En 2 de los 4 departamentos que generan 90% de la producción ya se siembra ese maíz
Monsanto convenció a hondureños de ventajas de cultivar transgénicos
Agricultores recomiendan a mexicanos “olvidar el romanticismo” y aplicar la biotecnología
Olancho, Honduras. El maíz genéticamente modificado es, para unos, arma biotecnológica idónea para combatir el hambre y seguro de producción y rentabilidad. Para otros, robo genético y pérdida de identidad cultural por la contaminación de las semillas criollas.
Para aminorar el enconado debate, el ministro de Agricultura y Ganadería de Honduras, Héctor Hernández Amador, emitió en mayo de este año un acuerdo, en el cual expresó su preocupación por la posible contaminación de las variedades criollas de maíz. Por ello, dijo, surge la necesidad de buscar un uso ordenado de los transgénicos en el país. Pero en declaraciones posteriores dio un espaldarazo a la siembra de maíz genéticamente modificado, al afirmar que el gobierno no se opone a la biotecnología, porque “contribuye a la seguridad alimentaria y a la reducción de la pobreza”.
Para la Alianza por la Soberanía Alimentaria y la Reforma Agraria –integrada por 13 organizaciones campesinas, indígenas, de trabajadores, mujeres, consumidores y ecologistas– las acciones del Ministerio de Agricultura son insatisfactorias, por lo cual demandó al gobierno que informe “con qué criterios autorizó la producción y comercialización de más de 2 mil 500 hectáreas de maíz transgénico”.
También le exigió demostrar que la producción de transgénicos en el país no genera impactos negativos ni irreversibles para la población en los aspectos social, económico, ambiental y cultural, y dar a conocer las medidas que regulan la entrada de esos alimentos mediante diversas agencias de cooperación internacional. Al Congreso Nacional le pidió que mantenga la prohibición de dar esos productos en las meriendas escolares y ampliar esa medida a toda la ayuda alimentaria que recibe la población, pues se detectó la variedad Star link –no apto para consumo humano– en donaciones del Programa Mundial de Alimentos.
A partir de la aprobación del Reglamento de Bioseguridad con Énfasis en Plantas Transgénicas, en el año 2000 la empresa Monsanto inició la evaluación experimental del maíz genéticamente modificado. Dos años después empezó la siembra semicomercial, y en 2004 se liberó comercialmente el grano Bt –con la proteína Cry1Ab (bacillus thuringiensis) para controlar los gusanos barrenador, elotero y cogollero. Un año después el RR (Roundup ready) para controlar la maleza, explicó Juan Gerardo Ancivia, experto en biotecnología del grupo de especialistas de la trasnacional.
Desde entonces ese tipo de gramínea se siembra en los departamentos de La Paz, Comayagua, Yoro y Olancho. Estos dos últimos forman parte de los cuatro donde se produce 90 por ciento del grano. Según datos de la empresa, el rendimiento de esas semillas supera casi seis veces el promedio nacional, que es de 1.47 toneladas por hectárea. “Con ésta el agricultor ya compra un seguro contra las plagas, aunque una tercera parte de las ganancias son para la empresa”, y aunque la semilla sea reproducida por el agricultor, en una segunda generación pierde 30 por ciento de sus beneficios biotecnológicos y en la tercera entre 50 y 70 por ciento.
Aunque la biotecnología aplicada en el maíz –grano que al igual que en México es un alimento básico para la población hondureña–, según Monsanto, no es tóxica, no produce alergias y no afecta a los organismos benéficos para la agricultura, actualmente 600 productores la aplican en 6 mil hectáreas. En 315 mil continúa la siembra de híbridos “tradicionales” y criollos, en las cuales se obtienen un millón de toneladas, frente a una demanda de 2.1 millones de toneladas.
Ancivia descartó que haya “flujo de material biotecnológico” del maíz Bt o RR a los cultivos tradicionales del grano, ya que la “vida promedio del polen es de cuatro horas, y si se diera no habría un fuerte impacto”.
