Usted está aquí: lunes 1 de octubre de 2007 Deportes Morelia se le entregó a José Tomás, pero el triunfador fue Fernando Ochoa

TOROS

El madrileño logró el prodigio de ligar 6 derechazos sin interludio, en cámara lenta

Morelia se le entregó a José Tomás, pero el triunfador fue Fernando Ochoa

Cortó tres merecidas orejas

En primera fila, Lázaro Cárdenas y Onésimo Cepeda

Lumbrera Chico (Enviado)

Ampliar la imagen La afición mexicana paladeó con intensidad la estética de José Tomás La afición mexicana paladeó con intensidad la estética de José Tomás Foto: La Jornada Michoacán

Morelia, Mich., 30 de septiembre. Bajo el aura de las pasiones que este verano despertó en España su regreso a la fiesta brava, José Tomás se enfrentó ayer con la miseria taurina de México: la plaza Monumental de Morelia, llena hasta el reloj (que no tenía manecillas por cierto) lo recibió con un encierro parchado y de media casta, de una ganadería de segunda como es la de Los Encinos, y con una empresa y un juez de desecho, como corresponde a los tiempos que corren en este pobre país.

Por su parte, la afición mexicana paladeó con intensidad la ética y la estética de un verdadero gigante de los ruedos: antes de pegarle el primer capotazo a su primer enemigo, por la sola manera de caminar hacia él y plantarse a citarlo en los medios, hizo que los 10 mil espectadores de pronto guardaran silencio, y cuando comenzó el quite por verónicas a pies juntos, cada una más ceñida y templada que la anterior, la gente ya estaba gritándole “¡torero, torerazo!”, con toda justicia y razón.

Paradójicamente, el gran triunfador de la tarde fue el diestro local, Fernando Ochoa, que salió con tres orejas en la espuerta, y el que por su parte se llevó tres rechiflas fue el también michoacano Teodoro Gómez, que regentea la pequeña pero hermosa y pinturera Monumental, y que después de verse roñoso comprando ganado de los herederos de Manolo Martínez, regaló un séptimo cajón (o se lo obsequió a sí mismo) para reconfirmar su impotencia y su inexpresividad.

En barrera de primera fila, detrás del burladero de matadores, estaban el gobernador Lázaro Cárdenas Batel, su esposa y junto a ésta nada menos que el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda. En los tendidos de sol y de sombra, por lo demás, estaban las porras de la Plaza México y aficionados venidos de Yucatán, Jalisco, Aguascalientes y otras entidades que no se atrevieron a gritar su nombre a medida que se desarrollaba la pachanga.

Porque seamos objetivos: fue una corrida sin seriedad, con reses carentes de la edad, el peso y el trapío reglamentarios para ser consideradas toros; eran, en el más benévolo de los casos, novillos adelantados, de los cuales, Ecologista, el primero de Teodoro Gómez, un cárdeno bragado con cabeza de borreguito, salió del chiquero visiblemente enfermo y se refugió en tablas hasta que el puntillero acabó con él.

Con menos achaques saltó en seguida Popito, negro bragado con más defensas, al que José Tomás, como ya se dijo, lo recibió en el centro del redondel, pasándoselo tan cerca que la bestia lo desarmó al cuarto lance, pausa involuntaria que el artista de Galapagar aprovechó para replantear el quite y reanudarlo en el mismo terreno con otras cuatro verónicas de excelencia.

Tras el simbólico picotazo que el del castoreño dibujó en el flaco morillo del peludo y al cabo de un segundo tercio de trámite, sin brindar a nadie José Tomás inició la faena de muleta también en los medios con cuatro estatuarios sin mover los pies, que remató con el desdén. Y allí, como bien lo escribió Joaquín Sabina en su crónica de hace dos semanas en este espacio, a fuerza de respetarse a sí mismo tanto como al toro, cuajó dos tandas por la derecha concediéndole al animal todas las ventajas: lo citaba con la muleta notablemente atrasada y lo hacía pasar primero delante de él, exponiéndose a todo, antes de templarlo con la franela girando en redondo para mandarlo hasta allá y hacerlo repetir con el mismo libreto.

Después lo corrió por la izquierda, con la misma técnica pero menor profundidad, y entonces, de nuevo con la derecha, ocurrió el prodigio de una serie de seis muletazos circulares, ligados sin interludios, a la mínima velocidad y llevándolo humillado hasta que el ruedo se volvió una alfombra de cosas que la gente arrojaba enloquecida. Luego, en obvia alusión a Manolete, a quien rinde homenaje donde quiera que se planta, citó de frente para un quite de manoletinas y el bicho, tardo en embestirle, se le arrancó de pronto y José Tomás, por instinto, le cambió el viaje salvando el vientre de milagro, antes de lograr, ahora sí, la tanda final, tal como la quería, entre olés de histeria eufórica, si tal cosa es posible.

¿Es necesario añadir que pinchó dos veces antes de señalar una media lagartijera, pese a lo cual miles de pañuelos pidieron la oreja que el juez otorgó y miles de gargantas más protestaron? ¿O que ante su segundo enemigo –tan feo era que sus cuernos parecían de dos toros distintos– no escatimó nada pero sólo tuvo detalles y volvió a pinchar? ¿O que a partir de ayer, junto con Sebastián Castella y Joselito Adame, será el eje del invierno mexicano?

 
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