Mañana inauguran la exposición en el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental
Colectiva de 48 artistas para resistir el embate al maíz
Reúne desde instalaciones hasta fotografías de mujeres creadoras nacidas en Oaxaca o vinculadas con ese estado
El aumento en el precio de la tortilla detonó esa muestra, indica la curadora
Ampliar la imagen La curadora Marietta Bernstorff flanqueada por las artistas Beatriz Russell, Lorena Silva, Masako Takahashi y Martha Toledo Foto: Guillermo Sologuren
Ampliar la imagen La creadora oaxaqueña Guadalupe Cortés, con su obra Foto: Guillermo Sologuren
Ampliar la imagen Por último, otra de las piezas incluidas en la colectiva El maíz es nuestra vida Foto: Guillermo Sologuren
De una profunda, urgente y amorosa rabia nació la exposición colectiva El maíz es nuestra vida, que mañana se inaugura en el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental (segunda sección del bosque e Chapultepec).
El maíz, planta fundamental de los mexicanos, inseparable de quiénes somos, sufre un embate desde hace décadas (a tal grado que ahora lo importamos). Y Oaxaca, que alberga una inmensa variedad, ha sido centro de esa guerra cultural y por ser autosuficiente alimentariamente.
Basta recordar que ahí fue donde se encontró la primera evidencia de maíz transgénico que, según reconocidos grupos científicos, amenaza la existencia del maíz criollo. Este es el consenso de las 48 artistas participantes.
El reciente incremento en el precio de la tortilla fue el colmo para los integrantes de La Curtiduría, espacio cultural clave en la ciudad de Oaxaca, que vive un próspero momento artístico: “Sentíamos gran frustración, teníamos que hacer algo”, contó a La Jornada Marietta Bernstorff, curadora de la exposición e integrante de La Curtiduría.
De ella y el pintor Demián Flores, fundador del espacio, nació la idea de convocar a puras mujeres oaxaqueñas o vinculadas con la entidad a expresarse sobre la planta originaria del país, y que a lo largo de miles de años las comunidades indígenas han cultivado, cuidado, hasta lograr la impresionante variedad de maíces que hoy peligran.
Pero no “sólo” peligra la riqueza biológica, sino también la diversidad cultural de los pueblos indígenas que mantienen vivo el maíz. Peligran, pues, los pueblos mismos.
El ejemplo de Yalalag
La zapoteca Juanita Vázquez, destacada defensora de los derechos indígenas, de Yalalag, en la Sierra Norte oaxaqueña, explicó vía telefónica: “En el maíz radica la vida de nuestros pueblos: maíz, en zapoteco, significa ‘nuestra vida’. Sin maíz, deja de latir el corazón de México”.
Yalalag fue el principal poblado en el que se asesoró la curadora y las artistas. Y es que para crear las obras y montar la exposición realizaron una investigación que abarcó desde visitas a comunidades, asesoramiento con el comité del maíz de la Universidad de la Tierra hasta lectura de publicaciones. Claro, varias de las participantes de por sí mamaron la cultura del maíz, como la zapoteca Martha Toledo (sin parentesco con Francisco), de la selva de los Chimalapas y que pasó gran parte de su vida en Juchitán.
Ella centró su obra en los totopos, “símbolo de resistencia y de lo que somos”. Cuenta la historia que los aztecas tenían sitiados a los zapotecos en un cerro. Se cansaron de esperar. Estos resistieron gracias a los totopos, que pueden durar años sin echarse a perder.
La curadora explicó que propusieron a las artistas basarse en tres ejes del maíz: la cuestión cultural, los transgénicos y el alto precio.
Montaron una primera exposición en Oaxaca, con 28 creadoras.
