Economía Moral
André Gorz (1923-2007)
Su partida nos empobrece, pero nos queda su obra
Ampliar la imagen André Gorz y su esposa Dorine
En 1964, siendo estudiante en la Escuela Nacional de Economía (UNAM), leí con una fascinación, una avidez y un efecto transformador, que han quedado grabados en mí desde entonces, el libro de André Gorz (AG) Historia y enajenación (FCE, 1964). Muchos años después descubrí por qué se lee como si hubiera sido escrito originalmente, y muy bien, en español: fue traducido por la mano maestra de Julieta Campos (q.e.p.d.). En el libro conocí el concepto de enajenación y el análisis crítico del capitalismo. Fue como perder la inocencia. Ahora, 43 años después, muerto ya AG (él y su mujer se suicidaron juntos hace unos días), tomo el texto en mis manos y leo:
“Hay enajenación cuando se ha invertido toda la libertad en un trabajo, para descubrir a fin de cuentas que el resultado, nutrido de las propias angustias y del propio esfuerzo, es otra cosa, es cosa de otros; que el acto propio y libre es la trampa que nos entrega la dominación del Otro; que nuestra objetivación libre es el objeto de una objetivación que nos niega y que hace de nuestra libertad el instrumento de nuestro sometimiento”.
Una conferencia de Víctor Flores Olea (VFO) en la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales, en la cual explicó cómo Marx había girado 180 grados la dialéctica idealista de Hegel, también en ese tiempo, tiene en mi memoria una presencia similar. Hace unos meses, conversando con él sobre el pensamiento de Gorz, nos contó de la amistad que los unió durante un tiempo y lamentó haber perdido, desde hace mucho, todo contacto con AG. (Ambos fueron coautores, con Fromm, Horowitz y Marcuse, de La sociedad industrial contemporánea, Siglo XXI, 1967.) En esos días yo había estado estudiando uno de los libros más recientes de AG, Miserias del presente. Riqueza de lo posible, Paidós, 1997 (véanse las entregas de Economía Moral del 4,11 y 18 de mayo y del 1° y 8 de junio de este año para un análisis de las principales ideas de esta importante obra), y tenía la esperanza de lograr un intercambio epistolar con Gorz. Prometí a Víctor buscar el correo electrónico de AG para que él pudiera recontactarlo. Falté a mi promesa. Lo lamento, Víctor.
La periodista y crítica cultural alemana Ulrike Baureithel (UB), colaboradora de Freitag, semanario alemán de izquierda, contextualiza la terrible noticia de una manera muy hermosa. Después de analizar la obra teórica de Gorz, desde Adiós al proletariado (1980), hasta Conocimiento, valor y capital (2004), dice que su último y “más hermoso libro: Carta a D. Historia de un amor (2006) es una postergada declaración de amor a su mujer Dorine. En él refleja la incredulidad de Gorz de que la hermosa británica que conoció en Lausana en 1947 hubiera reparado en él, “el judío austriaco sin posibilidades”. UB cita el final del libro: “Desde hace cincuenta y ocho años vivimos juntos, y ahora te quiero más que nunca. Hace poco he vuelto a enamorarme de ti, y se ha abierto de nuevo en mi pecho ese vacío voraz que sólo el calor de tu cuerpo en el mío consigue llenar”. UB explica el doble suicidio: “Estaban de acuerdo en que ninguno de los dos tenía que ver al otro bajar a la tumba, de modo que –gravemente enfermos ambos desde hacía tiempo– se quitaron de consuno la vida en su casa de Vosnon, en la campiña francesa”.
Gorz, cuyo nombre original fue Gerhard Hirsch, y que en sus escritos periodísticos usó el seudónimo de Michel Bosquet (asignado, como él dice, por su primer patrón), nació en Viena en 1923. Encuentro en Internet una entrevista que concedió en 1999 a Michel Klotowsky, cuando había recién aparecido Miserias del presente... Tenía 75 años y Klotowsky lo describe como muy flaco, casi seco. Al hablar de sus estudios, AG muestra que era un personaje muy fuera de serie. Dice que mientras cursó ingeniería química, profesión que nunca ejerció, pero que puede ayudar a entender cómo un filósofo se mete al taller de producción y estudia minuciosamente lo que ahí ocurre, como hizo en varios de sus libros, estudiaba (al parecer por su cuenta) sicología y filosofía. Y añade: “Hice algunos cursos de filosofía en la universidad durante un semestre. Me pareció tan grotesco que me burlaba públicamente de los profesores. Nunca volví.” Cuenta cómo su descubrimiento de Jean Paul Sartre no estuvo basado en sus obras filosóficas, sino en las novelas La náusea y El muro: “Las compré, las leí, las releí, me parecieron fantásticas. Era exactamente lo que yo podía sentir, lo que podía gustarme, lo que podía seducirme intelectualmente”. Sigue diciendo: “En 1943 apareció El ser y la nada. Ensayo de ontología fenoménica. Siempre me había interesado la fenomenología. La estudié durante tres meses. La asimilé totalmente. Fui, creo, el primer sartreano convencido e incondicional”. Note el lector que AG tenía entonces 20 años y no tenía estudios formales de filosofía. Gorz cuenta que después escribió un libro de 600 o 700 páginas, que era la continuación de El ser y la nada, que habría de tardar 20 años en publicarse con el título de Fundamentos para una moral.
Hijo de madre antisemita, según dice él mismo, y un padre judío despojado de sus propiedades por los nazis, decide residir en Suiza, pero en una ciudad de habla francesa, Lausana, lo que explica diciendo que en la escuela secundaria decide romper (por lo que le hicieron a su padre) con todo lo que era germano, y añade: “Yo había nacido bastardo, en una condición en que no era ni alemán, ni austriaco, ni católico, ni judío, aunque había sido bautizado. Por lo tanto, me pareció que tenía la posibilidad de estar al margen de cualquier identidad y ser libre de elegir… Después de la derrota de Francia de 1940, decidí ser francés, pertenecer al pueblo vencido por lo que consideraba la barbarie germana. Como vencido podía identificarme con los vencidos. Desde entonces, no practiqué el alemán por 44 años”.
Murió con la misma fuerza de decisión, escogiendo cuándo, cómo y con quién morir. Con su amada de toda la vida. Su partida nos empobrece.