No hay criterio para la elección, la JG opera en total secreto, dice el especialista
Arcaico, el proceso para designar al rector de la UNAM, afirma Ordorika
Narro y De la Peña, los candidatos con más posibilidades de suceder a De la Fuente
Ampliar la imagen Imanol Ordorika, autor de dos libros sobre los procesos de sucesión en la rectoría de la UNAM Foto: Carlos Ramos Mamahua
A pesar de la apertura democrática que ha vivido México en años recientes, el sistema de elección de rector en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se mantiene como un arcaísmo con nulas posibilidades para la comunidad universitaria de incidir en la decisión, establece el investigador Imanol Ordorika. Por ello adopta esa comparación de que la Junta de Gobierno (JG) –el órgano encargado de designar al rector de la máxima casa de estudios– es como un consejo cardenalicio encargado que nombra al jefe de la Iglesia católica.
En la coyuntura de sucesión de rector en la UNAM, el autor de La disputa por el campus señala, de entrada, que en esta ocasión no pretende participar como aspirante al cargo. “No hay condiciones para una candidatura de izquierda”, argumenta.
Enseguida, y como actor y estudioso que ha sido del devenir de la universidad desde hace más de 20 años, ubica en José Narro Robles, director de la Facultad de Medicina, y en José Antonio de la Peña, funcionario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), a los dos universitarios con mayores posibilidades para relevar a Juan Ramón de la Fuente.
Sobre el primero opina que “no necesariamente es el candidato de la continuidad, aunque sí un hombre afín al proyecto de De la Fuente”. Y sobre el ex director del Instituto de Matemáticas, dice que: “tiene una visión elitista de la universidad; está ligado al grupo del ex rector José Sarukhán, y probablemente cuenta con mayor simpatía entre los panistas del gobierno federal”.
De la Fuente incumplió
Ex dirigente del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y doctor en ciencias sociales, resume: “la UNAM tiene hoy un rector con enorme fuerza, por la legitimidad que le da haber reubicado social y académicamente a la institución tras la huelga en 1999 y por su defensa de la educación pública”.
Sin embargo, acota, al interior de la universidad esa cualidad se ha traducido en un reforzamiento de prácticas autoritarias, donde no existe autocrítica. Lamenta que De la Fuente no cumplió con “el mandato” de transformar a la institución y convocar a un nuevo Congreso Universitario.
Desde su perspectiva, para el futuro inmediato, la UNAM deberá colocar de nuevo en el centro de su preocupación la formación estudiantil, reinventar las formas de elección de autoridades; fortalecer la labor docente; ir al rescate del carácter latinoamericano de la institución, y recuperar su compromiso como centro de reflexión y crítica de los problemas de México.
–¿Cómo observa el actual proceso de sucesión de rector?
–Habría que partir del elemento de continuidad que identifica a todos los acontecidos desde 1945, con mecanismos y procedimientos dictados desde la JG, que es el espacio donde se condensan las relaciones de poder entre los grupos dominantes de la universidad. Es ahí donde los diferentes agrupamientos profesionales y los grupos políticos universitarios están jugándose siempre el control de la institución.
–¿Se elige entre grupos o proyectos?
–Entre grupos. Estos pueden tener algunos matices de proyecto, pero hasta ahora no ha habido grandes diferencias entre los grupos participantes.
–¿Pesará en este caso el actual rector?
–Debe recordarse que los 15 integrantes de la JG son elegidos por el Consejo Universitario, y que éste, fundamentalmente, es controlado por el rector en turno. Las grandes dinastías universitarias se han construido a partir de la posibilidad de algunos rectores de ejercer una enorme influencia sobre ese órgano.
“En estos momentos, 13 integrantes de la JG fueron nombrados durante la rectoría de De la Fuente. Esto le da a él una enorme fuerza. Pero no todo está resuelto (en la decisión); no quiere decir que no habrá juego político.
“Para elegir, la JG no tiene más obligación que allegarse de la opinión de la comunidad con los mecanismos que considere pertinentes y dándole el peso que juzgue necesario. Podrían presentarse 100 mil firmas de universitarios apoyando a un candidato y eso para la junta puede valer exactamente lo mismo que la opinión de un profesor emérito.
“Es decir, no hay ningún criterio; además de que la JG opera completamente en el secreto: no se sabe cuáles son los argumentos o los proyectos que presentaron los candidatos y por el cual se decidió al final”.
–Esto parece un ejercicio apegado al más antiguo conservadurismo…
–Así es. La imagen más cercana es la de un conciliábulo cardenalicio a la hora de designar a un Papa. Hay otras instituciones académicas en todo el mundo, incluido México, en las que existe mayor apertura, sin llegar a la elección en asamblea.
“Eso no quiere decir que no se apeguen a la Ley Universitaria que data de 1945. Pero es una normativa que para el México contemporáneo está totalmente fuera de sintonía con los procesos, limitados o no, de democratización que ha vivido el país.
–¿Esta coyuntura da condiciones para un cambio en el método de elección?
–La ruptura del monopolio priísta no se ha traducido en una transformación de la universidad. Puede verse en el hecho de que en el actual proceso el debate prácticamente no existe en los medios de comunicación, versus el tiempo que se le concedió en otras ocasiones.
“Hay una política explícita de la rectoría para pedir, por ejemplo, en el Colegio de Directores, que no se abra el proceso hasta que no se emita la convocatoria. Y quienes no coinciden no hacen nada, porque me da la impresión de que no tienen condiciones políticas para abrir el juego. Uno esperaría que a menos de dos meses del nombramiento del rector, la UNAM pudiera estar discutiendo intensamente el tipo de proyectos, ideas conceptos que los candidatos manejan”.
Ordorika subraya que parte del problema del proceso de elección de rector es que “uno sólo sabe quiénes son los candidatos porque suenan”.
Y los define: “Rosaura Ruiz es una candidata interesante no sólo por ser mujer, sino porque es capaz y proviene de una de las izquierdas universitarias. Fernando Serrano Migallón es extremadamente conservador, con una óptica limitadísima de la universidad. De la Peña tiene una visión elitista y un profundo desconocimiento del resto de la institución. Narro viene de las facultades, conoce al sector científico y a los gremios universitarios, no es tanto un académico universitario, sino un político universitario, lo que no es un elemento negativo, pues entiende que la administración de la UNAM pasa por la acción política, como lo entendieron De la Fuente y Sarukhán.