Mujeres luchonas
Hoy precisamente termina el que se considera el mes patrio, en el que cada año se conmemora el inicio del movimiento de Independencia, que de aquí a tres años va a cumplir 200, lo que ha llevado a que a diestra y siniestra se hable del bicentenario y de las grandes obras con las que se quiere festejar. Ojalá no se olvide entre tanta competencia de a ver quién celebra más y mejor, el recordar los valores esenciales que movieron a las personas que lucharon por liberar a México de su dependencia española, sin olvidar que a la mayoría le costó la vida o la pérdida de su libertad personal.
Ese fue el caso de doña Josefa Ortiz de Domínguez, esa mujer excepcional que toda su vida luchó por nuestra auténtica Independencia. Es de todos conocido el incidente del encierro forzado al que la obligó su cónyuge, el corregidor de Querétaro, don Miguel Domínguez, al ser descubierta la conspiración de la que ambos eran parte y la manera en que desafiando la prohibición marital, se las ingenió para mandar avisar al cura Miguel Hidalgo, que comenzara de inmediato el movimiento de Independencia. Sin esta arrojada acción, posiblemente la gesta libertaria hubiera tardado muchos años más en iniciarse.
En alguna ocasión mencionamos que ese acto y su compromiso inagotable con la causa, le costaron a doña Josefa cinco años de encierro en conventos de Querétaro y de la ciudad de México y nos parece que en estas fechas es propicio recordarlo. En ese año de 1810 estaba esperando su décimo hijo y aún así, en avanzado estado de gravidez fue recluida en el convento de Santa Clara, del que fue liberada para dar a luz. Sin que esto disminuyese un ápice su fervor libertario, combinó la crianza de la criatura con la función de informante de los independentistas.
Esto se descubrió y se le trasladó a la capital del país, manteniéndola incomunicada en la institución religiosa de Santa Teresa la Antigua, actual sede de X Teresa, centro cultural que expone el arte de vanguardia. Ahí permaneció varios años, hasta que su salud se vio severamente menguada, siendo trasladada al convento de Santa Catalina de Siena, cuyo templo en la calle de Argentina aún se conserva, ahora dedicado al culto protestante.
Finalmente fue liberada ya convertida en heroína, papel que nunca aceptó, pues veía como un deber de cualquier ciudadano que amaba su país, el luchar por su liberación. En su casa de la calle del Indio Triste, hoy Correo Mayor, organizó reuniones con las logias masónicas, en donde se agrupaban las mentes liberales de la época. En este lugar falleció a los 42 años, sin haber nunca cejado en la batalla por sus principios. Por cierto, la casa está ahí, en bastante mal estado; sería una buena idea rescatarla para festejar el bicentenario, de seguro habría una infinidad de usos nobles a que dedicarla, entre otros el Museo de la Mujer, para el que la Federación de Universitarias, que dirige Patricia Galeana, tiene desde hace años un proyecto.
Con la vehemencia que la caracterizaba, Josefa rehusó ser dama de honor de la esposa del emperador Agustín de Iturbide, así como la jugosa pensión que le ofreció el Estado por los “valiosos servicios prestados a la patria”. También se recuerda cuando corrió de su casa al presidente Guadalupe Victoria, por haber permitido el saqueo del mercado del Parián, propiedad de españoles, acto vandálico que en su opinión demeritaba el ideal de un gobierno independiente y justo, que habían buscado los forjadores del movimiento libertario.
Hablando de mujeres luchonas, hace unos meses leímos con tristeza que la empresa que fabricaba desde hace muchísimos años el tequila Herradura, considerado por muchos conocedores el mejor de México, se había vendido a una trasnacional. Atrás del telón, la familia Romo se dividía, ya que las hermanas Gabriela y María Elisa no estaban de acuerdo; ante el hecho consumado, con el apoyo de los mejores técnicos del antiguo negocio familiar, adquirieron buenas tierras y agaves y se abocaron a producir un tequila de la calidad del que iniciaron sus ancestros. Se llama Huizache, comenzaron por el blanco y acaban de sacar el reposado, ambos excelentes y de buen precio.
Para celebrar las fiestas patrias, este mes, en la compra de una botella de reposado le obsequian una de blanco, así ya no hay pretexto para no brindar, desde luego acompañado de las viandas apropiadas, como un pozole o un buen mole poblano de la Casa Merlos, situada en Victoriano Cepeda 80, en los rumbos de la avenida Observatorio. Esto me recuerda a mis queridos lectores poblanos, a quienes aprovecho para agradecerles sus frecuentes y alentadores mensajes y les confirmo que ya está en las librerías mi libro Corazón de Piedra: Crónicas gozosas de la ciudad de México, y en la linda sede de la editorial Miguel Ángel Porrúa, situada en Amargura 4, San Ángel; en Puebla, en Angelibros.