Literaturas del exilio refleja el alcance de la diáspora republicana en América
El exilio español, en una amplia muestra en el Centro Cultural de España
La muestra permanecerá hasta octubre y después viajará a República Dominicana
Ampliar la imagen Aspecto de la exposición sobre el exilio español Foto: Francisco Olvera
Hubo un tiempo en que vivían en Cataluña, y después, casi de pronto, ya no. Se habían precipitado las cosas, los bombardeos, las persecuciones. Y entonces tuvieron que irse de su tierra, huir de la muerte. Y luego tuvieron que huir de los campos de concentración del sur de Francia, y otra vez de la muerte.
Y en esa diáspora republicana llegaron a otros lugares, como a América, que es decir un mundo muy diferente al de ellos y es decir también la perplejidad ante el otro, y es decir además el nacimiento de esa maraña de reflexiones y sentimientos encontrados que es el mundo de los exiliados. Nostalgia por lo anterior e integración a lo nuevo.
América: la diversidad en la semejanza de México, Chile, República Dominicana, Argentina, Venezuela. Por Veracruz desembarcó la inmensa mayoría: 24 mil de un total que rondaba los 30 mil refugiados.
Esperando el retorno de la civilidad a España, pasaron los años hasta que algunos de ellos se dieron cuenta de que ya no estaban esperando, o lo que esperaban y añoraban ya no era, o por lo menos había cambiado bastante. Un tiempo que trae cicatrices, que trae trabajo, nuevos amigos, hijos, nietos: mexicanos, chilenos, dominicanos...
Esa es la historia que retrata con palabras e imágenes la exposición Literaturas del exilio, que pretende una nueva mirada al éxodo republicano iniciado en 1939 tras la derrota militar durante la guerra civil española.
Montada en todos los pisos, escaleras, rampas y pasillos del Centro Cultural de España en México, la exposición fue inaugurada durante la visita del presidente José Luis Rodríguez Zapatero y permanecerá abierta hasta el 14 de octubre. Ya fue expuesta en Chile y Argentina, y luego de México estará en República Dominicana.
Los comisarios de la muestra, considerada como el proyecto artístico más importante del año de ese centro cultural (Guatemala 18, atrás de la Catedral), son el escritor Juliá Guillamon, el artista conceptual Francesc Abad y el cineasta Joaquim Jordá, cuyo tratamiento es más cercano al arte contemporáneo que a lo histórico o literario.
Sin embargo, ese acercamiento es a partir de las historias concretas de un grupo de escritores catalanes, como Agustí Bartra, Lluís Ferran de Pol, Avellí Artís Gener, Ramón Xirau (“Vienen las barcas, claras, vienen barcas, eternas en las olas y en las playas”).
Dividida en 10 secciones, incluye fotos de álbumes familiares, periódicos y revistas, audiovisuales, imágenes de archivos franceses, chilenos y mexicanos, de colecciones particulares, música, obras de arte y objetos ordinarios, además de colaboraciones de cuatro cineastas mexicanos: María Novaro, Valentina Leduc, Juan Carlos Rulfo y Arturo Ripstein.
Salvar la vida, reinventar otra
La caída de Barcelona es muchas cosas, como un mural de portadas de periódicos españoles y franceses, en favor o en contra.
La primera plana del 5 de febrero de 1939 de La Vanguardia Española la llenaba una foto de Francisco Franco, en cuyo pie “la prensa de Barcelona” le llamaba “hombre genial que está salvando a nuestra patria de la catástrofe marxista”.
Pero quedan testimonios, como el de Carles Pi i Sunyer: “La primera noche de exilio, con la conciencia de la derrota absoluta”. Y dibujos como los de Joseph Subirats, sobre los campos de concentración de Argelers y Barcarés. O los cuadernos de fotografías del campo de Gurs, de Luis Juan Fernández.
“La famélica perra de la profunda nostalgia lame nuestros pies sucios”, escribió Agustí Bartra. Y luego la diáspora. “Hombre perdido entre un puñado de vías, ¡Oh, malaventurado!”, recreó Joseph Carner, Nabí.
Desde el siglo XXI, Abad instala unos torniquetes con cajas de luz y reproducciones de documentos migratorios de salida y tránsito. La itinerancia para salvar la vida, de siempre, el destino en donde se reiniciará otra vida.
Los barcos del exilio: Siboney, Mexique, Ipanema, Sinaia, Orizaba, Flandre, Degrasse, Champlain, Saint Domingue, Veracruz, Winnipeg y otros más.
“Repite el mar sus cóncavos azules/ repite el cielo sus tranquilas aguas/ y entre el cielo y el mar ensayan vuelos/ de análoga ambición nuestras miradas”, recrea Pedro Garfias.
Hay retratos del presidente Lázaro Cárdenas, uno de ellos con los niños de Morelia, huérfanos de guerra, hijos de combatientes republicanos.
En República Dominicana el escritor Joan Sales se fastidiaba por los cocoteros, el calor y los mosquitos. En Chile reinventar la vida al parecer fue más fácil, aunque el escritor Francesc Trabal siempre llevaba en el bolsillo las llaves de su casa de Barcelona.
Pero en México, Bartra redescubrió a Quetzalcóatl como un héroe espiritual que no es violento, sino que abraza y conquista espíritus; Ferrán de Pol se asombró ante el Paricutín y Chalma, y Artís Gener imaginó, noveló, que los mexicas cruzaron el océano para descubrir Europa.
Y la vida siguió, ya sea en el Orfeo Catalá o la Pastelería Suiza, en la Condesa, o creando empresas, escribiendo y editando libros y revistas. Pues como dijo Xavier Benguerel: el exilio no tiene final, y el exiliado lo es para siempre.