La fuente de gente
it is a privilege to see
so much confusion
Marianne Moore
¿Tú verás? ¿Quién verá? ¿Qué verá?
Vaya pues.
Rincones rancios en la parte más aplastada
de la ciudad miserablemente grande,
o pulcros espacios cerrados
y sustraídos por la opulencia;
también espacios avisados y despiertos
al efecto de las visiones constantes
de la tecnología subjetiva,
de las drogas mágicas y sintéticas,
de los sueños de la inteligencia.
En estas calles la ilusión viajó en tranvía.
Hace mucho que ya no.
Pero nadie lo echa de menos.
Es una ciudad impaciente, olvidadiza,
nunca le rinde el día
para recostarse un poco en el pasado.
El lugar no está en las piedras
ni en las fotos
ni en las íntimas nostalgias reaccionarias.
El lugar está en la gente.
Lo que le hacen.
Lo que le hacen creer.
Lo que hace.
Avanza el concreto sobre los descarapelados muros,
avanzan los venenos,
pero a la gente de las calles
de alguna parte de sus cuerpos
le sale luz.
Los talones de la banda en el talón
echan chispas.
Flashean los ojos
en cualquier fulano de tal.
Bolitas de pan para tirarse
de un lado al otro de la mesa
después de la merienda.
Mensajes cifrados en una lengua común.
Intuiciones de sobrevivencia.
Fuentes de energía, de vitaminas
y minerales,
de gracia.
El animal de luces de la noche
es demasiado grande,
las manchas de su jaguar van lento
y sus mejores distancias son las cortas.
Aquí no es el tiempo el único
que avanza. Checas. Te checan.
Las moléculas del sistema solar
giran y giran y giran y,
ya ves, se tocan.