Editorial
El Kurdistán explosivo
Los recientes combates entre el ejército turco y las fuerzas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en las fronteras turco-iraquíes constituyen un nuevo factor explosivo en una región del mundo sobrada de ellos, como la franja que va de Asia Menor a Asia central, pasando por Medio Oriente, y echan más gasolina al fuego del drama iraquí. Ayer, mientras las tropas de Wa-shington bombardeaban a la población chiíta de Bagdad –con un saldo provisional de medio centenar de muertos, otros tantos heridos y varias viviendas y escuelas destruidas por el ataque–, la artillería de Ankara atacaba pueblos kurdos de Irak, en respuesta a la humillante derrota sufrida por sus tropas regulares en la localidad de Colemerg, la zona del Kurdistán controlada por Turquía. Como resultado, el precio del crudo en los mercados internacionales experimentaban su enésimo incremento.
Reprimidos con extremada crueldad por el régimen que encabezaba Saddam Hussein, los kurdos iraquíes respaldaron mayoritariamente la invasión angloestadunidense de 2003 y, a la postre, uno de los dos máximos líderes de esa etnia, Jalal Talabani, fue colocado como presidente en el gobierno títere de Bagdad, mientras el otro, Masud Barzani, preside el régimen semiautónomo del Kurdistán iraquí en el norte del país, donde se asientan las principales reservas petroleras de la nación ocupada. Si bien ambos funcionarios han reaccionado con prudencia y ánimo conciliador a los ataques turcos, el segundo asentó que no entregará a Turquía a los jefes del PKK refugiados en Irak ni –se entiende– a los miles de combatientes de esa organización.
La intervención emprendida por George W. Bush ha trastocado, en suma, la correlación de fuerzas entre el Kurdistán histórico y los países que se lo repartieron, a contrapelo del Tratado de Sèvres (1918), en el cual se asentaba el desmembramiento del imperio otomano, derrotado en la Primera Guerra Mundial. Cabe recordar que la región kurda se extiende del oriente de la Anatolia turca hasta el occidente de Irán, y desde Armenia hasta el noreste de Siria. Ese pueblo ha sido perseguido y reprimido, en distintos momentos, por los gobiernos de Ankara, Bagdad, Damasco y Teherán.
El problema kurdo es, por otra parte, uno más de los componentes del callejón sin salida en que Washington se metió al invadir Irak, pues con la desaparición del régimen de Hussein los kurdos iraquíes han obtenido un apreciable margen de acción para respaldar –lo admitan o no– a sus compatriotas del Kurdistán turco, lo que genera la ira del gobierno de Ankara, aliado imprescindible de Estados Unidos, contra el gobierno pelele de Bagdad.
La solución al problema kurdo parece imposible en la actual circunstancia histórica, porque pasa necesariamente por la constitución de un Estado para esa nación despojada; ello requeriría que Turquía, Irak, Irán y Siria llevaran a cabo cesiones territoriales simultáneas. Ante lo difícil que resulta esta posibilidad, la opción habría sido mantener la reivindicación nacional en un bajo nivel de conflictividad, mediante un intenso trabajo diplomático de Occidente, pero la intervención estadunidense en Irak ha dado un impulso bélico al diferendo.
He ahí uno más de los saldos de desastre de las incursiones militares ordenadas por Bush con el pretexto de combatir “el terrorismo internacional”, aunque con el propósito real de multiplicar las ganancias del círculo empresarial que lo rodea.