Con un foco y una pantalla recrearon un mundo en la Carpa de los Niños
Las sombras chinescas de Shaanxi desplegaron su magia en el FIC
Ampliar la imagen Muestra del arte milenario de la compañía de Teatro de Arte Folclórico de Shaahxi Foto: Yazmín Ortega Cortés
Sombras chinescas proyectadas sobre una pantalla nívea: el encanto del canto de una grulla, el maullido mullido de un gato, el oído de artillero de una linterna sorda, la cresta enhiesta de un gallo kikirikí, la paciencia veloz de una tortuga oruga, la miel en el hocico en pico de un oso jugoroso, la caravana vana de un emperador y su séquito sequito que carga saquitos y pega brincotes que sacan chispitas de colores y olores conmovedores.
Los integrantes del Teatro de Arte Folclórico de Shaanxi, que tiene su sede en la ribera vera del río Amarillo, ombligo de la Ruta de la Seda, estrenó un foro ideado para niños cervantinos con su espectáculo Sombras chinescas, arte milenario que conserva el hervor de su encanto, la frescura de su hondura y esa magia sutil del arte de las sombras iluminadas.
El procedimiento es harto simple. Tanto, que casi no hay humano que no haya incursionado de manera fugaz en tan sencillo arte: un foco pendido en medio de la sala y entre el foco y el espectador (los hermanitos, la mamá et al) ponemos una sábana blanca y entre ésta y el foco nos colocamos con muñequitos de plástico, tela o cartonpiedra y contamos historias.
Eso hacen los artistas chinos que nos visitan. Con una diferencia que de tan pequeña resulta abismal: el talento de estas jóvenes maestras no tiene límites, supera lo increíble. Crea una nueva realidad: los muñecos cobran vida. De tan perfectos es evidente su cualidad de juguete, divertimento pueril, libertad creadora.
Así que más que sombras nada más, lo que vemos es una zoología fantástica en acción. La grulla hermosa que juega venturosa con la velocidad de mente de una tortuga nada demente que le gana la partida a la bella grulla que se apoya en su plumaje y su canto que es un encanto y todo esto sucede tras una pantalla nívea (la sábana blanca e infantil) donde se alcanzan a adivinar también las sombras de las animadoras de estas criaturitas: unas también hermosas jóvenes chinas que manipulan el placer con tres varillas de bambú y a diferencia del arte de las marionetas de Sichuan, cuyo zenit está en el suroeste de China, el de la provincia de Shaanxi, al noroeste del imperio del dragón, es más sutil, más delicado.
El foco, la sábana, los títeres, el arte incomensurable de estos maestros chinos se mostraron al mejor público del mundo, el público infantil, en la novedad de la patria del Cervantino: la Carpa de los Niños, ubicada en el parque Pastitos: una carpota grandototota todavía con asuntos por afinar: falta ventilación (al espectador parecen crecerle hojitas en las orejitas, por el efecto invernadero) y falta isóptica, pues mientras los adultos cabeceaban en las filas traseras para alcanzar a ver un poco desde sus sillas, los niños no veían nadita de nada, de acuerdo con lo asentado en lengua guanajuatense por un infante que quería ver elefantes: “oiga amá, no se ve nadita de nada, amá”.