Usted está aquí: domingo 12 de agosto de 2007 Opinión Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

La nueva "guerra gélida" por los hidrocarburos del Artico

Ampliar la imagen Un minisubmarino ruso de inmersión profunda es bajado del barco de investigación Académico Fyodorov momentos antes de sumergirse bajo el hielo en el Polo Norte el pasado 2 de agosto. Este artefacto y otro semejante descendieron en el sitio más de 4 mil metros como parte de las maniobras para reforzar la reclamación legal de Rusia sobre la riqueza petrolera y mineral del Artico Un minisubmarino ruso de inmersión profunda es bajado del barco de investigación Académico Fyodorov momentos antes de sumergirse bajo el hielo en el Polo Norte el pasado 2 de agosto. Este artefacto y otro semejante descendieron en el sitio más de 4 mil metros como parte de las maniobras para reforzar la reclamación legal de Rusia sobre la riqueza petrolera y mineral del Artico Foto: Ap

Vlady Putin, calificado como el zar geoenergético global por Bajo la Lupa, consolida su título al reclamar la posesión de las entrañas submarinas del Polo Norte, donde se concentra 25 por ciento de los hidrocarburos del planeta.

La genial jugada geoestratégica se gesta cuando los precios del crudo rasguñan 80 dólares el barril, mientras las bolsas anglosajonas se desploman.

Resucitada del cementerio geopolítico cuando estuvo a punto de suicidarse con el veneno neoliberal que le administraron sus verdugos anglosajones, mientras consolida su defensa, ahora Rusia pasa a la contraofensiva después de contestar el despliegue misilístico balístico que el régimen torturador bushiano intenta colocar en sus narices: optimiza su capacidad de respuesta nuclear frente a las bravatas de Dick Cheney; congela el tratado de armas convencionales en Europa; captura el corazón del Polo Norte repleto de hidrocarburos y anuncia su expansión marítima en el Mar Mediterráneo (¿en Siria y Argelia?), mientras aprieta las tuercas gaseras en la "periferia inmediata" de Belarús e inicia ejercicios militares conjuntos con China, en vísperas de la trascendental cumbre del Grupo de Shanghai en Kirguizia.

Es probable que los historiadores citen el inicio oficial de la nueva "guerra gélida", dadas las coordenadas donde se desarrolla, el primer día de agosto pasado, cuando la tripulación rusa de dos submarinos expedicionarios colocó su bandera de un metro de altura y de material anticorrosivo de titanio a una profundidad de 4 mil 200 metros.

Para la población rusa, humillada durante la fase derrotista de Gorbachov y Yeltsin, la hazaña del Artico rememora medio siglo más tarde la epopeya del satélite Sputnik. El zar geoenergético global quizá sea todavía mejor sicólogo que genial geopolitólogo: ha resucitado a Rusia de entre los muertos, en el más puro estilo dostoievskiano, y le ha devuelto el orgullo perdido a su alma extraviada en las estepas.

Más allá de la dotación de armas nucleares y misiles intercontinentales, imprescindibles para una potencia que desea ser respetada en el mundo hobbesiano en el que pervive la mentalidad paranoide anglosajona, Rusia constituye la primera reserva energética de hidrocarburos del planeta (cuando se suman el gas y el petróleo, sin contar el Artico) y ahora posee la tercera reserva de divisas (¡el equivalente de la zona euro!), habiendo desbancado a Taiwán y a punto de desplazar a Japón del segundo lugar, gracias a su estupendo manejo geoestratégico del oro negro: todo lo contrario de los ineptos neoliberales "mexicanos", quienes han dilapidado la riqueza nacional.

No es momento de detenernos en las mediocridades neoliberales "mexicanas" en plena deriva, sino en las genialidades rusas que reclaman 45 por ciento del Artico, que no es fácilmente definible en sus fronteras y alberga 25 por ciento de los hidrocarburos del planeta. Nuestros cálculos arrojan que a la cotización actual, las reclamadas reservas rusas en el Artico valdrían alrededor de 5 billones de dólares, es decir, siete veces su PIB nominal.

