Usted está aquí: jueves 18 de octubre de 2007 Opinión Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba
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Pausa para misóginos

Ampliar la imagen Tierras y aguas desconocidas Tierras y aguas desconocidas Foto: Fabrizio León Diez

Dicen que sir Richard Burton hablaba 35 idiomas del África, del Asia, de Europa; que soñaba en 17; que antes de los 10 años, además de inglés, sabía latín, francés, italiano y dialectos italianos; que después se metió con una gitana (no tenía ni 16 años) y que ella le enseñó los rudimentos del romani; fue a buscar la fuente del Nilo y descubrió los Grandes Lagos africanos, el Tanganica, el Victoria; en el ejército, bajo el mando de Charles James Napier, investigó un burdel de prostitutos, acaso sucumbió a ese placer; chupaba, fumaba mota, se metía opio; peregrinó a la Meca, disfrazado, y bajo peligro de muerte oró en la santa Ka’bah, en ese viaje (dicen, yo no lo sé) quedó a deber la vida de un hombre, acaso para que nadie rebelara su identidad. También era poeta: existe la historia de un hombre convertido en mono por un hechicero; un rey se hace de ese mono; lo alimenta sabrosamente; al terminar su comida el mono, agradecido pero tan mudo de palabras como cualquier otro mono, escribe un poema sobre esa comida; Burton se apropia de ese poema y escribe cosas así: “Wail for the little partridges on porringer and plate;/ Cry for the ruin of the fries and stews well marinate!” o así: “Those eggs have rolled their yellow eyes in torturing pains of fire/ Ere served with hash and fritters hot, that delicatest cate!” También tradujo las Mil y una noches (donde está la historia del simio poeta), que llenó de notas divertidísimas, delirantes; el Kama Sutra, el Ananga Ranga: sus versiones no le tienen miedo a nada: no a la misoginia, no a la misantropía, no a la sorpresa y curiosidad que causan los hombres de piel negra, los de piel roja, los de piel amarilla. Fue infeliz, como todos, pero no por nuestras prejuiciosas razones.

Ejemplo: De las mujeres que merecen desprecio

Sabe, oh Visir (y Dios Todopoderoso se apiade de ti), que las mujeres difieren en su naturaleza: hay mujeres dignas de alabanza; hay mujeres que merecen desprecio. Esta mujer es fea, tediosa y palabrera; su pelo es lanudo, la frente sobresale, sus ojos son pequeños y opacos; su nariz es enorme, sus labios decolorados, grande la boca, arrugadas las mejillas y tiene huecos entre los dientes; tiene pelos en la barbilla; la cabeza le reposa en magro cuello, con tendones enormes; contraídos están sus hombros, de su flaco pecho penden dos senos flácidos y su vientre es como una bolsa de cuero vacía, con el ombligo como una piedra que sale; sus flancos tienen la forma de las arcadas: se le pueden contar los huesos de la columna vertebral y no tiene carne en el garrotillo; su vulva es grande y fría. El hombre que se aproxima a esa mujer con el miembro erecto lo hallará de inmediato suave y relajado, como si se acercara a un animal. ¡Dios, que sabe más, nos libre de una mujer a la que ataña esta descripción! Despreciable es también la mujer que se ríe constantemente. Hay que despreciar también a la mujer sombría o amarga o la que es prolífica al hablar; la mujer que es ligera en sus relaciones con los hombres, o pendenciera, o afecta la charla o es maliciosa o incapaz de guardar los secretos de su marido. La mujer de naturaleza maliciosa sólo habla para mentir; si hace una promesa es para poder romperla y si alguien confía ella habrá de traicionarlo; es torcida, violenta, gusta del robo; no puede dar buen consejo y siempre está ocupada en asuntos de otras personas, y en lastimar también; espera siempre noticias frívolas, gusta del ocio y no del trabajo; utiliza palabras inadecuadas cuando se dirige a un musulmán, aunque sea su marido: los insultos están siempre en la punta de su lengua. También es despreciable la que no escucha las demandas de su esposo cuando éste le pide que cumpla el oficio conyugal; la que lo fatiga con quejas y lágrimas constantes. Una mujer de esta suerte no comparte la aflicción del marido: al contrario, más ríe y más se mofa, y no intenta alejar su mal humor con cariños; es más pródiga con otros hombres que con su esposo: no es por él que ella se cubre de adornos, no es para placerlo a él que ella procura verse bien; ante él ella es descuidada en su arreglo, y no le importa que vea cosas y hábitos de su persona que puedan parecerle repugnantes. Por último: nunca usa del souak.

Para agrandar el miembro masculino y hacerlo espléndido

El capitán Burton no dejaba pasar oportunidad de hablar de sexo. Una de las primeras notas de su Book of the Thousand Nights and One Night dice: “Las mujeres depravadas (debauched women) prefieren a los negros por el tamaño de sus partes. Yo una vez medí a un hombre de la tierra de Somalia que, en relajación, alcanzaba las seis pulgadas…” Otra dice así: “Un hombre de miembro pequeño, que desea agrandarlo y fortificarlo para el coito, debe sobarlo con agua caliente antes de copular, hasta que se ponga rojo y expandido por la sangre que corre en él gracias al calor; luego debe untarlo con una mezcla de jengibre y miel, sobándolo cuidadosamente; únase entonces a la mujer: le procurará tanto placer que ella objetará su retirada. Anotaré también un procedimiento con el miembro del asno. Consigue uno, y hiérvelo con cebolla y gran copia de maíz. Con esta preparación alimenta aves, cómelas luego. También se puede macerar la vara del asno en aceite, y beber el líquido obtenido o frotar el miembro propio”. No sé si las mujeres depravadas prefieren a los negros por el tamaño de sus partes; sé en cambio que, aunque encantadores, los remedios del gran Richard Burton no funcionan. Créeme. Lo intenté.

 
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