La fórmula perversa
“A nombre del Gobierno de México, nuevamente externo una enérgica protesta por las medidas unilaterales tomadas por el Congreso y el Gobierno de Estados Unidos que exacerba la persecución y el trato vejatorio en contra de los trabajadores mexicanos no documentados.[…] La insensibilidad mostrada hacia ellos que mucho aportan a la economía y a la sociedad estadunidense ha sido un aliciente para redoblar la lucha por el reconocimiento de su enorme aporte a la economía de ambas naciones y por la defensa de sus derechos. Por eso, el Gobierno de México seguirá insistiendo firmemente ante la sociedad y el Gobierno de ambos países en la necesidad de una reforma migratoria integral y en el rechazo categórico a la construcción de un muro en nuestra frontera común”. Estos son los párrafos finales del mensaje que Felipe Calderón dirigió a la nación el día 2 de septiembre último, sustitutivo del informe presidencial que no pudo dirigir desde el Palacio Legislativo, frente al Congreso de la Unión. Los conceptos enunciados suenan bien y, si no fuera por su carácter profundamente demagógico, se les podría encontrar cierto tono responsable y solidario.
En México no se hizo mucho caso de esta parte del mensaje porque ya la gente sabe que se trata de mentiras y falsedades destinadas a cubrir las apariencias y hacer creer a los mexicanos que hay una preocupación por la suerte de nuestros nacionales en el país vecino. Pero en Estados Unidos el mensaje ha sido tomado como una atrevida ofensa al poderoso imperio. Gleen Beek es un comentarista de la cadena estadunidense CNN que participa en el programa Headline PRIME. Uno de sus comentarios lo dedicó a criticar lo dicho por Felipe Calderón el día 2 de septiembre último. Los comentarios, burlones, ácidos, irónicos, irrespetuosos de Beek son una verdadera mojiganga de lo dicho por Calderón. Pero va mucho más allá pues también hace befa, burla y escarnio de México, de nuestra pobreza y de nuestros emigrantes. Una grabación del comentario en video está en Internet y —a riesgo de una inflamación hepática— se puede encontrar en http://www.youtube.com/watch?v=NQBXA2XSHQK y corroborar la insultante arrogancia de Beek y el desprecio con que se refiere a México. Muy probablemente por iniciativa de la oficina de prensa de Los Pinos, y con el fin de contrarrestar los improperios de Beek, Calderón fue entrevistado el 8 de octubre último por Diane Sawyer, conductora del programa Good Morning America de la cadena CNN. Ante las preguntas de la conductora, el presidente de facto Felipe Calderón se refugió en la serie de lugares comunes que dan superficial y falseada explicación a la emigración de los mexicanos. Ni las majaderías de Beek, ni la profesional asepsia de Sawyer, merecerían comentarse. No obstante las falsarias respuestas de Calderón deben ser refutadas. Enseguida dos de las manidas aseveraciones de Calderón con las necesarias apostillas.
La primera: “Es natural. Es un fenómeno económico”.
Falso; la emigración es, en efecto, un fenómeno principalmente económico y, por lo mismo, no es natural. Es el resultado de una decisión política de no promover el empleo y de mantener los salarios en el nivel más bajo posible para garantizar mano de obra barata al capital extranjero.
El modelo neoliberal convoca al capital extranjero a invertir en la gran fábrica de desempleados que es la economía mexicana pagando salarios diez veces más bajos que los que pagaría en su propio país, al tiempo que promueve la emigración de los nacionales en busca de jornales diez veces mayores a los que recibiría en México. En la práctica es la aplicación al modelo económico neoliberal de una fórmula perversa: M=S10±, en donde M es emigración, S salario y 10± es el valor del trabajo, diez veces mayor o diez veces menor, según el lado de la frontera en que se pague.
Así, las opciones de vida para los mexicanos sin trabajo están en emigrar, refugiarse en la economía informal, incorporarse a la delincuencia o, repartir su miseria en la familia. Emigrar es la primera opción, porque significa —a pesar de los peligros, el endeudamiento, el rechazo y la discriminación— una paga diez veces mayor a la que recibiría en México aún si trabajara para las empresas extranjeras.
