Usted está aquí: domingo 19 de agosto de 2007 Opinión La colección de Francisco Iturbe en el MAM

Elena Poniatowska

La colección de Francisco Iturbe en el MAM

Ampliar la imagen El holocausto, obra de Manuel Rodríguez Lozano, protegido favorito de Francisco Iturbe El holocausto, obra de Manuel Rodríguez Lozano, protegido favorito de Francisco Iturbe Foto: Cortesía Museo de Arte Moderno

Francisco Iturbe Idaroff no sólo coleccionó obras del mayor de los Tres Grandes, José Clemente Orozco, sino que en su juventud pudo comprar un Picasso, un Delacroix, un Georges Braque y un Jacques Villon, así como un dibujo atribuido a Ingres.

En 1898, el joven Iturbe Idaroff fue representante de México en la legación de Bruselas. Es curioso porque era todo menos diplomático. Hacía lo que se le daba la gana y decía lo que pensaba.

Después de construirle un templo griego a su madre Elena Idaroff, hija del embajador de Rusia, que se casó con el hacendado mexicano Felipe Iturbe, Paco, como todos lo llamaban, decidió regresar a México en 1945. De joven se había encerrado en la hacienda La Cañada en el camino a Querétaro que, como su nombre lo indica, estaba metida en el fondo de un barranco. Allí también pretendió caer hasta el fondo de sí mismo y escribió de su puño y letra miles y miles de páginas que luego encuadernó en tomos de cuero y ahora conservan sus nietos Corina y Pablo. Quién sabe qué dirán esas líneas escritas con pulcritud. Seguramente en La Cañada se acostumbró al rigor, porque decoró sus casas, la de Isabel la Católica, la de Puente de Alvarado, con severidad monástica. Vestido con el sayal franciscano, una áspera cuerda en la cintura, recibía a mi abuela los domingos después de misa de 12 en La Profesa, en Isabel la Católica, y luego pasábamos a saludarlo a su casa en el número 30 de la misma calle. También su entorno era franciscano, salvo por los violentos azules de Manuel Rodríguez Lozano en el mural de la entrada. Casi no había muebles y los que escaseaban sobre el piso de madera se parecían a la silla de Van Gogh. El carpintero de Luis Barragán se las hacía. En los libreros colocó miles de esculturas de Mardonio Magaña. Todas se parecían a él, a Paco, pequeño y encorvado.

Francisco Iturbe legitimó a Mardonio Magaña y a Abraham Angel. Seguramente en Francia se hizo gran amante del arte africano, ya que conoció al coleccionista y crítico Daniel-Henry Kahnweiller, promotor de Picasso, y por alguna razón Iturbe se hizo minimalista antes de tiempo.

Paco nació en la Casa de los Azulejos. Allí Hélène Idaroff de Iturbe dio a luz a sus cuatro hijos, Francisco, Felipe, Teresa y Elena, mi abuela, y sobre el marco de cada ventana de su recámara que daba a la calle de Madero mandó pintar la cara de uno de sus hijos con alas de angelito. Mamá y yo pedimos un día permiso para subir a la gran recámara de su abuela y buscar los cuatro angelitos, pero habían volado al cielo. A lo mejor Paco no.

Paco nació en 1870. Debido a su madre Hélène, tuvo verdadera adoración y cuando se fue para siempre, escribió que ya no había claridad y constató: “Uno viene para irse, uno comienza para finalizar”.

Su protegido favorito fue el pintor Manuel Rodríguez Lozano y ejerció sobre él una influencia definitiva. También le gustó la falta de academia de Abraham Angel quien habría de morir a los 21 años, en 1924. A Paco le atraía el primitivismo, y alguna vez habló de lo mucho que le fascinaban las “trenzudas”. Ayudó a Ignacio Aguirre, a Carlos Orozco Romero y fue muy amigo de Carlos Pellicer, con quien viajó en 1929 a Palestina. También lo fue de Manuel Alvarez Bravo, aunque Ana Garduño y Claudia Barragán, curadoras de la exposición Francisco Iturbe, coleccionista, presentada en el Museo de Arte Moderno que dirige Osvaldo Sánchez, aseguran que las fotos allí exhibidas son “atribuidas a”. Por cierto que entre las fotografías sobresalen cuatro notables tomas que Guillermo Dávila hizo de Frida Kahlo y una fotografía desconocida de Frida con Cristina Kahlo, Guillermo Dávila y Diego Rivera, con Paco Iturbe de saco y corbata y riguroso panamá.

Orozco dejó por escrito una crítica: “Es inútil andar con personas ricas si no quieren dar a uno nada. Acuérdate con Iturbe: ¿qué me gano que sea riquísimo si no quiere darme nada? Ni modo de obligarlo, hay que conformarse con lo que buenamente quieren dar”… Supongo que Paco era codo, por eso era rico, o a lo mejor así son muchos ricos.

Casi todas las noches, Paco cenaba en el Ambassadeurs y atravesaba el Paseo de la Reforma para llegar al Waikikí. Allí lo amaban las mujeres y él a su vez las amó. En el Ambassadeurs los meseros lo llamaban El conejo por su pelo claro y sus ojos intensamente azules. En el Waikikí le decían “mi amor”, “mi vida”, “chiquito”, y otras lindezas. “¿Me vas a llevar a París?” Amigo de Benita Galeana lo fue también de una bella Margarita que trenzaba sus cabellos con lanas de colores como Frida Kahlo. Original, alguna vez al ver pasar por Paseo de la Reforma a José Yves Limantour, ministro de Finanzas de Porfirio Díaz, se sentó a la orilla de la banqueta y extendió la mano.

–Un centavito, por favor.

También durante una época fue amigo de Pita Amor, pero una noche en un taxi, la undécima musa lo insultó en tal forma y espetó tal cantidad de groserías que el taxista se compadeció: “No señor, después de como lo maltrató esa mujer, no puedo cobrarle la dejada”.

Sin embargo Paco Iturbe también sabía ser grosero. Lo fue con Manuel Rodríguez Lozano, como contó Carito Amor de Fournier, quien alguna vez lo acompañó a la casa de Puente de Alvarado que Paco le había prestado a Rodríguez Lozano para que pintara. Manuel debía enseñarle a Paco su último mural y le pidió a Carito, fundadora de la Galería de Arte Mexicano, que fuera juez y parte. Después de examinar el mural, Paco le tendió una moneda a su protegido y le ordenó:

“Vaya usted a la tlapalería a comprar pintura blanca y cúbrame todo esto”.

Ser coleccionista exige tener buen ojo y desde luego dinero, aunque Carlos Monsiváis, por ejemplo, suple el dinero con la inteligencia y el talento, como lo demuestra su Museo del Estanquillo. Paco tenía ambas cosas, sin embargo no se lanzó a fondo, como no se lanzó a ser escritor después de tantas páginas apretadas de letras. Queda como un hombre creativo, inteligente y original que promovió a algunos grandes artistas. Ojalá y pudiéramos conocer lo que dicen los muchos volúmenes que hoy conservan Corina y Pablo Iturbe.

 
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