Las canciones del disco Cê fueron el eje de su concierto, honda y alta poesía
Caetano Veloso, un estallido de felicidad en el Auditorio Nacional
Las dos horas de música que ofreció el brasileño bastaron para compensar los siete años de ausencia en México
Maestro de humildad, se dice: “insoportable en la guitarra”
Ampliar la imagen Caetano Veloso bailó y reccorrió el proscenio de punta a punta en un concierto-fiesta
Una fiesta. El retorno de Caetano Veloso fue una celebración de la vida y sus encantos. Más de dos horas de poesía, belleza, momentos sublimes, canciones a todo galope, tambores de samba y sonidos de una contemporaneidad exacerbada, con un cuarteto formidable entablado con el maestro al frente y tres jóvenes alumnos de excelsitud suprema. La música más reciente escrita por uno de los más grandes artistas contemporáneos y guiños a clásicos retrospectivos en rotundo frenesí.
Luego de siete años de ausencia, Caetano Veloso volvió a pisar el proscenio del Auditorio Nacional, pletórico de una masa ferviente, febril. Un estallido de felicidad.
El concierto fue vertebrado por el contenido de su más reciente grabación, Cê, de manera que inició con el primer track de ese disco, Outro, en señal inequívoca de lo que vendría: una sucesión de cataratas de magma con gemas brillantes en su cauda: la más honda y alta poesía, que sonó enseguida: Minhas lágrimas, segunda pieza del disco, Tú, que integró el primero de los dos momentos más íntimos y delicados de la velada.
De inmediato, las butacas se convirtieron en asientos de avión y por la ventanilla se divisó, en ese estado de pasmo extasiado que envuelve al viajero, el poema y el vuelo de ángeles de cuya desolación espejeó el maestro, quien la entonó en su idioma original, el portugués y enseguida, en un derroche de gramática y maestría, la repitió en perfecto prosódico español.
Desolaçâo de Los Angeles/ a Baixa California e uns desertos ilhados por/ um Pacifico turvo/ a asa do aviâo/ o tapete cor de poiera de dentro do aviâo/ a lembrança do branco de uma página/ nada serve de châo/ onde caiam minhas lágrimas/ desolación de Los Angeles/ la Baja California y esas islas desiertas contra un Pacífico turbio/ el ala del avión/ una alfombra color de nieve/ recuerda el blanco de una página/ No encuentro lugar donde caigan mis lágrimas.
Canciones de ángeles
Lento y suave, lento y triste, lento y doloroso. Como una gimnopedia de Satie, el poema de Caetano suena en remembranza de las canciones de ángeles de su colega Milton Nascimento. Una canción hermosa, sumamente hermosa, tan hermosa que hace llorar de tan hermosa.
Cambia enseguida el tono a otro golpeteo de ritmo irresistible que inicia a capella, otra vez en portugués y suelta el baile. Baila el maestro Caetano, recorre de punta a punta el proscenio, paso veloz, trote feliz a sus 65 años recién cumplidos hace un par de semanas, el 7 de agosto. Irradia, esplende, contagia felicidad.
El gran Caetano, el maestro, príncipe, gladiador, sultán, héroe mitológico, Apolo redivivo. Si el Dalai Lama es la enésima rencarnación de Buda, Caetano Veloso es la chingoncésima rencarnación de un conglomerado de ángeles. Moito obrigado, dice. “Estar nuevamente aquí es para mí como un sueño”. Y presenta, en su mayéutica perfecta, a sus alumnos-músicos de prodigio y talento extremo: el joven maestro Pedro Sa en la guitarra, el niño maestro Ricardo Díaz Gómes en el bajo, el púber maestro Marcelo Callado en la bataca. Relevo generacional en vivo y en directo. Sócrates en tanga verdeamarela. Y baila en escena. Y canta en un sueño y suelta la siguiente pieza con harto ska y la siguiente la dedica a otro maestro de maestros, el violonchelista brasileño Jacques Morelembaum y ofrece otra canción-poema donde habla del sexo de las mininhas y vuelve a bailar y vuelve a correr, en una galopa cual si fuera Nino Rota en Bahía, el proscenio de punta a punta, como lo hace a sus 64 años Mick Jagger aunque no con la velocidad supersónica de su Satanísima Majestad y vuelve a trotar entero el larguísimo proscenio, vuela, saeta en parsimonia, la amplísima boca de escena y sin boquear, del Auditorio Nacional y regresa al centro de la escena y se sienta y se protege en una guitarrita de palo como mástil para oír el canto de sirenas y dice en perfecto español ah, qué maravilla, que alto está México y que ancho está el proscenio y el mundo se vuelve más ancho y más alto y más bello porque Caetano vuelve a engarzar canciones de Cê y piezas de antaño medio y lontano y deja espacio para que sus músicos desplieguen sus talentos: el bajista, inconmensurable, pone en vida a Petroushka en los arpegios de sus digitaciones, el guitarrista pone colores insólitos en sus modulaciones y el baterista transporta el Sambódromo entero al Auditorio Nacional.
Hace chistes Caetano de sus decires políticos en las entrevistas, se burla de sí mismo, maestro de la humildad, cuando se dice insoportable a la guitarra, despliega su amplísimo registro canoro de graves insólitos hacia agudos de mirlo, alondra en ascenso, glosa clásicos de otros lares como el cucurrucucú sin la carga acomplejada y autoconmiserativa de México, pero sí con la poesía profunda de José Alfredo (“de pasión mortal moría”) y se muestra nuevamente semidios, alto maestro de la humildad, hombre sencillo y que lo niegue su camisa raída por el tiempo y su vestir como si nada, como si la grandeza no estuviera en el interior de cada uno y suelta nuevas églogas y aproxima el segundo momento más sublime de la noche con un clásico que pone la carne de gallina: London, London, revisitada con un fraseo estremecedor: green grass blue eyes/ gray sky God bless silent peine/ and happiness/ I came around to say eyes/ while my eyes/ go looking for fliying saucers in the sky.
Notas efervescentes
Ahora un recitativo, el clásico decir los poemas sin basso continuo ni clavicordio, pero en su lugar punzadas de notas efervescentes, secas, de contundencia letal, para decir sus verdades sociales, su compromiso con los desposeídos. O herói, la canción que culmina el disco Cê, aproxima el desenlace del concierto y recuerda otra obra maestra suya en el mismo tenor: Haití, pero habrá de volver el maestro a regalar cuatro piezas y en esos cuatro encores se vuelca entera la felicidad por vez enésima.
Todo termina en la galopa que inició el concierto, un encabalgamiento melódico que se hiende en la carne y en la sangre de la multitud que abandona el recinto más feliz y más humano que nunca.
Felicidad. Así se llama el hermoso regalo de Caetano a sus coetáneos. Una fiesta su concierto.