Usted está aquí: sábado 15 de septiembre de 2007 Opinión El rock, revivido y coleando en las pantallas

32° Festival de Torono

Leonardo García Tsao
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El rock, revivido y coleando en las pantallas

Toronto. Una combinación de rock, nostalgia y cine ha contribuido a algunos de los títulos más disfrutables en el Festival de Toronto. El documental de rock ha tenido aquí representantes tan llamativos como Amazing Journey: The Story of the Who, de Murray Lerner y Paul Crowder, que según reza el título relata la historia del grupo que, junto con los Beatles, los Stones y los Kinks, encabezó la llamada invasión inglesa en los 60.

A diferencia de Los chavos están bien (Jeff Stein, 1979), que era un documental para fans del grupo, no apto para paganos, Amazing Journey sigue un orden cronológico: desde la infancia de los cuatro miembros originales al estado actual, cuando Pete Townshend y Roger Daltrey han decidido seguir portando el estandarte Who. Apoyándose en pietaje conocido e inédito, los realizadores han obtenido el honesto testimonio de Daltrey y Townshend, sus diferentes colaboradores y la opinión admirante de otros rockeros –The Edge, Sting, Eddie Vedder– para ir narrando la trayectoria musical y emocional del cuarteto. Es también una sensible historia de amor fraternal en la que los músicos se dan cuenta que han vivido “un matrimonio entre cuatro tipos que no podrían haber sido más diferentes entre sí.” Son raras esas escenas en que Townshend deja caer su careta de cinismo y admite seguir extrañando a Keith Moon y John Entwistle.

Grant Gee, el director de Joy Division, no ha tenido una historia tan larga que resumir. El influyente grupo epónimo de Manchester existió durante tres años y editó sólo dos discos de estudio. Pero eso bastó para dejar una marca. El documental establece el contexto histórico –la grisura industrial de esa ciudad sumada al impacto social generado por el punk–, que sirvió de inspiración a Ian Curtis y amigos a formar un grupo signado por la desesperanza y, al mismo tiempo, la energía innovadora. En pocas palabras, el documental consigue lo que la biografía musical Control, de Anton Corbijn, escamotea por el camino del convencionalismo. En efecto, Curtis fue una figura trágica y central, pero Joy Division, según muestra el documental, fue producto de una sinergia a la que colaboraron varias personas, incluyendo los otros tres músicos –Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris– quienes admiten no haber estado conscientes de lo que estaban creando.

Lou Reed’s Berlin es simplemente un documental de concierto. El año pasado, el músico llevó a cabo seis conciertos dedicados a interpretar su subestimado disco Berlin, un fracaso tras ser vilipendiado por la crítica. Reed llevaba 33 años sin tocarlo sobre el escenario y decidió que era tiempo de rescatar una obra sin duda deprimente, pero meritoria. El también neoyorquino Julian Schnabel se dedicó a registrar un concierto con cuatro cámaras y el discreto apoyo audiovisual de videos hechos por su hija Lola. Aunque el temperamental Reed ya luce un rostro avejentado, parecido al de una tortuga sabia, el evento obviamente le complace. Sus ocasionales sonrisas lo delatan aunque no contradicen el lado oscuro del material.

Más problemático, en tanto más pretencioso, resultó I’m Not There, la libre biografía intentada por Todd Haynes en torno a la figura de Bob Dylan. Así como su anterior Velvet Goldmine (1998) era una paráfrasis de David Bowie e Iggy Pop durante el auge del glitter, ahora Haynes ha filmado una especie de collage en el cual seis diferentes actores (entre ellos, un niño negro y una mujer) interpretan sendas facetas de Dylan bajo diversos nombres.

El proyecto es arriesgado y contiene una dosis pareja de aciertos y resbalones, a veces en una misma escena. Lo mejor, curiosamente, es la interpretación de Cate Blanchett que, si bien no se parece nada al compositor, sí logra encarnarlo convincentemente sin caer en la imitación (como Christian Bale), o en el concepto no cuajado (Richard Gere como un envejecido forajido del Oeste). Por cierto, ese periodo interpretado por Blanchett, referido a la crisis de Dylan después de adoptar la guitarra eléctrica y ser llamado un traidor por los puristas del folk, está cubierto por dos documentales que sí son retratos definitivos: Don’t Look Back (1967) de D.A. Pennebaker, y No Direction Home (2005), de Martin Scorsese.

A uno le faltó valor para ver Across the Universe, de Julie Taymor, un musical nostálgico sobre el jipismo de los 60 que utiliza 33 canciones de los Beatles. Los personajes se hacen llamar Jude, Lucy, Prudence, JoJo... ya saben qué onda. Según varios que sí la sufrieron, ha aparecido un nuevo clásico del camp a ser colocado al lado de El club de corazones solitarios del Sgto. Pimienta (1978), en un infernal programa doble de crímenes cinematográficos inspirados por las canciones de Lennon y McCartney, que no tienen la culpa.

 
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