Usted está aquí: jueves 6 de septiembre de 2007 Opinión Una desaceleración desigual

Orlando Delgado Selley
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Una desaceleración desigual

Luego de las peripecias de la ceremonia del Informe presidencial, que hace tiempo dejó de tener sentido, parece indispensable concentrar la atención en un tema que será decisivo para las condiciones de vida de los menos favorecidos. El estallido de la burbuja inmobiliaria estadunidense de mediados de agosto provocará una disminución del ritmo de crecimiento de la economía de Estados Unidos, que probablemente la llevará a 1.8 por ciento, de manera que por ese acontecimiento bursátil perderá entre dos y tres décimas de punto. Ello, por supuesto, afectará a nuestra economía: las expectativas actuales señalan que el PIB crecerá entre 2.5 y 2.8 en 2007, lo que da cuenta de una significativa desaceleración, ya que el crecimiento de 2006 fue de 4.8 por ciento.

Obviamente esta disminución en el crecimiento no se repartirá de manera uniforme. Por el contrario, además de que el enorme peso de los monopolios en México impide el crecimiento, está el impacto del sector de la vivienda en Estados Unidos, que se ha estado contrayendo desde hace más de 15 meses. Esto, aunado a las crecientes dificultades para que los migrantes mexicanos consigan llegar al vecino del norte, está empezando a notarse en los envíos de dinero que hacen a sus familias. La información sobre el monto de las remesas es conocida, pero nunca sobra tener una medida precisa de su significación y su relevancia.

En 2001 el monto enviado ascendió a 8 mil 895 millones de dólares, lo que entonces significaba 5.5 por ciento de las exportaciones totales, 69.5 de las exportaciones petroleras, y 1.4 por ciento del PIB. En 2006 llegaron a 23 mil 54 millones de dólares, representando 2.7 por ciento del producto, prácticamente el doble de lo que significaron cinco años antes; sumaron 91 por ciento de la inversión extranjera total, y fueron casi 20 por ciento mayores que la inversión extranjera directa. Con todo y precios del crudo muy altos, fueron equivalentes casi a 60 por ciento de las exportaciones petroleras.

Sin embargo, lo verdaderamente importante es cómo estas remesas afectaron las condiciones de vida de las familias de los migrantes. Según la información de la Encuesta ingreso-gasto, en 2005 los dos primeros deciles aumentaron ligeramente su participación en el ingreso nacional, al pasar de 2.64 a 2.86 el segundo, un aumento de 0.22 en el ingreso nacional. Eso es, por supuesto, insuficiente, aunque con los niveles de pobreza prevalecientes resulta muy significativo. Además, significaron una inyección importante de recursos que incrementaron el consumo y contribuyeron en 2006 a que la demanda agregada creciera 7 por ciento, lo que estimuló el funcionamiento económico.

Según la Encuesta ingreso-gasto de 2006, el ingreso corriente trimestral promedio de los hogares mexicanos en pesos de ese año fue de 34 mil 127, en tanto que en 2000 había sido de 30 mil 467, lo que implica un incremento en pesos constantes de 12 por ciento. Para las familias más pobres el aumento fue de 4 mil 666 a 6 mil 85, es decir, 30 por ciento; para el segundo decil pasó de 8 mil 126 a 10 mil 526, lo que implica un aumento de 29 por ciento. Se trata de avances superiores al promedio, que sólo pueden explicarse por las remesas recibidas.

Esta importante fuente de recursos para la población con mayores dificultades financieras ha empezado a disminuir. La información para el primero y segundo trimestres de este año da cuenta de ingresos por remesas de 5 mil 360 y 6 mil 138 millones de dólares, que son ya ligeramente menores que las recibidas en 2006.

El dato para el segundo trimestre de 2007 en relación con el segundo trimestre de 2006 es de menos 1.6 por ciento. Ello se explica por las crecientes dificultades para que los mexicanos logren emigrar, los obstáculos para que los que ya están del otro lado consigan trabajo lo que, a su vez, es consecuencia de la desaceleración económica, particularmente de la contracción de la industria de la construcción en Estados Unidos.

Estos factores, según todo indica, no sólo seguirán presentes sino que se agudizarán, lo que implica que las remesas irán disminuyendo. Ello afectará significativamente las condiciones de vida de la población mexicana en condiciones de pobreza lo que, por supuesto, tendrá consecuencias en la economía en general y en la posibilidad de que México logre cumplir con los objetivos del milenio.

En realidad, más allá de los objetivos del milenio, lo importante es que, enfrascados en una confrontación política difícil de resolver, las fuerzas políticas han abandonando una tarea central: diseñar y aplicar los programas públicos necesarios para acabar con la pobreza en el país.

 
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