“Más rápido cae un hablador que un cojo”
El viejo refrán que dice “más rápido cae un hablador que un cojo” nuevamente se hace realidad, y ahora nos viene a la memoria la “guerra sucia” que el PAN, junto con grandes empresarios, encabezaron durante la pasada contienda presidencial en la que se advertía que AMLO era un peligro para México.
Todos recordamos el anuncio de los ladrillos que se derrumbaban o el billete de 20 pesos que compraba menos bienes, o la advertencia de que las personas perderían sus casas y toda la sarta de mentiras que se inventaron para dañar la imagen del candidato de la izquierda.
Pues bien, al cabo de casi 10 meses del “gobierno de la estabilidad y el empleo”, la economía mexicana se dirige al borde del colapso de continuar por el mismo camino y, para corroborar lo anterior, sólo basta mencionar que al saldo de la estabilidad económica que ellos pregonan, habría que incluir la producción de millones de pobres, de desempleados, de miles que han tenido que emigrar en busca de oportunidades de empleo, de miles de familias que pueden ser desalojadas de sus viviendas por problemas hipotecarios.
A lo anterior hay que agregar la destrucción de la economía nacional y del mercado interno, el desmantelamiento de las actividades y las funciones sociales del Estado; el desmantelamiento también de los aparatos de seguridad pública y la mayor dependencia financiera, de la historia, con Estados Unidos, país en el que se avizora una importante crisis financiera y económica.
Las finanzas del país se siguen sosteniendo con base en el tremendo castigo de los ingresos de Pemex, a la trágica decisión de los trabajadores migrantes y a la protección al capital financiero internacional, con el deterioro en la distribución del ingreso de la población y con la existencia de 26 multimillonarios de entre los más ricos de la tierra
Sin estos soportes no se explicaría el “famoso” equilibrio macroeconómico del que tanto se han ufanado, pero que la situación en Estados Unidos amenaza con derrumbar.
Mientras tanto, lo que en realidad ha sucedido es que los niveles de vida de la mayoría de la población se han visto abatidos; la pobreza y la miseria han aumentado en todo el territorio nacional; los sectores industrial y agrícola no han encontrado los recursos financieros ni políticos para su recuperación; la deuda ha seguido aumentando y, con ella, la vulnerabilidad de la economía ante los cambios en el entorno internacional.
Los hechos nos demuestran que enfrentamos las peores desigualdades de la historia, la distribución del ingreso se ha deteriorado, la sociedad se encuentra tremendamente polarizada, el desempleo persiste y amenaza con repuntar, y no se ven posibilidades de registrar tasas de crecimiento económico suficientemente altas para abatir el desempleo.
El país enfrenta múltiples rezagos en diversas áreas, que han dado como resultado que actualmente existan aproximadamente entre 50 y 60 millones de mexicanos que viven en la pobreza, y para solucionar este problema lo único que hasta el momento ha ofrecido es una reforma fiscal, que tiene un tremendo sesgo antiempleo, que deja intactos los paraísos fiscales para las grandes empresas y que ahora, con el PRI, busca incrementar el costo de los energéticos.
En materia de finanzas públicas, la dependencia respecto de los ingresos petroleros se acentúa día con día, aunque éstos se han reducido y amenazan con disminuir aún más.
El gasto público corriente, que incluye sueldos de la burocracia y el pago de intereses sobre la deuda, absorbe 71 centavos de cada peso que gasta el gobierno y continúa expandiéndose, mientras que a la inversión pública directa se le destina en promedio 9.4 centavos de cada peso que se gasta.
El estancamiento económico por el que atravesamos refleja que el privilegio otorgado a ciertos grupos “monopólicos”, atenta contra el bienestar de las familias y contra la competitividad de la industria en el país.
La macroeconomía que vivimos los mexicanos no es la del bienestar familiar, sino la de los bajos salarios, la pobreza extrema, la vivienda precaria, las ciudades en ruinas, la falta de empleo, la educación en crisis, la inseguridad pública, los servicios médicos mediocres e insuficientes, en suma, el presente y el futuro inciertos.
La nación se ha supeditado al extranjero; el Estado a la empresa; el sector público al privado; el país y su pueblo a la capacidad de un pequeño sector moderno dominado por las empresas trasnacionales y los piratas de la acumulación y del tráfico de drogas.
Para cambiar la estrategia y evitar el colapso es necesario superar una serie de retos fiscales, presupuestarios, de deuda e inversión; sin embargo, su solución requiere reformas integrales al sistema tributario, hacendario, al sistema presupuestario y a la política de deuda pública y a la política social, por ello, es urgente romper con la inercia del modelo económico vigente, ya que de no hacerlo así, el país enfrentará una crisis de importantes proporciones.
*Secretario de la hacienda pública del gobierno legítimo