pueblos más numerosos de México; los quiché y keqchí de Guatemala; los kichwa de Ecuador. Y con ellos otros sesenta pueblos más, la mitad mexicanos. La elocuencia y claridad de todos fue histórica.
Rústico si se quiere, el cni se confirmó en Vícam como el espacio nodal de las luchas indígenas en nuestro país: independiente, plural, democrático, antigubernamental, fuera de los tianguis partidarios. Por su parte, pese a oposiciones razonadas desde dentro o desde cerca, los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa conservan legitimidad ante los pueblos indios pues no los han traicionado y avanzan en proyectos nacionales progresistas, antimperialistas y populares. Todo lo contrario ocurre con gobiernos como el de Felipe Calderón, Álvaro Uribe o Michelle Bachelet, entregados al capital internacional (y lo que queda de los nacionales) y en total sintonía con el imperio de Washington.
En estas tierras, la lucha indígena sigue en la calle (los campos, los caminos, las maquiladoras y las cárceles: Magdalena García Durán y Leonard Peltier son los dos grandes símbolos de la resistencia más allá de la represión y la injusticia criminal de los gobiernos).
En sentido literal, los pueblos indígenas representan la última barricada, por momentos la única efectiva, para defender y proteger el aire, la tierra, los mares, ríos, lagos, selvas y bosques, las vidas sobre las que avanza una inexorable guerra de destrucción y exterminio a nombre del "libre" mercado, el "desarrollo" arrasador y suicida, el negocio ilimitado de unos cuántos bandidos que pasan por empresarios, generales o políticos.
En este contexto, Ojarasca cumple 18 años
de acompañar y observar a los pueblos, sus movimientos y luchas
por la autodeterminación y el respeto a territorios, lenguas y culturas.
Ése sigue siendo nuestro privilegio, y nuestro compromiso.