Usted está aquí: domingo 16 de septiembre de 2007 Opinión Derriben ese muro

Amy Goodman

Derriben ese muro

Ampliar la imagen Un palestino se descuelga del lado israelí de la barrera de separación con Cisjordania, procedente de Abu Dis, aldea palestina en el este de Jerusalén, antier, primer viernes del Ramadán, mes sagrado para los musulmanes  Ap Un palestino se descuelga del lado israelí de la barrera de separación con Cisjordania, procedente de Abu Dis, aldea palestina en el este de Jerusalén, antier, primer viernes del Ramadán, mes sagrado para los musulmanes Ap

La semana pasada me senté con el ex presidente Jimmy Carter, en el Centro Carter en Atlanta, Georgia. El Centro era anfitrión de una conferencia de defensores de derechos humanos, gente que vive en la línea del frente confrontando regímenes represivos por todo el planeta. Después de un cuarto de siglo de trabajo humanitario desarrollado por el Centro Carter monitoreando elecciones, trabajando para erradicar enfermedades tropicales menospreciadas y poniendo el foco en los pobres, Jimmy Carter se encuentra ahora en el centro de la tormenta del conflicto Israel-Palestina.

Después de más de treinta años de trabajo en Medio Oriente, Carter publicó un libro titulado: Palestina: paz, no apartheid. Tan sólo el título del libro ha causado furor. Pero Carter no se inmuta.

“El término apartheid es exactamente el preciso. Ésta es un área que está ocupada por dos poderes. Hoy están completamente apartados. Los palestinos no pueden incluso viajar por los mismos caminos que los israelíes han creado o construido en territorio palestino. Los israelíes, excepto los soldados israelíes, nunca ven a un palestino. Los palestinos nunca ven israelíes, salvo a la distancia, excepto a soldados israelíes. Así que dentro del territorio palestino, están absoluta y totalmente separados, mucho más de lo que estaban en Sudáfrica, por cierto. Y la otra cuestión es, la otra definición de apartheid es, que un lado domina al otro. Y los israelíes dominan por completo la vida del pueblo palestino.”

Carter sitúa mucho de la culpa en la falta de impulso hacia una solución, en la ausencia de debate en Estados Unidos: “Es una terrible persecución de derechos humanos que trasciende por mucho lo que cualquier extranjero pudiera imaginar. Y hay muchas poderosas fuerzas políticas en Estados Unidos que impiden algún análisis objetivo del problema en Tierra Santa. Pienso que es preciso decir que ningún miembro del Congreso con quien yo tenga relación hablaría o haría un llamado en favor de que Israel se retirara a sus fronteras legales. Ninguno haría pública la penuria de los palestinos o llamaría pública y repetidamente a unas pláticas de paz con buena voluntad.”

Como presidente, Carter negoció los Acuerdos de Paz de Campo David, en 1978, que crearon una paz duradera entre Israel y Egipto. El presidente Clinton, que ofició sobre la fallida Cumbre de Campo David en 2000 entre Israel y los palestinos, ha sido muy crítico de la perspectiva de Carter. Clinton culpa al liderazgo palestino de rechazar la “generosa oferta” de los israelíes. Lo interesante es que el negociador principal de Israel, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores Shlomo Ben-Ami me dijo en 2006: “si yo fuera palestino, también habría rechazado lo de Campo David”.

Mientras estábamos en Chicago, la Universidad DePaul llegó a un arreglo con el profesor Norman Finkelstein. Pese a saludarlo como “prolífico académico y profesor sobresaliente”, De Paul le negó su plaza, y muchos piensan que se debió a su abierta crítica a la política israelí hacia los palestinos.

Hijo de sobrevivientes del Holocausto, a Finkelstein le dan reconocimientos académicos prominentes. Pocos meses antes morir Raul Hilberg, el reverenciado fundador de los estudios relativos al Holocausto alabó la labor de Finkelstein: “Eso implica mucha valentía. Su lugar en la historia de escribir la historia está asegurado y aquéllos que al final demuestran estar en lo cierto triunfan, y él estará entre aquéllos que triunfen, aunque esto implique, o por lo menos eso parece, enormes costos”.

El debate abierto en relación con Israel-Palestina no debería conllevar tanto costo. Es esencial para la paz en Medio Oriente. El Grupo de Estudios sobre Irak, en su informe bipartidista Baker-Hamilton, afirmó: “Estados Unidos no será capaz de lograr sus objetivos en Medio Oriente, a menos que lidie directamente con el conflicto árabe-israelí”.

En la cubierta del libro de Carter hay una foto de la “Barrera de la Separación”. Originalmente, Israel buscó que el muro se tendiera a lo largo de la frontera reconocida internacionalmente en 1967. Carter anota que Israel decidió “mover el muro de tal modo que la frontera israelí se entromete profundamente en Palestina y se sirve una tajada de aquella preciosa tierra para que la ocupen los colonos israelíes”. La Corte Internacional de Justicia determinó que esto era ilegal. Está terminado en más de la mitad de su extensión, y los planes son que serpentee por más de 645 kilómetros, sobre todo en Cisjordania. En algunos sitios el muro tiene una altura mayor a siete metros y está hecho de concreto.

Carter lo describe como “algo mucho peor” que el Muro de Berlín. El anciano activista israelí por la paz Uri Avnery escribe: “Cuando mis amigos caen presa de la desesperanza, les muestro un pedazo de concreto pintado que compré en Berlín. Es uno de los remanentes del Muro de Berlín, que se vende por toda la ciudad. Y yo les digo que, llegado el momento, pretendo solicitar una franquicia para vender el Muro de la Separación”.

La barrera se alza también en Estados Unidos –metafórica– en torno a cualquier tipo de debate racional relacionado con una solución equitativa y justa en Medio Oriente. Mi sugerencia: derriben ese muro.

Traducción: Ramón Vera Herrera

 
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