La pugna por el clima
Es probable que Bush, quien acaba de reunir en Washington a delegados de otros 15 grandes emisores de CO2, vea en el cambio climático el campo de su última batalla. Como otras, ésta se endereza contra el multilateralismo y, en especial, la ONU. Para júbilo de los neoconservadores, desea que su herencia sea desembarazar a la superpotencia del muro de contención que le significa, a veces, el organismo mundial.
Días antes, en Nueva York, el secretario general había convocado a los líderes políticos que asistirían a la Asamblea General –de los que Calderón se excluyó vergonzosamente a última hora, por razones baladís– para abordar el mismo tema y dejar en claro que corresponde al más amplio de los espacios multilaterales. En Washington –con México representado por el descolorido titular de la Semarnat– Bush pretendió que los 16 definieran por sí mismos los alcances y contenidos de lo que será dable acordar en el ámbito del Acuerdo Marco sobre Cambio Climático de la ONU, es decir, que impusieran a los demás los términos de su acuerdo. En Nueva York, Ban Ki Moon y los líderes asistentes se esforzaron por preservar la integridad de la legitimidad negociadora de Naciones Unidas ante las pretensiones de la coalición ad hoc bajo el mando de Estados Unidos. Así, desde finales de septiembre, quedó definida con nitidez la pugna por el clima.
La retórica en Washington, a cargo de Bush mismo y de Condoleezza Rice, fue muy diferente de esta realidad. Se empeñaron en mostrar que el esfuerzo se realizaba en auxilio de la ONU, al invitar a un funcionario de esa organización. Trataron de negar la brecha que en la materia existe con la Unión Europea, al convidar a delegados de la Comisión y de la Presidencia del Consejo. Proclamaron que Estados Unidos, conspicuo adversario del Protocolo de Kyoto, ahora sí se preocupa por el calentamiento global y está dispuesto a negociar, en ese grupo ad hoc, un vago compromiso global de reducción de emisiones, cuyo cumplimiento sería la suma de esfuerzos nacionales independientes, no coordinados y voluntarios. La mano invisible encargada de contener y disminuir emisiones y alejar la amenaza del cambio climático.
A Bush no le funcionó tan bien como esperaba la primera escaramuza de su last stand. Contó, desde luego, con la adhesión entusiasta de Australia y algún otro correligionario. No se sabe qué posición asumió México. Un magro boletín de la Semarnat sobre “las actividades en Washington de su titular” recoge algunas expresiones coincidentes con los planteamientos de Bush. Los delegados europeos reiteraron la imperiosa necesidad de compromisos cuantitativos obligatorios de reducción de emisiones, claramente calendarizados. Los de países en desarrollo defendieron el papel de la ONU como único foro negociador en la materia. Brasil, China y Francia, entre otros, manifestaron su incomodidad con la iniciativa haciéndose representar a nivel inferior al ministerial.
El resumen de conclusiones de la reunión de Washington, formulado por el delegado de Estados Unidos, no pudo omitir la referencia a propuestas planteadas por varias delegaciones que coliden con las presentadas por Bush. Así, entre los temas que deberán seguirse examinando, se alude a “las acciones de todas las naciones para lograr el objetivo global [de reducción de emisiones] en forma mensurable y ambientalmente efectiva, de acuerdo con el principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas”; el objetivo global mismo deberá “tomar en cuenta las emisiones históricas acumuladas, las emisiones per cápita y las necesidades de desarrollo de los países en desarrollo”, así como la definición de “reducciones obligatorias, de corto y mediano plazos, para los países desarrollados”.
Además, lo que quizá sea más importante, se difirió la siguiente reunión del grupo ad hoc para después de la Conferencia de Bali en diciembre. De este modo, se afirmó, aunque de manera indirecta, la primacía de la ONU como foro negociador en la materia. ¿Le salió por la culata el disparo al vaquero de Crawford? Es muy pronto para decirlo.
La reunión especial de alto nivel de la Asamblea General sobre cambio climático, días antes del cónclave de Washington, fue, sobre todo, un acto de afirmación política. Como expresó el secretario general al resumir el debate: “Esta reunión no tuvo un propósito negociador, sino el objetivo de expresar, al más alto nivel, la disposición política de los líderes del mundo para enfrentar el desafío del calentamiento global a través de acciones concertadas. Los participantes han reafirmado, una vez más, que el único foro en que esta cuestión puede ser decidida es el de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático”.
Tras estos episodios –en los que el papel de México ha sido equívoco, por decir lo menos– todo dependerá de lo que pueda avanzarse en la conferencia de Bali para situar en el campo de batalla apropiado, que no es el delineado por Bush, la pugna por el clima.