Usted está aquí: miércoles 12 de septiembre de 2007 Política Cuba y un hombre perverso

Pablo González Casanova/ I

Cuba y un hombre perverso

Perverse interpretari.
Cicerón

Vamos a suponer que Petras es un hombre perverso. Se llama James y, además, es inteligente. Durante años se prepara a ejercer un arte difícil: criticar a la izquierda desde la izquierda. Es un arte dudoso, equívoco. Se presta a alusiones oscuras, a confusiones de ideas, explicaciones incompletas o defectuosas, interpretaciones ambiguas o dobles significados. Petras se entrena para dominarlo, a sabiendas de los peligros y sus desenlaces.

Es su misión vital. James estudia al dedillo un arte que se presta a criticar a la izquierda para que triunfe la izquierda, o para destruir a la izquierda con sus propios argumentos. Quienes practican ese arte saben que pueden dañar a la emancipación humana por no practicarlo y también al especializase en practicarlo.

James es un especialista. Con razón asume que sus argumentos van a ser bienvenidos. Piensa en el inmenso daño que los conocimientos prohibidos, al estilo estalinista, causaron en el movimiento revolucionario. Tiene toda la razón. Pero como James es inteligente y perverso se cuida de aclarar que las críticas a la izquierda sólo prueban su validez si se dan tres condiciones, o una de las siguientes tres condiciones: 1. Si quien las formula no está equivocado en lo que afirma que pasa. 2. Si no comete el grave error de proponer para la acción lo que es imposible dentro de las constricciones insuperables de una situación y un momento históricos, en las que ni siquiera es posible desestructurar lo imposible, y 3. Si no propone como solución medidas que han comprobado su inmensa capacidad de destruir los proyectos y procesos emancipadores.

Petras, James, o James Petras, escribe un artículo sobre Cuba. Al escribirlo piensa que lo mejor para empezar es, primero, denunciar dura y reiteradamente el cruel bloqueo y asedio de que Cuba ha sido objeto por parte de “Estados Unidos y sus socios cubanos del exilio”; segundo, reconocer los más visibles logros de la revolución cubana; tercero, aceptar otros hechos, también evidentes, como que Cuba es el único país que, en medio de incontables dificultades y ataques, continúa construyendo el cambio emancipador abandonado desde Rusia hasta China, pasando por Vietnam y por los antiguos países socialistas del Este de Europa.

La lista de Petras sobre la derrotada invasión de Estados Unidos (EU), sobre el bloqueo marítimo que falló, sobre los numerosos intentos de asesinatos y ataques terroristas logrados y fallidos, sobre las amenazas intimidantes, las cancelaciones y prohibiciones bancarias y comerciales contra la isla es una lista impresionante aunque no sea completa.

La reflexión que hace Petras sobre la eficacia de esa política criminal es digna de especial atención. Le sirvió a “EEUU” para derrocar a gobiernos reformistas o revolucionarios como el de Arbenz en Guatemala, el de Mossadegh en Irán, el de Allende en Chile, el de Lumumba en el Congo, el de los sandinistas en Nicaragua, los de Aristide en Haití, y a “muchos otros”, mientras que Cuba ha podido resistir en medio siglo. Esa reflexión se complementa con otra, también exacta, sobre cómo esos gobiernos no sólo cayeron por culpa de EU, sino por lo que habitualmente llamamos sus “contradicciones internas”, expresión que él resume en otra menos precisa al escribir “que fueron derrocados o se desplomaron por sí mismos...”, formulación que no ayuda a ver que el conjunto del problema se da con la intervención del imperialismo que aprovecha al máximo posible las contradicciones internas para derrocar a cuanto gobierno le viene en gana, mientras en Cuba por más que empleó las intervenciones directas y las contradicciones internas no tuvo éxito. Pero de allí, Petras no deriva que algo hay en Cuba en materia de atenuación de las contradicciones internas que permitió al pueblo cubano y su gobierno enfrentar y vencer al enemigo imperial y a sus aliados del interior.

