Nicéforo Urbieta refrenda su compromiso de privilegiar “la independencia creativa”
Persiste pintor en difundir los valores de las culturas indígenas
No quiero ser identificado por hacer sandías o manejar el tema de la falocracia, dice a La Jornada
“Jamás me arrepentiré de cultivar un arte en completa libertad, como propuso Diego Rivera”
La voz de Nicéforo Urbieta se torna más grave y su magra anatomía se agiganta cuando rememora el día en que su suerte como artista quedó echada. “Jamás me arrepentiré de esa decisión”, afirma tajante.
El pintor oaxaqueño se refiere a la postura que asumió siendo muy joven, a finales de la década de los 60, de hacer del suyo “un arte en completa libertad, como lo propuso Diego Rivera, al margen de lo que imponen los otros y el circuito comercial, donde lo único importante es la obra, el arte”.
Tal determinación le ha implicado un costo muy alto: el anonimato, factura que acaso va en contra de la naturaleza propia de cualquier artista y que sólo unos cuantos han estado dispuestos a sufragar en defensa de sus ideales.
“Después de ganar en 1968 un concurso de jóvenes talentos, en Oaxaca, en el que (Francisco) Toledo fue jurado, me aventé la puntada, no sé si para mi fortuna o desgracia, de seguir lo dicho por Rivera sobre la necesidad del arte mexicano de independizarse, de no seguir sujeto a las normas ni a lo estipulado en las grandes capitales del arte, como París o Nueva York”, comenta en entrevista.
“Fue así como decidí desde entonces hacer, no sólo de mi obra sino de mi vida, un concepto: que la pintura valga por sí misma y no por lo que su autor hace en torno a ella para difundirla y promocionarla.
“Sé que ha sido un sueño suicida, un sueño de joven, un autocastigo si se quiere, pero no me arrepiento de haber seguido esa ideología durante todos estos años.”
Apego a las convicciones
Lo sorprendente en la historia de Nicéforo Urbieta, como él mismo lo asume, es que a pesar de mantenerse apegado a sus convicciones y ajeno a cualquier forma de promoción, agente o galería, su trabajo ha participado en muestras colectivas e individuales no sólo en México, sino en Estados Unidos, Sudamérica y Europa. De igual manera, forma parte de colecciones particulares en España, Italia e Inglaterra, entre otros países.
Su preocupación por defender la independencia del arte se extiende a la temática y las formas expresivas de su pintura.
“Estoy en contra de ponerle bozal a mi trabajo. Alguna vez el maestro (Rufino) Tamayo me dijo que debía tener cuidado en mi pintura, para no perderme.
“Y la verdad es que prefiero perderme a quedarme con la duda. No quiero ser identificado de manera sencilla, por hacer sandías o manejar el tema de la falocracia, por ejemplo”, indica.
“Que sea la mano del artista y el material los que hagan todo; cierto, mi quehacer tiene algo de iconoclasta. Tengo predilección por el azar, por la mancha, por el trabajo espontáneo.
“ principios de los años 80 comencé a tratar de racionalizar mi proceder; sin embargo, fue algo que dejé de lado al ver que de esa manera traicionaba mis principios.”
La posición que el pintor oaxaqueño propone en relación con el arte lo condujo de manera natural al terreno de la lucha social. Así, a mediados de la década de los 70 su participación dentro de un grupo clandestino provocó su encarcelamiento en Lecumberri, de donde fue trasladado después al Reclusorio Oriente de la ciudad de México.
Cinco años y 11 meses fue el tiempo que pasó en prisión, lo cual resultó determinante para definir y encaminar tanto sus inquietudes sociales como su pintura a un, para él, nuevo y fascinante universo: el indigenismo, en lo que influyó también su origen zapoteco.
Tal hallazgo se lo debe al tomo uno de El Capital, de Carlos Marx, el cual, para su estudio y mejor comprensión personal, tradujo en símbolos y dibujos, quedándole al final una especie de códice, el cual lo remitió de forma inmediata a sus antepasados, costumbres y lengua.
“Fue una revelación en la que los colores y los trazos me permitieron descubrir y entender la profundidad que yace en las culturas indígenas. Dejé para siempre El Capital y empecé entonces a leer y estudiar cuanto material sobre indigenismo y culturas indígenas había en la biblioteca de la cárcel”, cuenta.
“También me puse a pintar de manera febril, sin pensar, sin sistema, en cualquier tipo de papel, y en recortes de periódicos y revistas porno, los que luego pegué a la manera que lo hacía (Jackson) Pollock. Fue una catarsis que me duró muchas semanas.”
Abunda: “Cuando hablo de lo indígena en mi propuesta de arte no me refiero a reutilizar la iconografía ni al folclor, sino a ese lenguaje no verbal, no racional, que tiene que ver más con la intuición y formas alternativas de comunicación. Encontrarlo fue una catarsis de esa ideologización en la que estaba cayendo. Así como alguien llora para desahogarse, yo lloré colores para desideologizarme”.
Iconografía prehispánica
Como investigador de la cultura indígena, Nicéforo Urbieta se ha preocupado por la búsqueda de la iconografía prehispánica persistente en la lengua zapoteca contemporánea.
Eso le ha permitido redescubrir el carácter esencial de la filosofía mesoamericana que, a pesar de los embates ideológicos eurocentristas, dice, persiste en la vida comunitaria oaxaqueña actual.
Además del ámbito de su producción artística, ese es un conocimiento que ha aplicado tanto en el terreno de la promoción social como de la cultural. Al no encontrar el respaldo en instituciones oficiales, desarrolló por cuenta propia un proyecto en su poblado natal, Santa Ana Zegache, enfocado a recuperar las prácticas productivas de la época prehispánica, la danza, la lengua zapoteca, la tradición oral y las fiestas comunitarias.
De forma paralela, realizó un diagnóstico del conocimiento sensorial mesoamericano que prevalece en la comunidad, para el cual invitó a los habitantes de ese poblado a desarrollar esculturas en arcilla. El resultado fue impactante, sostiene, pues resulta innegable que esa gran sabiduría ancestral permanece aún con gran fuerza.