Penultimátum
Los ciclones de Calixto Bieito
Los defensores de la tradición quisieran expulsarlo de por vida de los escenarios y que nadie patrocine sus montajes de las obras clásicas del teatro o la ópera. Otros lo consideran un innovador que, con sus excesos, saca de quicio a las buenas conciencias, especialmente cuando toca la religión o el sexo. Pero todos reconocen su talento y por eso a Calixto Bieito le sobra trabajo en Europa.
La penúltima tempestad de su carrera como director fue su versión moderna de una ópera de Mozart, El rapto del Serrallo, en la que exhibió prostitutas, gente desnuda, consumo de drogas y sadismo. Cuando la estrenó en la Ópera Cómica de Berlín, lo menos que algunos espectadores le gritaron fue que ofendía al maestro de Salzburgo. Una de las empresas patrocinadoras del citado recinto, la automotriz Chrysler, amenazó con suspender el financiamiento que le concede cada año pues, según declaró su presidente: “La exhibición de sexo y violencia es totalmente inaceptable”.
Bieito trasladó la ópera de un palacio turco del siglo XVII a un burdel, donde se muestra prostitución forzada, abuso de drogas y violencia. El principal funcionario cultural de Berlín, en cambio, defendió la puesta en escena señalando que “era una reflexión muy válida y oportuna de un fenómeno social”. En Europa varias mafias, en especial la rusa y la ucraniana, controlan cada vez más un negocio que deja millones de dólares: las drogas, el blanqueo de dinero y la prostitución de mujeres de países que formaron la Unión Soviética.
La antepenúltima tempestad de Bietio fue en la Ópera Nacional de Inglaterra, donde produjo Un baile de máscaras, de Verdi. La criticaron duramente por sus desnudos integrales, simulación de violaciones en grupo y travestismo. El tenor Julian Gavin renunció a su papel principal en plenos ensayos finales, disgustado por la puesta en escena.
Y el más reciente ciclón lo acaban de desatar el director español y el músico Carles Santos. De nuevo en Berlín, en el prestigioso Hebbel Theater, con una de las obras de caballería más famosas, un clásico de la literatura: Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell. El crítico Jacinto Antón resume unos cuantos motivos del escándalo: el escudero de Tirant (Hipolit) baila hip hop y se exhibe todo el tiempo desnudo en el escenario; la emperatriz de Bizancio aparece vestida de fallera mayor, trata como le da la gana al héroe y le practica “una entusiasta felación” a su criado; a éste, otro personaje, la doncella Plaerdemavida, lo amamanta gozosa. El duque de Macedonia combate vestido de boxeador y al final aparece como un especulador inmobiliario, en crítica directa a lo que hacen en España funcionarios ligados al partido de Aznar. En fin, la princesa Carmelina tiene un orgasmo sobre un caballito de cartón y los ejércitos moros son una “caterva buñuelesca” con todo y ángel exterminador. Aunque Antón considera “desmesurada” esta puesta en escena, le reconoce sus aciertos. Eso hace el público, que agotó el boletaje. Otras capitales europeas quieren montar este irreverente Tirant lo Blanc.