El paraíso soñado
En la radio se escucha la voz del ministro de Agricultura: “Los invito a producir maíz, el país lo demanda y el precio es excelente”. El exhorto es parte del impulso al plan Maíz 2007, con el cual el gobierno pretende elevar fuertemente la producción interna, aunque no especifica con qué tipo de semilla, para dejar de gastar 100 millones de dólares por importaciones de la gramínea.
Ese llamado no fue el que convenció a Rodolfo Rubio y a Orlando Izaguirre, del valle de Comayagua; a Roberto Acosta, del valle de Guayape, ni a Juan Artica y Rigoberto Erazo para producir maíz, pues consideran que el gobierno carece de una política de fomento agrícola, no exonera a los campesinos del pago de impuesto (1.5 dólares por 0.1 toneladas) a las municipalidades y sus datos de producción no son creíbles.
La “atracción” fue el precio del grano y las facilidades que les otorgó Monsanto para sembrar las variedades Bt y RR. Si bien saben que el valor de dicha semilla es 40 por ciento superior a la tradicional, se “eleva ligeramente” el costo de producción, las pérdidas de 20 a 35 por ciento que antes tenían en promedio se redujeron a uno por ciento, las cinco a siete fumigaciones contra las plagas ya no son necesarias y tampoco los “tres a cuatro pases contra las malezas, ahora contabilizamos dinero en nuestro bolsillo. Tenemos un ingreso de 2 mil dólares, cuando antes era de 300 a 500, aunque el precio del maíz ganéticamente modificado y tradicional es el mismo”.
Reunidos en la propiedad de Juan Artica, donde un espacio de no más de 10 metros separa los cultivos del maíz transgénico del tradicional, hablan de los beneficios de la biotecnología. En ese espacio, identificado como zona de refugio, medida para evitar que los gusanos barrenador, cogollero y elotero se hagan resistentes a la biotecnología con que se les combate, lanzan una advertencia a quienes ponen en tela de juicio dicha técnica: “no renunciaremos a ella, porque es arma para producir y progresar. Logramos, inclusive, vender a Maseca. Somos minoritarios, pero fuertes. Por eso no aceptaremos que cambien las reglas” (de aprobación de la siembra de maíz transgénico y su comercialización sin etiquetarlo).
Rigoberto Erazo, de la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Olancho, resume: “ya probamos la biotecnología y sus beneficios. No vamos a dejarla, vamos a defenderla, porque nos ha llevado al paraíso con el que hemos soñado; es un bien superior”.
A quienes han señalado que los transgénicos podrían provocar daños a la salud, Rodolfo Rubio, ingeniero agrónomo, les revira: “en Copan, Santa Bárbara y Ocotepec hay alta incidencia de cáncer en el esófago y hepático, porque la gente come 25 tortillas y bebe mucho café. El maíz de allá excede 5 por ciento las aflatoxinas permitidas. Entre uno y 3 por ciento de la población tiene cáncer por esa dieta”.
Los opositores a ese tipo de grano actúan por “un sentimiento ideológico y no científico. Buscan protagonismo y crear temor entre la gente, y nadie puede decir que sea dañino. Es más tóxico el que es atacado por los gusanos”.
Luego, Orlando Izaguirre asegura que él y su familia consumen cotidianamente el maíz genéticamente modificado y no tienen problemas de salud. Y narra que hace tres años, cuando por vez primera recibió esa semilla para sembrarla, “la puse en un rincón, en la tierra donde sabía que era menos fértil. Pero me agradó que diera buenos elotes y no me quedó duda de que es buena semilla. Por eso ya no sembraré otra”.
El negocio ya existe, dicen los agricultores, y advierten que no lo dejarán, porque sería cruzarse de brazos ante el hambre, la pobreza y la marginalidad. Y recomiendan a sus homólogos de México que hagan a un lado su romanticismo y asuman la realidad de la biotecnología, como han hecho Brasil y Argentina.
Concluyen: el Estado debe regular el banco de germoplasma del maíz. Esa responsabilidad no debe recaer en los agricultores.