Un palacio y un personaje
En la calle de Isabel la Católica número 30 está ubicado el antiguo palacio barroco de la familia del Conde de Miravalle, del cual hemos hablado en alguna ocasión, describiendo su sobria fachada de tezontle y cantera, cuya única coquetería es un bello balcón y el gran portón enmarcado con cantera labrada; ya hemos comentado que esa sencillez no permite imaginar lo que existe en el interior.
Al traspasar el vestíbulo aparece un hermoso patio sombreado por naranjos, de donde se desplanta una majestuosa escalera, que se abre en dos rampas en el descanso, adornada por un gran mural de Manuel Rodríguez Lozano. Ahora convertido en un centro joyero, siempre me intrigó por qué había pintado el artista, en 1940, un mural en ese sitio, que nunca fue un edificio público. ¿Quién lo mandó hacer y quién lo pagó?
Ahora, gracias a la exposición Francisco Iturbe, coleccionista, que se exhibe en el Museo de Arte Moderno, me entero de que fue realizado a petición del señor Iturbe, quien vivía en esa mansión, cuyo lujo, por lo que podemos advertir mediante las fotografías que aparecen en la exposición, era la propia casona, el mural y algunas pinturas de caballete del mismo Rodríguez Lozano, de su discipulo Abraham Angel –quien se suicidó a los 21 años–, unos dibujos de José Clemente Orozco y una colección de esculturas de madera de Madronio Magaña.
Estas obras se pueden ver en la muestra del museo, colocadas como las tenía en la casa, lo que se puede constatar gracias a unas soberbias imágenes de Guillermo Dávila y de Manuel Alvarez Bravo, que muestran la casa cuando estaba habitada y de verdad impresiona la austeridad, casí de celda franciscana, lo que armonizaba con el zayal de tosca lana y los huaraches, atuendo que usaba cuando estaba ahí.
La vida del personaje es fascinante y enigmática, ya que nace en el seno de una familia aristócratica muy rica, con orígenes en México desde el siglo XVII, en que se dedicaron al negocio aduanero y a adquirir haciendas, que después cambiaron por bienes raíces en la ciudad de México, varios de ellos palaciegos. Nació ni mas ni menos que en el Palacio de los Azulejos, mismo sitio en donde le pidió a Orozco pintar, en 1925, el mural Omniciencia, que adorna el descanso de la escalera del Sanborns que ahora ocupa el majestuoso recinto.
Vivió muchos años en Europa, en donde inició una pequeña colección de obras de artistas europeos como Picasso, Georges Braque y Jacques Villon. De regresó a Mexico, en 1945, se fascinó con las propuestas de mexicanos que estaban manejando un nuevo lenguaje plástico, se deshizo de sus obras europeas y se convirtió en un mecenas de artistas como los que hemos mencionado, con cuyas obras decoraba su mansión; inclusive, a Manuel Rodriguez Lozano le prestaba la casa en donde vivía, en San Cosme
Otros miembros de la famila tambien tenían posesiones en el Centro Histórico, una de ellas el Pasaje Iturbide, que ocupa parte de lo que fue el convento de San Francisco y la parte de atrás del palacio de Iturbide. Actualmente, Carlos Laborde Iturbe, sobrino nieto de don Francisco, y su hijo Juan Carlos, joven y talentoso arquitecto, restauraron maravillosamente una parte del pasaje, haciendo departamentos modernos para alquilar, que conservan vestigios de las antiguas construcciones franciscanas y ellos mismos habitan ahí, en dos esplendidos espacios, continuando con el buen gusto familiar de vivir en el Centro Histórico.
El Palacio de Miravalle tiene, como la mayoría de las casonas de esa época, un interesante pasado. Lo construyó en el siglo XVII la familia Arias, con el dineral que le producía la famosa mina del Espíritu Santo, situada en la Nueva Galicia, hoy Jalisco. Un siglo más tarde, la adquirió don Alonso Dávalos Bracamante, quien, impregnado de títulos, le dio su carácter palaciego. El fue el primer conde de Miravalle, caballero de la orden de Santiago, canciller de la Santa Cruzada y limosnero del convento de La Merced.
En 1846, la espléndida casona fue sede del Ateneo Mexicano, asociación literaria que fundó don Angel Calderón de la Barca, primer embajador español en México, esposo de la inglesa que escribió las famosas cartas en que describía sus experiencias en estas tierras, deliciosa e ilustrativa lectura para conocer la vida de esa época. Alrededor de 1850 se estableció en la mansión el hotel Del Bazar, que funcionó hasta 1930, siendo considerado uno de los mejores y más cosmopolitas de la ciudad.
Volviendo al Pasaje Iturbide, otro atractivo que tiene son sus ofertas gastronómicas. En el propio pasaje, en la esquina con Gante, se encuentran Las Gaoneras, cuyo lema es: “la carne es mas suave que la tortilla”, y es verdad; se puede comer como arrachera, chuleta, costilla, las clásicas gaoneras o en tacos. Enfrente, Ricardo Elliot le ofrece buen café, platica sabrosa y un postrecito.