Los líderes históricos, presos o demasiado viejos
Paralelismos entre la actual revuelta popular y la de 1988
Bangkok, 27 de septiembre. Al tiempo que la represión militar contra las protestas de los monjes se intensifica, los paralelismos con los acontecimientos que culminaron con las matanzas de 1988 se vuelven más fuertes.
La presente crisis comenzó el mes pasado, cuando el gobierno incrementó súbitamente el precio de los combustibles en 50 por ciento, volviendo imposible la vida diaria de los empobrecidos habitantes de Myanmar, antigua Birmania. La crisis de 88 comenzó de manera similar, con una torpe y atrabancada medida económica, cuando el dictador general Ne Win devaluó los billetes de alta denominación repentinamente, de tal suerte que los ahorros de millones de personas desaparecieron sin que se les diera compensación alguna.
En 2007, como en 1988, la furia visceral hacia un régimen al que no le interesa el sufrimiento de su pueblo ha mutado rápidamente hasta volverse en una expresión más amplia de la exasperación política. Ne Win se hizo del poder en 1962 y su supuesto “socialismo estilo birmano” convirtió al que entonces era el principal productor de arroz de Asia en un país cuyo principal objetivo en 1987 fue el obtener ante Naciones Unidas el estatus de “nación menos desarrollada”.
Para los rebeldes, las dificultades económicas y la frustración política eran dos caras de la misma moneda. En 19 años, poco ha cambiado.
Los generales continúan desvalijando al país y se benefician operando vastas redes clandestinas de economía informal basadas en el tráfico de drogas, piedras preciosas, madera y gas. Ninguna de esas riquezas llega a los ciudadanos comunes, quienes son pobres entre los más pobres de Asia.
Los monjes, que fueron quienes tomaron la iniciativa en las actuales protestas, lo saben gracias a sus estómagos. Su sobrevivencia depende de los donativos que les hace la gente común. Para recibir lo que antes obtenían de cuatro o cinco hogares, ahora lo reúnen de entre 30 y 35.
La primera vez que hubo protestas, éstas se prolongaron durante meses y estuvieron fuera de la mira de los medios de comunicación occidentales hasta que los ataques contra propiedades del gobierno durante una manifestación en marzo de 1988 provocaron una feroz reacción en que los tanques irrumpieron en las calles y 100 civiles fueron asesinados.
Pese a esto, los estudiantes que encabezaron las protestas no se dejaron intimidar y continuaron las manifestaciones y generaron lo que se conoce como el alucinante “Verano de la Democracia”, cuando el peligro pareció disiparse. A principios de agosto, líderes estudiantiles convocaron a una huelga general y demandaron la salida de los generales del poder, la liberación de los prisioneros políticos, la restauración de la democracia y el fin de los abusos contra los derechos humanos: todo esto es muy semejante a lo se que demandó en las protestas de esta semana.
Entonces, también se convocó a la enorme marcha para el 8/8/88, día que se recordará de manera infame pues en esa fecha los militares apuntaron sus armas contra los rebeldes y mataron a 3 mil de ellos.
El régimen no tiene empacho en evocar el recuerdo de esa matanza con el fin de revivir el miedo, y Myanmar, desde entonces, ha vivido bajo la sombra de ese asesinato masivo.
El Consejo para la Paz del Estado y el Desarrollo, que es como se autonombra el régimen, ha enseñado los dientes durante los últimos dos días. Pero se trata de la misma junta militar que en 1988 quitó la vida a unos 10 mil opositores y mató a 3 mil de ellos tan sólo en el horrible agosto que siguió a los primeros actos.
Esa es la diferencia entre entonces y ahora: esta rebelión aún está en una etapa inmadura. De principio algo estático hace más de un mes, las protestas se han convertido rápidamente en una máquina de vapor que avanza significativamente.
¿Qué ha pasado en los últimos 10 días, desde que los monjes de pronto tomaron la iniciativa aprovechando el hecho de que los supersticiosos generales suelen ser reticentes a lastimar a los religiosos? El levantamiento popular ha sido espectacular y hubiera sido inconcebible hace tan sólo dos meses, pero políticamente continúa siendo extremadamente inmaduro.
Tal como sucedió durante los tumultos de entre 1987 y 1988, no han surgido líderes del movimiento. El partido de Suu Kyi, la Liga Nacional para la Democracia, cuyos miembros son considerados héroes de los levantamientos de 88 y triunfadores en las elecciones generales de 1991, sólo han manifestado su apoyo a las actuales revueltas en los últimos días.
Sus líderes históricos son ahora unos ancianos, sus dirigentes jóvenes están de nuevo en prisión tras fracasar en sus esfuerzos por entablar un diálogo con el régimen. Ni los monjes ni otros sectores han establecido demandas claras más allá de los obvios llamados a la restauración de la democracia y los derechos humanos.
De su parte, el régimen militar que conduce el general Than Shwe, quien esencialmente ha estado al frente del país desde 1988, parece haberse transformado en un ermitaño recalcitrante. Enclaustrado lejos de los disturbios en la nueva capital selvática del país en Naypyidaw, ni el gobernante de facto ni el resto de la junta han dado indicio alguno de estar dispuesto a una reconciliación con los miles que marchan para protestar contra ellos.
Como siempre, el único imperativo para el régimen es su propia subsistencia. Para ello se requieren disciplina y obediencia más absolutas del ejército, desde las bases hasta los mandos superiores.
Se cree que tanto en la actual situación, como en la que se dio en 1988, las tropas han sido trasladadas de las áreas insurgentes a Rangún, como una manera garantizar que cuando se les dé la orden de disparar a civiles desarmados (y probables hijos de Buda), no va a haber escrúpulos. Se puede confiar en que los curtidos y brutales soldados que han servido en el este acaten dichas órdenes sin miramientos.
En 1988, el fin del juego se precipitó cuando los soldados dieron muestras de estarse solidarizando con los rebeldes.
Aún no se ha visto a soldados risueños y rebeldes. Podría faltar aún algún tiempo para que la historia termine de repetirse. Y no parece probable que en esta ocasión vaya a haber un final más feliz
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca