(Des)Aparecida
Como buenos magos que son hicieron un acto de prestidigitación: cambiaron un documento que tuvo consenso por otro más acorde a las enseñanzas y prejuicios de la burocracia católica asentada en Roma, empezando por Benedicto XVI. Es un eslabón más en la extensa cadena de autoritarismo de una Iglesia cuyas cúpulas clericales no quieren entender que el mundo contemporáneo es distinto a sus deseos regresivos.
En la segunda quincena de mayo tuvo lugar en Aparecida, Brasil, la quinta Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Celam). El papa Ratzinger acudió a su inauguración, donde pronunció un discurso que levantó fuertes reacciones por las afirmaciones que hizo.
En su momento, en este mismo espacio, critiqué dos: su desesperado llamado a los latinoamericanos a que permanezcan en el seno de la Iglesia católica y su obnubilada visión de lo que significó la catolización de los pueblos originarios durante la Conquista española y portuguesa. En el primer caso sus argumentos fueron meramente defensivos, carentes de propuestas atractivas para quienes se sienten mejor atendidos por otras confesiones religiosas, particularmente las del amplio abanico pentecostal. La segunda fue más desafortunada, cuando sin rubor afirmó: “El anuncio de Jesús y su Evangelio no supuso en ningún momento una alienación de las culturas precolombinas ni fue una imposición de una cultura extraña”. ¿Hace falta algún comentario?
La desigual gesta que en el interior de la anquilosada institución religiosa, la católica romana, sostienen algunos sacerdotes, religiosas y organizaciones de los llamados laicos, despiertan mi simpatía. También me sorprende su perseverancia, sobre todo cuando se comprueba que la alta burocracia clerical los margina y obstaculiza reiteradamente.
Los sectores de avanzada dentro de la Iglesia católica se esperanzaron con lo que pudiera resolverse, y quedar plasmado en el documento oficial, en Aparecida. De nueva cuenta en estas mismas páginas afirmé que las suyas eran buenas expectativas, pero sin posibilidad de ser respaldadas en el cónclave de los obispos, arzobispos y cardenales. Así pasó al final de la conferencia: la aplanadora conservadora se impuso, y como sorda fue incapaz de escuchar otras voces.
En la quinta Celam hubo muchas presentaciones, grupos de trabajo, discursos, redacciones del documento que se turnaría para el punto de vista final del Papa. Conforme avanzaba la reunión se produjeron análisis sobre lo que ahí se estaba gestando. Se aprobó la cuarta versión de las conclusiones y a esperar la sanción final de Roma. Esta ya trascendió y, según católicos críticos, es una redacción muy distinta a la que acordaron los asistentes con derecho a voto en Aparecida.
Los reclamos han empezado a surgir, de ello da cuenta un asistente protestante que estuvo las dos semanas en Aparecida (Harold Segura, directivo de la Unión Bautista Latinoamericana), quien cita una carta de representantes de Comunidades Eclesiales de Base, reunidos en Santo Domingo, República Dominicana, dirigida a los obispos de América Latina y el Caribe.
Los inconformes aseguran que no se trata apenas de cambios en el documento, sino de “un cambio del documento”. Agregan con pesar: “Nos entristece que el trabajo hecho por ustedes en Aparecida haya sido atropellado. Eso afecta el conjunto de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña y, de modo especial, a las comunidades eclesiales de base, anulando su identidad eclesial y su originalidad” (Lupa protestante, 27/08/07).
¿En dónde va a surgir el obispo que diga públicamente, en concordancia con quienes redactaron la carta citada, que su trabajo fue atropellado por quien reconocen como cabeza de la Iglesia católica? Porque el nuevo documento cuenta con la autorización papal, por más que algunos argumenten que fue la burocracia romana la que secuestró las verdaderas conclusiones de la quinta Celam. No, la cuestión no es de conspiraciones de oscuros burócratas en el Vaticano que tuercen la voluntad de los altos clérigos latinoamericanos y tergiversan lo que le presentan a Benedicto XVI para su firma. El sabe muy bien dónde estampar su Nihil obstat. Sobre todo tratándose de un documento que se ocupa de América Latina, bastión mundial de una Iglesia cuyo máximo dirigente se comporta como emperador
En verdad lo siento por mis amigos católicos que se esfuerzan por oxigenar a una institución que se atrinchera y no escucha a sus voces más lúcidas y sensibles. Pero así es el verticalismo: autoritario y sin contemplaciones hacia quienes les niega su derecho a ser interlocutores.
Los obispos reunidos en Aparecida sabían muy bien que por más redacciones que hicieran, la única válida sería la finalmente aprobada por Joseph Ratzinger. Es decir, podían discutir incansablemente todo lo que quisieran, manifestar preocupaciones por cambiar a la paquidérmica institución a la que pertenecen, pronunciarse por abrir más espacios de participación a la feligresía católica; pero bien estaban conscientes de que Benedicto XVI tendría la prerrogativa de aprobar o desaprobar según su parecer. ¿Alguien puede llamarse a engaño?