Tiempo de falsedades
Saciados de vacíos, en la cúspide de la nada, agobiados de reformas intrascendentes, hemos construido una realidad surrealista, de falsedades, que nos ha convertido en un país irreal, cuya capital es el limbo, ahí donde van a parar los que no son de ninguna parte.
En el fondo, las grandes transformaciones son como el arte que nos dejó Marcel Marceu: expresión humana clara, sin palabras, sólo con la fuerza de lo determinante. Pero nosotros tenemos, por el contrario, una realidad de ruidos que confundimos con palabras, graznidos de pájaros perdidos en el mar, como diría Piazzola, sin ninguna decisión verdadera.
En esta nada de país, hasta los conflictos y los protagonistas de ellos son falsos: la izquierda es falsa, la derecha también; el centro es una aspiración vacía de los ingenuos, la tolerancia produce vómito, la traición ya es religión más que comportamiento, el método democrático es una guillotina contra los que pretenden asomarse a la realidad.
Son falsos los conflictos entre los partidos y los medios. En el fondo lo más importante es ocultar sus acuerdos. Es falso el conflicto entre el Gobierno del Distrito Federal y el de Felipe Calderón, porque ninguno necesita una foto de sus infidelidades. Es falsa nuestra independencia bicentenaria, la historia es falsa y ocultamos la verdadera. Son falsos nuestro entusiasmo patriótico, las imágenes de nosotros mismos y las promociones de todo. Ganarse un concurso, un boleto gratis, otra noche en el paraíso... es falso.
Hasta el pesimismo es falso, mucho más el optimismo. Son falsas también nuestras reservas petroleras y hasta los motivos de la ofensiva dinamitera contra Pemex. Es falsa la lucha contra el narcotráfico y más falsa aún la ayuda a los damnificados. La caridad y la filantropía son falsas, porque surgen, no de la bolsa de los ricos, sino del erario.
Es falsa la utilidad del voto, pues éste no sirve de nada ni para cambiar nada: se convierte simplemente en una lucha contra el fraude, la cual también termina siendo falsa porque en el fondo se transforma en una candidatura perpetua, doliente, víctima, que en su viacrucis se vuelve derrota permanente.
No obstante, cada falsedad trae su propia agenda, lucha por preservarse. La falsedad tiene instinto y la mejor manera de convertirse en verdad es mediante el insulto.
Los enemigos principales de la falsedad son la congruencia y el razonamiento, los llamados a reflexionar. La falsedad se sustenta en los intereses y, por ello, la falsedad es la columna vertebral del sistema de partidos en México; la falsedad es lo que sustenta esta democracia en lucha por convertir votos en prerrogativas, reinos locales de politiquillos que van desnudos, rodeados de sus pequeñas cortes de fanáticos.
La falsedad es una bandera defendida heroicamente por mujeres y hombres falsos. Por ello nuestras instituciones, así como la institucionalidad, son falsas, como cuando se unieron lo revolucionario y lo institucional en eso que fue nuestra larga unidad nacional, ahora convertida en esta falsa pluralidad unida por el reparto de prerrogativas.
La neutralidad de la justicia es falsa, salvo en los crímenes, y eso porque hay cadáveres; las noticias son falsas, prefabricadas, intencionadas. También la ética es falsa.
¿Cuál es el motivo de nadar entre tanta falsedad? ¿Qué convirtió las ideologías en montones de palabras falsas e igualó en comportamiento a partidos y discursos?
Hemos olvidado que el país es responsabilidad de todos y que si seguimos así, sin asumirlo, nos merecemos mínimamente una guerra civil, a la cual difícilmente llegaremos, porque esta vida de falsedades les conviene a los que viven de ella.
La falsedad crónica es un buen negocio político y económico; a los que sustentan el poder verdadero, no el falso, les conviene esta situación de reformas falsas y comportamientos falsos, dignidades falsas, valentías falsas...