Astillero
Maratonistas
Mapacherías atléticas en Berlín
Pareja largamente mentirosa
Pasta de Conchos, ruta de falsedades
Con pleno desconocimiento de las tradiciones electorales mexicanas, los organizadores de un maratón berlinés han decidido descalificar –lo cual no deja de ser un pleonasmo político– al experimentado corredor de fondo (y de fondos) Roberto Madrazo Pintado, a cuyos zapatos deportivos se les cayó oportunamente el sistema durante quince kilómetros, lo que hizo que el orgullo nacional Mapache se esfumara electrónicamente de la ruta de competencia pero sin impedir que más delante, a la hora del cierre de casillas atléticas, el siempre sonriente ex candidato apareciera en la línea de meta con los brazos en alto, celebrando con luego demostrada falsedad su hazaña de terminar en inmejorable condición física una más de las carreras de resistencia a las que ahora dedica su muy considerable tiempo libre. Fríos e insensibles, los germánicos organizadores han anunciado que la presunta proeza del licenciado Madrazo no vale, sin tomar en cuenta su esforzado historial de faenas similares (en Tabasco, por ejemplo, se hizo declarar gobernador sin haber triunfado de verdad, valido de decenas de millones de dólares gastados en campaña para comprar votos como quien se roba kilómetros de maratón; luego fue candidato presidencial falsamente competitivo, pues su función consistió en allanar el camino a una derecha empeñada en cerrar el paso a cualquier costo a una opción de izquierda ligera).
Vicente Fox vive en eterno maratón de mentiras y cinismo. Pase lo que pase, le demuestren lo que le demuestren, el empleado que como presidente de México fue puesto por la Coca-Cola (y demás empresas trasnacionales de intereses económicos gaseosos, líquidos y sólidos) se mantiene en la ruta conocida de negar los hechos por la vía simple de descalificarlos nomás porque sí. Diariamente se confirma la corrupción sexenal de la llamada pareja presidencial, pero el ranchero de pensamiento colonizado (pro gringo de corazón) hace incluso como que se indigna, y exige que sean sacados de la pista informativa los corredores periodísticos que informan de transas, desapariciones (de fondos) y malos manejos. Dice el señor alto, de bigotito, casado con una señora que le consigue yips como los más sencillitos de los regalos obtenidos mediante cohecho, que todo lo que se dice de él es mala onda, venganza, visceralidad, ganas de dar lata o fregaderas por encargo. Profundo, todo un estadista, califica de “patán” al senador perredista que lo denunció ante la procuraduría federal de justicia, como si la supuesta catadura negativa de un quejoso inhabilitara el contenido de lo referido, y luego arremete contra el blanco favorito de las Faldas de la Señora Marta: la revista fundada por Julio Scherer a la que Chente Berrinche, exquisito practicante de su fórmula para ser feliz que consiste en no leer periódicos, denomina “El proceso”, que según eso es “un periodicucho” armado a base de “calumnias”. Chente corre contra sí mismo y con la intención de evadir cárcel y desprestigio, fugitivo en pareja en el maratón de la historia del que ha sido descalificado desde mucho atrás (aunque ahora hay un buen número de ciudadanos y de periodistas que hacen como que apenas se enteran de las “insospechadas” andanzas de Chente y Marta que en algunos espacios con toda oportunidad fueron advertidas y denunciadas).
A las afueras de la Secretaría del Trabajo llevan ya semanas en protesta algunos familiares de mineros sepultados en Pasta de Conchos, hartos de que funcionarios federales de distintos niveles mantengan la trampa institucional de aparentar que están recorriendo con honestidad la ruta accidentada de la búsqueda de justicia cuando, en realidad, lo que hay es una maniobra mafiosa de protección de intereses empresariales que contribuyeron a proyectos martísticos, negocios vicentinos y campañas presidenciales que también se dieron por ganadoras en términos fraudulentos. Germán Larrea puede seguir disfrutando tranquilamente la ofensiva concentración de riqueza que ha hecho a partir de la explotación inhumana de trabajadores y de la operación descuidada (“ahorrativa”) de minas cuyo mal estado ha sido históricamente dado por bueno por burócratas que reportan hacia arriba sus proezas de recolección de oro, de colocación de vallas a los trabajadores y de lanzamiento de bolitas de un lado a otro. Francisco Xavier Salazar Sáenz y Carlos María Abascal son corresponsables de lo que sucedió en Pasta de Conchos, pero hoy despachan muy ufanos en carteras de protección que les habilitaron en el comité nacional del panismo foxista-espinista. Y el actual secretario del Trabajo, llevado a las cumbres de la picaresca nacional con la acusación china que en su contra se hizo de haber amenazado a un guardián de excedentes de fondos electorales con darle cuello si no cooperaba, cierra las puertas de su oficina, hace malabares legalistas para escamotear justicia y rehúye el diálogo directo con las viudas y los familiares de Pasta de Conchos que son tratados como en tiempos del porfirismo (vean los interesados el material que Édgar Rossano ha puesto en www.astillero.tv).
Carreras adulteradas, falsos resultados, triunfos mentirosos, glorias tramposas: pero allí está el secretario de Gobernación jugando a que controla la política nacional cuando a unas cuadras de su oficina se desata una balacera de grueso calibre; Marcelo Ebrard, mientras tanto, hace como que es la versión light del Regente de Hierro, convertido más bien en el Spencer Tunik de calles desnudas que después de las fotografías pueden volver a ser ocupadas por comerciantes informales expertos en trampear los maratones oficiales y en presentarse en las premiaciones con más kilómetros recorridos de los que el odómetro social les reconoce; los máximos jueces de la nación conceden una suspensión provisional en el caso de las reformas a la Ley del ISSSTE, pero ello no significa todavía nada de fondo, y el licenciado Calderón dice en acto eléctrico que “en el gobierno estamos con los más pobres”. Maratón diario de falacias en el que los tramposos se hacen retratar como triunfadores.