Brasil como problema
En los últimos días dos prestigiosos economistas de izquierda coincidieron en apuntar hacia el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva como responsable por el retraso de la puesta en marcha del Banco del Sur. Con ello desnudaron que detrás de las declaraciones en favor de la integración regional, juegan un papel relevante los intereses vinculados con las multinacionales que están bloqueando las mejores intenciones encabezadas por Venezuela y Ecuador, secundadas por la mayor parte de los países sudamericanos.
El peruano Oscar Ugarteche, en un artículo titulado “Brasil versus Banco del Sur”, fue muy explícito al señalar que lo único que falta es voluntad política ya que los problemas técnicos están resueltos y el banco cuenta ya con estatuto: “La mayor resistencia del gobierno brasileño a la arquitectura regional es que quisiera que el Banco del Sur financie la IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana)”. El gobierno de Lula ha colocado en el centro de su política regional este conjunto de obras que buscan fomentar el comercio biocénico (Pacífico-Atlántico), para poner los recursos naturales de modo más barato y rápido en los mercados del primer mundo.
En realidad Brasil no necesita un banco regional que se desempeñe como entidad de desarrollo ya que posee su propio banco, el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, que cuenta con mayores recursos para invertir en la región que el BID y el Banco Mundial. Por eso, como señala Ugarteche, puso “el taco en la tierra” para frenar el lanzamiento del Banco del Sur que se iba a producir en julio en Venezuela. La conclusión, según el economista, es que “oponerse a la arquitectura financiera sudamericana es hacerle un servicio al status quo, al Tesoro estadunidense y a las instituciones financieras de Washington, debilitadas y desprestigiadas”.
El belga Eric Toussaint, presidente del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, aseguró en entrevista que “Brasil no apoya la iniciativa del Banco del Sur porque no lo necesita para sus proyectos de potencia económica”. Sin embargo, el gobierno de Lula participa formalmente en la iniciativa “ya que si este banco se concretiza, Brasil no puede estar ausente porque podría perder una parte del peso dominante que tiene”. Mientras los gobiernos de Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales quieren acelerar la puesta en marcha del Banco del Sur, “Brasil trata de reducir la velocidad”, concluye Toussaint.
El tema no es menor y no depende de voluntades personales sino de estrategias de larga duración. Brasil quiere ser la potencia global de Sudamérica, y para ello necesita alzarse con la hegemonía regional. La IIRSA es una de las herramientas, ya que el principal beneficiado en la región será la burguesía paulista, por vía doble: se asegura la rápida circulación de mercancías hacia el norte y el grueso de las empresas constructoras de estas gigantescas obras de infraestructura serán brasileñas. Pero la IIRSA no es una creación de Lula, sino del anterior gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Lula se limita a continuarla y profundizarla.
Es necesario, entonces, comprender la estrategia de Brasil. En un reciente libro Samuel Pinheiro Guimaraes (Desafios brasileiros na era dos gigantes, Contraponto, 2006), el número dos de la diplomacia de Itamaraty explica los objetivos a largo plazo de su país: “El ascenso brasileño a la condición de gran potencia no debe ser considerado una utopía, sino un objetivo nacional necesario. Su no realización correspondería al fracaso en enfrentar los desafíos que tiene por delante y, por tanto, aceleraría el ingreso en un periodo de gran inestabilidad (y eventuales conflictos internos)”. Uno de los principales “desafíos” se relaciona con la distribución de la riqueza, ya que Brasil es considerado el “campeón mundial de la desigualdad”. Agrega que Sudamérica “es la región clave y base para la estrategia mundial de Brasil”.
La claridad del diplomático permite comprender el tipo de integración que busca Brasil. La burguesía brasileña opera de la misma forma como lo hacía la europea en los albores del imperialismo: para no verse forzada a una distribución de la riqueza necesitó expandirse hacia las regiones más pobres en las que podía obtener ganancias suplementarias. ¿No es eso lo que están haciendo las elites brasileñas, cuyas empresas dominan ya porciones importantes de las fuerzas productivas y de los recursos naturales de Bolivia, Uruguay, Paraguay, Ecuador y Argentina?
Es cierto, como apunta Ugarteche, que la oportunidad es ahora que el gobierno de George W. Bush está debilitado y no puede oponerse a una integración sudamericana autónoma al área del dólar. No sería la primera vez que una nación de este continente le hace el juego a la superpotencia. Pero sería la primera ocasión en que un gobierno que se proclama de “izquierda” contribuye a reforzar los lazos de dependencia. Por eso el debate abierto resulta prioritario. Los gobernantes de la región, por elementales razones diplomáticas, no pueden apuntar con el dedo a gobernantes de otros países. Pero los demás no podemos ni debemos disimular la existencia de dos caminos opuestos y contradictorios.
Ciertamente la situación en Brasil es muy difícil, sobre todo para los movimientos que son la única izquierda realmente existente. La opción por el etanol realizada por Lula al recibir a Bush en marzo pasado, equivale a darle vía libre a las multinacionales para avanzar sobre la Amazonia y la agricultura familiar. Por eso llama la atención que intelectuales europeos como Toni Negri, en gira por varios países de la región, sostenga la peregrina tesis de que todos los gobiernos progresistas apuntan en la misma dirección ya que fortalecen el multilateralismo. Eso es cierto, pero supone una mirada eurocéntrica. En estos momentos, en este continente, el verdadero multilateralismo pasa por impulsar una integración capaz de desafiar la hegemonía estadunidense, no de reforzarla.