En todo caso, James sí reconoce “la gran virtud de la revolución cubana para sobrevivir y mantener muchos de sus logros sociales positivos...” Y de allí pasa a formular una lista de los logros. La lista es impresionante tanto por lo que significa como por la exactitud histórica y numérica con que los enuncia. El problema es que la lista es incompleta y que le falta “lo mero principal”, como decimos en México.

Petras se refiere a los triunfos cualitativos en una educación que es universal y gratuita en todos los niveles; en las políticas sanitarias que aumentan la esperanza de vida y los índices de salud con una formación y distribución de médicos y servicios médicos que colocan a la población en mejores niveles que los de muchos países altamente desarrollados; en programas por los que los trabajadores que pierden su empleo siguen recibiendo su respectivo salario mientras se les prepara a adquirir nuevos conocimientos de su interés, que sean requeridos para darles un nuevo empleo. Se refiere también a “la seguridad que las instituciones nacionales prestan eficazmente a los habitantes frente a los ataques terroristas de EU” y frente a los esfuerzos internos de “desestabilización patrocinados por las organizaciones ‘disidentes’ financiadas por la Casa Blanca”. Menciona la continuación de pagos de seguro a los jubilados, el control de las empresas de participación extranjera por el gobierno cubano; la “sorprendente recuperación económica” de Cuba después del “periodo especial”, en que se vio obligada –tras la caída de la Unión Soviética y la pérdida de la enorme ayuda que ésta le daba– a hacer grandes sacrificios en la economía y la sociedad, todos consensados con el pueblo y que le permitieron, en medio de grandes carencias, no sólo sobrevivir sino recuperarse.

A tan impresionante registro de los triunfos de Cuba que Petras realiza le falta, sin embargo, un logro esencial, precisamente el que distingue a Cuba de otros movimientos que se encaminaron al socialismo y se perdieron en el camino... Y cuando uno se pregunta cuál es ese logro, advierte que se trata de la coherencia entre el deber y el hacer, entre el pensar y el actuar de acuerdo con valores y objetivos emancipadores en que la conducta moral e intelectual de las vanguardias se materializa en fuerzas colectivas inmensas que se extienden desde pequeños, o relativamente pequeños núcleos como el Movimiento 26 de Julio en sus orígenes, los comunistas encabezados por Carlos Rafael Rodríguez, los pobladores de Santiago organizados por Frank Pais, los líderes revolucionarios campesinos de la sierra y el llano y de los trabajadores industriales y agrícolas, así como los estudiantes e intelectuales que se van juntando a unos y otros, o que forman parte de ellos como pioneros y hasta como precursores del gran movimiento. Esa poderosa virtud –permítaseme la redundancia– de una moral personal y colectiva se combina con un pensamiento crítico y revolucionario que arranca de Martí y de Mella, y con una cultura muy amplia, muy flexible en la forma, y muy dura en el fondo moral e intelectual. Esa cultura, en empresas de ideales a realizar, es la base de una combinación de la revolución con la cortesía, con el respeto a las ideas y creencias del otro, con la diplomacia; y la valentía inteligente e informada en el combate, capaz de adaptarse, de corregirse y de crear; es también el origen de la civilidad que hace de la revolución cubana la menos violenta en la historia universal de las revoluciones, y la que inserta, en las relaciones sociales emergentes, el idealismo de construir un “hombre nuevo” mediante una extraña solidaridad y fraternidad impagables, que se practican a escala local, nacional y mundial, en todo lo posible, como anuncio practicado de una nueva historia humana. La importancia de esos y otros hechos es que en una gran medida no son sólo cubanos, sino humanos. Y son precisamente los vínculos entre los valores intelectuales, morales, políticos y la lógica de la fuerza desde abajo, los que explican en gran medida el triunfo de la revolución cubana, aunque ésta se halle aún lejos de haber construido “el hombre nuevo” a que aspiró el Che para toda Cuba y para el mundo entero. El grandioso objetivo requiere la colaboración creciente de aquella parte de la humanidad que insista en “tomar en sus manos las riendas de su destino”, como decían antes los románticos, y como en términos más sencillos plantean hoy los verdaderos movimientos alternativos.

 
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