La emigración mexicana es, en cada caso, un drama familiar y, en su conjunto una tragedia nacional. Aunque es perfectamente evitable, cuando menos hasta los niveles razonables que impone la vecindad, no lo será mientras el gobierno privilegie a las empresas extrajeras y a sus asociados mexicanos eximiéndolas de impuestos y permitiéndoles pagar bajos salarios y cobrar altos precios.
Es un dato conocido que los trabajadores indocumentados ganan los salarios más bajos que se pagan en la economía estadunidense y que en promedio son unos 20 mil dólares al año. También se sabe que vivir en el escalón más bajo de aquella economía como indocumentado es más caro que hacerlo regularmente. Esto hace que el dinero disponible para remitir el gasto a la familia sea generalmente del diez por ciento del salario, equivalente a unos dos mil dólares al año; más o menos lo mismo que ganaría si trabajara en México. De esta manera, la familia recibe lo mismo que recibiría si el jefe de la familia trabajara en México y, consecuentemente, la economía mexicana se beneficia en la misma cantidad que lo haría si sus trabajadores de exportación trabajaran en México. Si en vez de pensar en la economía pensáramos en la nación, encontraríamos que los 20 mil millones de dólares remitidos por los emigrantes en 2005 en remesas de dos mil dólares anuales, son el resultado de 10 millones de trabajadores enviando dinero a 10 millones de familias. Si nuestras familias tuvieran cuatro integrantes en promedio, habría más de 40 millones de mexicanos que viven en familias en las que el jefe —el proveedor— vive en el extranjero huyendo de la policía. Todo para enviar a su familia el mismo nivel de gasto que le daría si el gobierno neoliberal no le negara el empleo. Pero mientras el Banco de México cuenta los dineros de las remesas, el gobierno de facto alienta la emigración exaltando a los esforzados emigrantes y sus sufridas familias como homéricos defensores de la economía nacional.
La segunda: “Es imposible detener esto por decreto, es imposible pararlo con un muro”.
El mito implantado en el imaginario popular de que Estados Unidos no puede cerrar la frontera ha quedado anulado por la realidad.
A pesar de lo que se diga, las fronteras sí se cierran. Lo demostró la pequeña Honduras, que expulsó a 500 mil salvadoreños que vivían en su territorio cuando se dio el triste episodio de la guerra del fútbol en 1969. El pequeño y sobre poblado territorio de El Salvador no pudo resistir la reinserción de medio millón de sus depauperados nacionales y se inició así la corriente migratoria que fue luego avivada por los años de la guerra revolucionaria y que desde entonces existe y transita por México hacia Estados Unidos. La frontera entre Honduras y El Salvador nunca tuvo un muro pero la opción de emigrar a Honduras se redujo entre los salvadoreños hasta dejar ser una posibilidad. Si esto fue factible, habría que pensar que Estados Unidos sí tiene la capacidad para la levantar el muro cuya construcción inició cuando las circunstancias políticas internas lo permitieron.
La profundización del carácter policiaco del gobierno estadunidense después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 y la demostración pública de las dimensiones de la población indocumentada del primero de mayo de 2006 indujeron la determinación de no avanzar en ningún proyecto de reforma migratoria antes de detener el flujo de inmigrantes ilegales. La construcción del muro fue una decisión de estado —o lo que es lo mismo, avalada por los tres poderes de gobierno, los dos partidos políticos y la opinión pública estadunidense— y terminará siendo una construcción de costa a costa. El muro no implica ni la cancelación ni el cierre total de la frontera, pero sí reducirá drásticamente el paso de los indocumentados. Para el gobierno de Estados Unidos significará dar cumplimiento a su viejo propósito de retomar el control de la frontera. Para México tendrá una triple consecuencia: La persecución de quienes ya están al otro lado de la frontera; la cancelación de la posibilidad de encontrar una solución de vida para quienes aspiran a emigrar; y una intensificación de la presión económica y social que ya existe en nuestra sociedad.
Calderón le dijo a Sawyer, para que lo oyera Beek: “No quiero ver a México como permanente proveedor de mano de obra a Estados Unidos, quiero construir las oportunidades para que se queden aquí”. Pero hace lo contrario. Las constantes alzas en los precios, el creciente desempleo, los privilegios a los ricos, acompañados de corrupción, incompetencia, abuso y represión no solamente promueven la emigración, también la revolución.