Usted está aquí: martes 11 de septiembre de 2007 Opinión Tercer premio Eduardo Mata

Juan Arturo Brennan

Tercer premio Eduardo Mata

La tarde del domingo se llevó a cabo en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, con la Orquesta Filarmónica de la UNAM, el concierto final del Tercer Premio Internacional Eduardo Mata de Dirección de Orquesta, en la que participaron tres finalistas estadunidenses. Este insólito y hasta cierto punto inesperado hecho puede explicarse si se toma en cuenta que de los 17 jóvenes directores que llegaron a la eliminatoria del concurso, siete de ellos provenían de Estados Unidos.

Sin embargo, hay algo aún más interesante en este contingente de finalistas: ninguno de ellos es el típico WASP (blanco, anglosajón, protestante) que pudiera esperarse. David In-Jae Cho es de padres coreanos; Eduardo Espinel es de origen venezolano, y Damon Gupton es afroamericano. Más que otra cosa, este singular arcoiris de batutas finalistas deja ver muy claro de dónde surge el talento creativo en la sociedad estadunidense de nuestro tiempo.

Entre las cosas interesantes que pudieron apreciarse en las diversas sesiones del concurso estuvo la presencia de Carolyn Kuan, directora taiwanesa que en 2003 había participado en la primera versión de la competencia, y en cuya participación de este año fue evidente el progreso (tanto en música como en aplomo y personalidad) que ha experimentado en estos cuatro años, y que le valió su pase a la etapa semifinal. Por otro lado, si bien es cierto que entre estos jóvenes directores hay algunos con buena técnica y buena presencia en el podio, el hecho es que ninguno de ellos es poseedor de esa musicalidad serena pero intensa, introspectiva pero a la vez comunicativa, que le valió el triunfo al joven francés Sylvain Gasançon en la anterior versión del concurso. Por tercera ocasión consecutiva, ausencia total de mujeres, de latinoamericanos y de mexicanos entre los finalistas. Materia para meditar, sin duda.

Por otra parte, es triste tener que reportar que esta tercera versión del premio Eduardo Mata fue, como las dos anteriores, un fracaso rotundo en cuanto a su impacto en el público y en la comunidad musical de México.

En la sesión del miércoles, éramos nueve desmañanados melómanos instalados en la gayola de la sala Nezahualcóyotl. Para el viernes, habíamos aumentado a 14. Y el sábado por la mañana, la multitud era de 11, incluyendo un director de orquesta, una clavecinista y un violinista profesionales.

De nuevo, la pregunta: ¿dónde estaban los melómanos supuestamente ilustrados e interesados en las entrañas del quehacer musical? Y, mucho más importante, ¿dónde estaban los directores, aspirantes a directores, estudiantes de dirección, ejecutantes, aprendices de otras ramas de la música, etcétera?

No sé si rasgarme las vestiduras por este nuevo desaire al concurso o simplemente encogerme de hombros con resignación y asumirlo como una muestra más de la vertiginosa decadencia cultural de este país televisivo y televisado que parece ya no tener ojos ni oídos para lo que es realmente importante. Lo cierto es que, de nuevo, el premio Eduardo Mata suscitó un interés nulo en nuestra comunidad musical y cultural, y todo el esfuerzo invertido en su muy profesional organización y realización tuvo como resultado, por tercera vez, un magro beneficio que no fue más allá de los concursantes.

Después de la primera sesión de ensayo de los tres finalistas, pareció quedar claro que la competencia se reduciría a Damon Gupton y David In-Jae Cho, y así fue, ya que en el concierto final la actuación de ambos superó, de nuevo, a la de Eduardo Espinel.

Más poder de comunicación y mayor proyección musical en Gupton, más técnica y mayor refinamiento en Cho, mientras que Espinel no fue más allá de la corrección, a pesar de que le fue asignada una sinfonía más espectacular y sonora (la Sinfonía en re menor de César Franck) que a sus colegas, quienes se enfrentaron respectivamente a la Tercera de Schumann y la Tercera de Brahms, además de la obra obligatoria, El trópico, de la Suite H.P. de Carlos Chávez.

Después de una prolongada deliberación, el jurado anunció la inesperada decisión de otorgar el primer premio ex aequo a Gupton y Cho, decisión que a pesar de ser incuestionable e inatacable, y a pesar de los méritos evidentes de ambos directores, no satisfizo a nadie.

Quedó la impresión de que todos perdieron, y la sesión final del premio Eduardo Mata fue empañada por el imperdonable faux pas que cometieron algunos integrantes del jurado al aplaudir a uno de los concursantes durante el concierto. ¿Dónde quedó la imparcialidad?

 
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