Usted está aquí: lunes 15 de octubre de 2007 Cultura Las marionetas de Sichuan trastocan la realidad en teatro

En escena una aldea tibetana y dragones que lanzan fuego

Las marionetas de Sichuan trastocan la realidad en teatro

Pablo Espinosa

Vuelan, danzan, ríen, cantan, lloran, caminan, levitan. Desdoblan la realidad. Construyen con su cuerpo de madera y seda una realidad gozosa empotrada en el mundo de carne y hueso que las sustenta y las maneja. Son las marionetas legendarias de Sichuan.

Títeres gigantes accionados con tres varas de bambú, una para el rostro, las otras para las extremidades. Madera y seda visten estos cuerpos animados desde abajo por humanos hace más de 300 años, inspirados por la gran tradición de la ópera china de Sichuan.

El espectáculo que trajeron estos maestros chinos al 35 Festival Internacional Cervantino es un crisol de maravillas. Comienza con un desfile de circo y muestra la magia entera, el truco y el resultado, la causa y el efecto. Ver en escena tomar vida a las marionetas y a sus animadores accionándolas desde el piso significa un prodigio en dos niveles: el inframundo representado por los humanos y la realidad, una realidad nueva, arriba de ellos, creada por las marionetas que desempeñan los papeles de los humanos pero en dimensiones de ensueño.

Una vez culminado el desfile, aparece un teatrino que desaparece a los humanos y sólo quedan a la vista las figuras de madera y seda, que desarrollan distintas escenas donde despliegan sus portentos.

Estamos de paseo por una ciudad tibetana. Damas caminan, abanico en mano, y el aroma de sus pasos crea atmósferas de mariposas en flor. Suena la música china, poin poiiiiinnn poiiiiiiiiinn. Suenan los metales, los alientos de madera, el roce aromático de la seda que sobrevuela los encantos de las damiselas.

Pasamos a una escena de dragón y fuego. Aparecen actores que desdoblan en dos las acciones tumefactas. Escupen fuego los actores, escupen fuego las marionetas. Esculpen con fuego figuras mil.

Un interludio: sombras chinescas. Sobre un círculo de luz blanca, luna llena en medio de las sombras de la noche, Aparece la sombra de dos manos, dos brazos, que forman esas figuras que todos armamos cuando niños pero sin la destreza y la magia que ahora vemos en escena: un gato que se pasa la lengua por el pelo, una grulla que desenvuelve su cuello tras sus largas patas. Y canta. Una alondra, dos pájaros que juegan, se acarician con el pico, con las patas, con las plumas. Ahora es un búho que recorre la oscuridad con sus ojos, que son el intersticio circular que forman el índice y el pulgar de cada mano. Prodigio.

Se suceden escenas nuevas, siempre nuevas, de la vida cotidiana, en cuanto aparecen nuevamente las marionetas legendarias de Sichuan hacia el fondo del proscenio del Teatro Principal de la ciudad de Guanajuato. Vemos nuevamente las figuras vestidas de madera y seda y a sus animadores vestidos de carne y también de sedas de colores encendidos.

Llega el momento culminante: vertiginoso, infinitesimal, acto de magia y prestidigitación, el cambio de máscaras en fracciones de segundo, esas máscaras maravillosas pintadas con tinta china de colores fascinantes sobre papel de china, lienzos de arroz cuasi transparentes. Ese cambio de máscaras en un instante lo realizan actores en escena y lo repiten las marionetas de manera inconcebible. En este instante tienen cara de anciano sabio pero una fracción de segundo después es un muchacho de sonrisa fresca y luminosa. En este momento la máscara es un niño de ojos encendidos para que en menos de un pestañeo aparezca en ese mismo rostro una faz asaz distinta pero igualmente luminosa.

Todo eso sucede con el golpe ligero de un abanico de bambú. Esto es que el actor acerca el abanico hacia su rostro y el cambio es un embrujo de clepsidras, cada rostro diferente un grano de arena que cae, que cae, que cae y cambia la expresión completa de los rostros. En las butacas, las caras de los circunstantes cambian también su anhelo. Esto es que una marioneta legendaria de Sichuan acerca el abanico hacia las carnes de su madera de colores y el rostro cambia a una velocidad estupefacta.

Es la misma magia que aprendió Marcel Marceau de los viejos maestros chinos de Sichuan. Los maestros chinos enseñaron al maestro francés el arte de la impermanencia. La obra maestra de Marceau, que tituló El fabricante de máscaras, viene de aquí, y de Sichuan le enseñaron a cambiar de rostro en fracciones de segundo, hasta que a Marceau se le quedó atorado en el rostro la máscara de la sonrisa y se murió.

En escena, durante varias noches en la ciudad de Guanajuato, las marionetas legendarias de Sichuan volaron, cantaron, se acariciaron, crearon una realidad distinta, hicieron del inframundo un mundo feliz. Y en el cambio vertiginoso de sus máscaras dejaron para siempre el impacto del suspiro que es igual al aleteo de una mariposa.

El arte supremo de las marionetas legendarias de Sichuan es sencillamente prodigioso.

 
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