Usted está aquí: lunes 20 de agosto de 2007 Opinión Conflictos de intereses entre Canadá y Rusia

Gonzalo Martínez Corbalá

Conflictos de intereses entre Canadá y Rusia

Mientras se reunían en Campo David el primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, y el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, como tratamos de describir en nuestro artículo anterior de La Jornada, no cesaron las dificultades de cara a sus pueblos.

Canadá, por su parte, también tiene algunos problemas de intereses, pues si bien Petro-Canada, GazProm y Rosfnet han estado negociando la posibilidad de participar juntas en la explotación de los yacimientos gigantes de gas natural de Shtokmanovskoye, en el mar de Barents, que tiene Rusia, ha tratado de aprovechar desde 2004 y hasta estas fechas la cercanía que hay entre la costa este de Estados Unidos y la suya para establecer una suerte de asociación o joint venture para poder instalar plantas receptoras de gas GNL en su costa este.

No obstante, ya se puede prever un conflicto geopolítico Rusia-Canadá por la reivindicación del Polo Norte, ya que los rusos han plantado su bandera en el fondo marino polar, lo que motivó una inmediata respuesta de Canadá exigiendo su derecho a ese territorio, lo cual plantea el inicio del conflicto.

De otra parte, Rusia ha manifestado interés por explotar el gas natural del fondo oceánico del mar de Barents, asociado con Canadá, para aprovechar la inmejorable situación geopolítica de este país con la costa este estadunidense, y este interés es compartido con los canadienses, puesto que así tendrían gran influencia en el mercado más grande del mundo, constituido por un país: Estados Unidos, que depende de las importaciones recientes de gas y de petróleo para satisfacer sus necesidades en esta materia, precisamente en el noreste de su costa en el Atlántico.

Canadá no es, por supuesto, la única nación interesada en los yacimientos de Shtokmanovskoye del mar de Barents; está también la empresa estatal noruega Statoil, que tiene algunas ventajas geográficas de cercanía sobre Canadá, por cierto, para desarrollar estos yacimientos en sociedad con la estatal GazProm.

Algunas grandes empresas internacionales estadunidenses, como Conoco Phillips y Chevron Texaco, Exxon Mobil y la holandesa Royal Dutch/Shell, también están interesadas y ya han entrado en negociaciones con GazProm, con altas posibilidades de jugar un importante papel en este proyecto.

Desde 2004, Petro-Canadá y GazProm estaban ya trabajando en un proyecto para producir en una planta de San Petersburgo 5 millones de toneladas anuales de gas natural licuado (GNL), con la estación receptora correspondiente para regasificación en alguna parte de la provincia oriental canadiense de Québec, con la empresa Trans-Canadá, pipelines (gasoductos y oleoductos).

Para GazProm, el proyecto en San Petersburgo tiene una gran ventaja: acortar la distancia para la exportación hacia Canadá.

Hasta aquí, desde el punto de vista técnico, los yacimientos del mar de Barents pueden resultar muy convenientes para todas las empresas interesadas en ellos y también para los países involucrados: la propia Rusia de un lado y Canadá del otro, sin excluir a Estados Unidos, que aseguraría una fuente de abastecimiento de gas natural de suma importancia para él, ya que es deficitario, como bien se sabe, y requiere ampliar sus fuentes de abastecimiento, sobre todo tratándose precisamente de gas natural, el combustible del futuro, para los próximos 30 años, del cual Rusia es con mucho la que tiene los mayores yacimientos, tanto que está tratando de llevarlo incluso a Japón y a Corea en Sakhalin.

Pero ha resultado que Vladimir Putin no es un socio fácil. Por una parte, reclama el derecho de propiedad del territorio del Polo Norte, y ahí entra en conflicto con Canadá; por la otra, el problema con Irán –el segundo productor de gas natural y de petróleo de la OPEP– se ha agudizado, puesto que ha provocado la acción más enérgica: el endurecimiento de las medidas internacionales de Estados Unidos, sin que se pueda desestimar tampoco el hecho de que el presidente de Rusia está expidiendo un decreto mediante el cual suspende la aplicación del Tratado sobre Fuerzas Convencionales Armadas (FACE), firmado por 22 estados del Pacto de Varsovia, desaparecido originalmente en 1990, y adaptado posteriormente para 30 países, incluido un número importante de la OTAN en 1999, que, si bien ya había sido ratificada Rusia, los estados de la Alianza Atlántica no lo han hecho. Lo dicho: el señor Vladimir Putin ha resultado no ser un socio fácil para Canadá ni para Estados Unidos, como tampoco lo ha sido para las grandes empresas internacionales que quieren participar en la explotación de las riquezas petroleras y gasíferas de Rusia o las que ya lo están haciendo actualmente en Sakhalin.

Una vez más en la historia se enfrentan las conveniencias económicas actuales con los riesgos futuros militares. ¿Podría plantearse una nueva guerra fría entre Rusia y los países de Occidente?

 
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