Luego, La Curtiduría propuso al Museo de Historia Natural instalar una segunda y más ambiciosa exposición. Coincidió con que personal del recinto había estado teniendo una discusión parecida, sobre cómo aportar algo en lo que se refería al tema del maíz y, de modo más amplio, cómo entrarle a temas como el agua, la energía, el cambio climático y la defensa de la biodiversidad. Y, en el mismo canal que otros museos del mundo, concluyeron que probarían ampliar las formas de presentar los temas, ya que “el arte a veces puede provocar reflexiones más profundas que sólo la explicación científica”, contó Eduardo Vázquez, director del recinto.
Kimonos y totopos
La segunda convocatoria fue tan exitosa que la curadora tuvo que elegir la obra de 48 artistas, de un total de 100. Y más: ya hay 300 mujeres, inclusive poetas, con ganas de participar, y se conciben como un grupo que continuará trabajando.
Por ahora, lo que hay es una exposición que hace honor a la variedad de maíces que existe en el territorio nacional y reúne piezas de todo tipo.
Figura, por mencionar algunos, la obra de Martha Toledo, con los totopos, que se hacen del maíz zapalote chico, unos elotes chiquitos, que se dan en tierra de la artista, el istmo de Tehuantepec: por el enorme viento que hay al haber tan poca distancia entre un océano y otro, la mazorca crece bajita.
Como el zapalote, cada variedad de maíz está estrechamente ligada al clima, la altura, la tierra del lugar. Además, cada una se utiliza para distintos alimentos. La homogenización del maíz, promovida por las grandes compa-ñías como Maseca, acaba con milenios de aprendizaje de esta planta.
Toledo además habló sobre el papel que juegan las mujeres con el maíz: “Ellas eligen las semillas, las cuidan”.
Y advirtió que en su región “cada vez se usa más la maseca, porque es más barato comprar un kilo de harina que cosechar uno de maíz”.
Está también la obra de Masako Takahashi, japonesa-estadunidense que vive entre San Miguel de Allende y Oaxaca, quien presenta una pieza con un elegante kimono con milagritos, debajo del cual hay un montoncito de granos dorados: “En Japón, para purificar, colocan una pila de sal en frente de los lugares”. Se trata, explicó la artista, de “una oración por el maíz y la humanidad”.
Lorena Silva, defeña que desde hace años vive en San Agustín, a unos 40 minutos de la ciudad de Oaxaca, donde tienen una milpa colectiva, exhibe una pieza que fusiona lo prehispánico (los metates) con lo moderno (las bandas de las tortilladoras), con el tema del sacrificio.
Sara Corenstein Woldenberg, regiomontana con años de residencia en Oaxaca, propone un proyecto con el tema de la diversidad que se va perdiendo, mediante una foto de gran formato y libros arte objeto “cine de dedo”.
Beatriz Russell, coahuilense con una década en Oaxaca, se basó en una leyenda maya quiché que habla sobre el origen del “alimento sagrado” para crear, a partir de barro, un mural a cuyo pie hay gorditas del mismo grano.
La exposición incluye videos (documentales y “experimentales”). Está, por ejemplo, el de Lucero González, quien filmó en una comunidad mixe el ritual “para pedir buena cosecha y que los animales no dañen las milpas”.
“El arte es nuestra forma de lucha”, dijo la curadora. Y lo han usado también para apoyar el movimiento popular y magisterial oaxaqueño.
“Todo en la vida es político. No puedes esconderte de lo que comen tus hijos, tienes que involucrarte con la comunidad. Tienes que levantarte con el vecino, como sucedió con el movimiento”, siguió Bernstorff. Y contó que las mujeres que hoy defienden el maíz con su arte, ayer estaban –unas más, otras menos– en las calles, en las marchas, ofreciendo comida en las barricadas.”
Exposición abierta del 30 de agosto al 29 de febrero de 2008. En la inauguración, a las 13 horas, estarán algunas de las artistas, Juanita Vázquez y la secretaria de Medio Ambiente del DF, Marta Delgado (la dependencia aportó fondos para la exposición).