Bien decía La Fontaine en sus célebres fábulas, un poco con mentalidad contable o de "suma cero", como suelen espetar en Harvard, que "la desgracia de unos es la fortuna de otros". Una de las consecuencias del "calentamiento global" versa sobre el derretimiento del Polo Norte, que cambiará en forma dramática la circulación marítima y permitirá un mejor acceso para explotar sus fuentes energéticas. ¿Significa la degradación relativa del Canal de Panamá, ya no se diga del istmo de Tehuantepec, cuando será mas corto trasladar las mercancías entre Europa del Norte, la costa occidental de Estados Unidos y el Norte Asiático (China, Japón y la península coreana) a través del Artico descongelado durante los veranos?

La genial jugada geoestratégica rusa tomó desprevenidos a los otros siete países ribereños: Canadá, Estados Unidos, Dinamarca, Islandia, Noruega, Finlandia y Suecia. ¿Quién será el guapo en alcanzar las profundidades exploradas por los submarinos rusos y luego atreverse a quitar la bandera simbólica de titanio, a riesgo de una conflagración?

Mientras el gobierno bushiano mantiene un estruendoso silencio, contrario a sus costumbres bélicas unilaterales, el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, ha reaccionado en forma contraria a la flema habitual de sus gobernados mediante medidas militares que no corresponden a su naturaleza pacífica, con el propósito de restablecer el control del Artico, pero en la superficie (en el doble sentido de la palabra): "creación de un puerto en las aguas profundas y un centro de entrenamiento militar permanente, así como el refuerzo de patrullas soberanas en el Gran Norte", con un costo de 7 mil millones de dólares (Le Monde, 11/08/07).

Harper, quizá azuzado por la banca anglosajona, cuya prensa en pleno ataque epiléptico ha fustigado la "piratería rusa", ha hecho de la "soberanía canadiense" en el Polo Norte un asunto de orgullo personal, y de facto inició su inevitable militarización.

Quizá un poco tarde, el rotativo Le Monde (12/08/07), considerado el portavoz de la cancillería francesa, aboga en forma precavida y racional por "un Artico para todos" (al estilo de la Antártida) y sitúa los recientes posicionamientos de Rusia y Canadá en el contexto de "tres apuestas estratégicas mayores para la Unión Europea (UE)" en los ámbitos "militar, económico y ambiental". El aspecto militar: la presencia de submarinos nucleares de Estados Unidos y Rusia "amenaza las grandes urbes del hemisferio norte". El aspecto económico: "la seguridad y el abastecimiento energético de la UE pasará mañana por el Artico". El aspecto ecológico: "si Groenlandia (nota: perteneciente a Dinamarca) constituye la mayor reserva de agua dulce del planeta (nota: ¿no era la Antártida?), la explotación de Alaska como la contemplan los países ribereños corre el riesgo de degradar aún más el medio ambiente".

La genial jugada geoestratégica rusa, que se incrusta en el corredor marítimo polar en la cercanía de Estados Unidos, que aísla de paso a Gran Bretaña, se inscribe en la lógica del derecho internacional que, por cierto, no respetó la anglosfera en Irak con el fin de saquear su riqueza petrolera.

Canadá, un país pacifista otrora ejemplar y miembro prominente de la anglosfera que perdió su alma al colaborar militarmente con la deleznable dupla Bush-Blair en la devastación de Afganistán, carece de la disuasiva musculatura militar para confrontar a Rusia.

Más allá de la posesión de las 200 millas naúticas (320 kilómetros), la Convención de la Ley Marítima de la ONU (UNCLOS, por sus siglas en inglés) extiende la propiedad a las placas geológicas continentales.

La posesión del Artico se volvió un asunto meramente geológico: si Rusia demuestra que 45 por ciento del Artico, donde se asientan las pletóricas reservas de hidrocarburos, constituye la prolongación de las placas Lomonosov y Mendeleyev, muy poco podrán discutir los otros siete países ribereños sobre el contenido de la convención que Estados Unidos se arrepentirá toda su vida de no haber ratificado.

 
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