Usted está aquí: martes 21 de agosto de 2007 Economía Mercado revuelto: a tiempo para un coscorrón

Crisis crediticia

Mercado revuelto: a tiempo para un coscorrón

Se necesitan requisitos de solvencia más estrictos

Fuente: EIU

Banqueros e inversionistas podrían no estar de acuerdo, pero las recientes liquidaciones en los mercados financieros son una buena noticia. Esto, por fin, pudo haber hecho que las personas entraran en razón. Durante los años recientes se ha prestado demasiado dinero, de manera demasiado fácil, a demasiadas personas y a muy bajo precio, sin importar si eran especuladores tratando de hacer dinero fácil en condominios de Miami o grupos de capital privado financiando su más reciente adquisición multimillonaria. Esta llamada de atención llegó muy tarde para salvar al mercado inmobiliario estadunidense del frenesí y la quiebra subsiguiente. Pero tal vez haya llegado a tiempo para detener el auge de adquisiciones que se está saliendo de control, y cuando la economía mundial es lo bastante fuerte para enfrentar las consecuencias.

Ahora la gran pregunta es qué tan serias serán las consecuencias. El impacto sobre los propios mercados de préstamos será grande. Con normas más estrictas, muchas de las prácticas arriesgadas que se han vuelto costumbre en los créditos empresariales se dejarán de lado. Habrá menos firmas que consigan contratos crediticios light, en los cuales los acreedores renuncian al derecho de supervisar el comportamiento de los acreditados, o que establecen “notas de pago en especie” que permiten a los deudores firmar más pagarés en vez de pagar intereses. A medida que los inversionistas eviten deudas de riesgo, las adquisiciones que este año agitaron las bolsas de valores se reducirán y los acreditados con las deudas más grandes podrían tener dificultades para obtener fondos.

Pero muchas empresas podrían negar importancia a las restricciones. En parte porque los acreditados solventes aún tienen acceso a crédito (aunque a mayor precio), y en parte porque muchas firmas no necesitan pedir prestado. En el mundo rico, las empresas están muy bien de dinero. Sus ganancias han sido formidables durante los cinco años pasados y, por regla general, han financiado sus gastos de capital con recursos propios. Por tanto, los bamboleos del crédito para estas empresas no implican un descenso en la inversión.

Otras víctimas potenciales parecen también estar bien preparadas. Los bonos y acciones de los mercados emergentes, por ejemplo, podrían causar más nerviosismo. Esto podría significar un problema para países como Turquía, que tiene grandes déficit de cuenta corriente. Pero la mayor parte de los mercados emergentes están en mejor forma que durante las crisis financieras de finales de los años 90. Han restructurado sus préstamos y a menudo han consolidado vastos fondos de reservas de divisas.

Resulta probable que el mayor riesgo para la economía global radique en los endeudados consumidores estadunidenses, aporreados por decrecientes precios inmobiliarios y gasolina cara, y cuyo consumo se ha aminorado de manera aguda. Las restricciones crediticias agravarán el desplome inmobiliario y la caída de precios de las viviendas podría hacer que el consumo se redujera aún más. Pero el resto del mundo crece de manera sólida y el desempleo en Estados Unidos continúa bajo, así que una recesión no es en ningún caso inevitable. Es más, si la economía cayera rápido, el gobierno federal, a pesar de sus públicas preocupaciones sobre la inflación, tiene la posibilidad de reducir las tasas de interés.

Considerando todo esto, es posible que, hasta ahora, las crisis crediticias sólo tengan modestas consecuencias económicas. Pero, ¿qué sucedería si provocaran un colapso del mercado? Después de todo, muchos de los novísimos instrumentos que hoy dominan los mercados de deuda no han sido probados nunca en una verdadera crisis. Es probable que los derivados crediticios hayan mejorado la estabilidad de la economía global al repartir el riesgo, pero no queda claro dónde se localiza ahora ese riesgo. Y muchos de los nuevos instrumentos que reparten el riesgo son tan poco líquidos que el problema no surgirá durante algún tiempo. Fue varios meses después de que el mercado hipotecario subprime (de alto riesgo o “por debajo del óptimo”) se echara a perder cuando se hizo evidente la dimensión de la pérdida de los dos fondos de cobertura de riesgo de Bear Stearns.

Los inversionistas tienen razón en preocuparse por más fracasos de los fondos de cobertura de riesgo. Aunque estas criaturas sumamente apalancadas parezcan haber ocasionado que las sacudidas crediticias fuesen más repentinas y frecuentes, los episodios no han sido calamitosos. En los 18 meses pasados han ocurrido otras dos crisis crediticias, aunque en escala menor: una en mayo de 2006, cuando los inversionistas se preocupaban por la inflación; la otra en febrero de este año, cuando surgieron los primeros temores respecto de las hipotecas subprime. En cada caso, los fondos más expuestos tuvieron que reducir sus posiciones rápidamente, pero, gracias al tamaño y diversidad de la industria de los fondos de cobertura, se compraron activos a bajo precio. La misma dinámica parece estarse aplicando también esta vez.

A pesar de toda la preocupación por los fondos de cobertura de riesgo y sus complejos derivados, la verdadera preocupación proviene de una fuente bien conocida: los bancos. Ellos desafiarán el problema en varios frentes y podrían convertir una sana restricción crediticia en un crujido repugnante. Muchos bancos han estado de acuerdo en suscribir acuerdos y encuentran que no pueden vender la deuda a inversionistas. Un cálculo sugiere que más de 300 mil millones de dólares de deuda están ya en proceso. Y las grandes pérdidas podrían seguirle.

Los bancos también sufrirán por su exposición a fondos de cobertura quebrados, tal como algunos ya han sido golpeados por su exposición al mercado hipotecario subprime. Algunos podrían tener pérdidas “aún sin revelar” en su propia contabilidad: negociar en mercados financieros se ha convertido en una fuente cada vez más importante de sus ganancias en años recientes. Si sus utilidades se desplomaran, estarían poco dispuestos a prestar. Una quiebra bancaria (o el temor a ella) podría crear pánico en el sistema.

Los ciclos crediticios son criaturas imprevisibles. Las cosas podrían salir aún muy mal. Hasta ahora los bamboleos financieros, aunque causen nerviosismo, parecen ser una sana revaloración de los riesgos. Los mercados, como muchas personas, necesitan a veces un buen coscorrón.

Traducción de textos: Jorge Anaya

 
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